Leah Hamilton
Paso una noche completa de despecho.
Saque todas las lagrimas de decepción de mi organismo, por saber que Mateo al final no siente lo mismo que yo. Aunque esto ya lo sabia, siempre lo supe, pero aun así es imposible que no me duela de esta manera.
Entiendo las palabras de Maggie, entiendo cada una de las cosas que me dijo porque no pudo tener mas razón y me siento enferma por darle la razón a Maggie Diamond. Sus palabras se repetían con exactitud en mi cabeza mientras lloraba en el baño y me tragaba yo sola la botella de Strawberry Hill que estaba bajo a mi cama, que sabe a vinagre con fresas y que adormece mis sentidos.
Pero no puedo estar todo el día desangrándome por él, por eso cuando sale el sol por mi ventana, iluminando con una nueva luz el desastre que soy, me levanto tambaleándome del suelo y me voy a la ducha, me doy un baño de agua templada para despertarme y bebo pastillas para la migraña que me dará horas después. Si estoy bien aun, es porque aun hay alcohol en mi sistema, pero sé que en el resto del día se ira poniendo peor la cosa y debo parecer cuerda frente a mi familia.
Tomo una siesta de dos horas en mi cama, abrazada a la almohada en todo momento, y cuando me despierto me doy el tiempo necesario para tapar con maquillaje mis ojeras y luego bajo a desayunar, todo en modo automático. Como un robot bien entrenado.
Me siento en mi nuevo acostumbrado asiento a la derecha de mi padre, y como un poco de todo lo que me pongo en el plato, aunque el apetito se me va a la mitad y dejo buena parte de la comida. La mesa esta en un completo silencio algo extraño, pero no tengo cabeza para preocuparme por ello ahora. Soy la primera en levantarme y subir a mi habitación, desde donde llamo a Tris para cancelar por hoy mi clase de piano en la que apenas empiezo a progresar, ella lo acepta con tal de que haga esa clase mañana y yo no me quejo, mañana estaré mejor.
Tomo otra siesta, con el libro de negocios sobre mis ojos y aproximadamente a las doce de la tarde, me vuelvo a levantar y bajo a almorzar, repitiendo el mismo proceso de la mañana, solo que esta vez Isabella no esta en la mesa porque tuvo que irse a Hamilton Company temprano para terminar de afinar los detalles con un inversionista alemán. Lucian es el primero en retirarse ahora.
Al rededor de las dos de la tarde me empieza la resaca, así que me tomo otra pastilla para el dolor de cabeza y mando a subir una jarra grande de agua a mi habitación para mantenerme hidratada. Paso dos horas entre estar acostada en mi cama, viendo la televisión en silencio, y en caminar a mi baño para orinar el liquido que estoy ingiriendo.
A las tres empiezan los problemas.
Me empiezo a sentir inquieta de un momento para el otro, me levanto de mi cama y empiezo a dar vueltas por la habitación. Me pare frente al espejo y hago trenzas en mi cabello para luego deshacerlas y empezar de cero. Bajo al garaje con intención de sacar mi auto a dar una vuelta y luego vuelvo a subir hasta mi habitación, arrepintiéndome. Luego vuelvo a bajar y entro al gimnasio para pasar veinte minutos trotando con mucha fuerza en la cinta. Salgo de la mansión y me voy a Little Garden; me arrepiento y vuelvo a mi habitación.
Así hasta las cuatro y media, que es cuando empiezo a enloquecer de verdad.
En ese momento entiendo muy bien el dignificado de esa «jaula de oro» que menciono Mateo. Me siento atrapada en mi habitación y, cuando salgo de ella y las paredes de la mansión, me siento atrapada en los terrenos de Hamilton Paradise. Si solo saliera de aquí, me sentiría atrapada en New Adventure. Me sentiría ahogada en el planeta Tierra.
Elijo moverme a enloquecer, pero necesito una coartada. Se supone que no podemos salir de Hamilton Paradise sin una escolta, pero sé que Ana siempre encontró la forma de fugarse para ver a Connor y estoy segura de que yo misma lo use en su momento, pero como no puedo recordar por donde es ese camino a la libertad, decido preguntarle a Clare.
—Necesito salir —digo a modo de saludo, mientras entro a su habitación.
—Dile a Denovan —responde, mirando una serie en Netflix.
—No es esa clase de salida. —Me mira con confusión—. Quiero salir yo sola.
—Sabes que debes salir siempre con uno de los guardias —responde, negando con su cabeza.
Ahora no es buen momento para preocuparte por mi, hermanita.
—Estaré cerca —intento convencerla, mientras cierro la puerta a mis espaldas—. No me alejare mucho, solo... solo necesito salir de aquí por un rato.
Algo en mi rostro debe haberla convencido, tal vez los signos de la locura que siento que me empieza a embargar con rapidez son mas claros de los que pensé, pero termina aceptando y levantándose de su diván para salir de la habitación conmigo.
—Supongo que lo que sea que quieras hacer lo harás sola —dice, mientras bajamos las escaleras al primer piso—, por lo que necesitaremos sacar tu Lamborghini, lo que dificulta un poco las cosas.
Bajamos al garaje y tomo las llaves del mi auto, nos subimos en el y conduzco (cosa que no sabia que recordaba hacer) hasta las rejas de entrada a la mansión. El guardia se nos acerca y bajo la ventanilla del copiloto, Clare le da su mejor sonrisa.
—Tenemos que ir a Hamilton Company —dice con inocencia, mostrando sus hoyuelos—. Padre sabe que vamos y tenemos prisa por llegar con Isabella —agrega.
—Lo siento, señorita Clare, pero sabe que debo seguir el protocolo —dice el guardia para luego caminar de regreso a la casita junto a las rejas.
Entonces sé que no podre salir de aquí y el pánico empieza a nublar mi vista. Si ese hombre llama a Lucían, él dirá que mentimos y nos hará volver a la mansión para poder regañarnos. Clare pone una de sus manos sobre las mías, que aprietan con fuerza el volante.