Amnesia

46

Ana Dominé

Cuando llegue a New Adventure con Connor, apenas estaba entrando la noche porque el piloto resulto mucho mas rápido que el anterior, así que solo pase de paso por el apartamento de los Wells y luego Connor me llevo a Hamilton Paradise en su auto.

El guardia al verme abrió las puertas de inmediato y nos dejo ingresar, compre varias cosas que sé que harán gritar de emoción a Clare y a Leah, hasta conseguí algunas prendas para mi madre y Lucian.

Connor me deja en la entrada, le doy un beso de despedida luego de que me ayudara a bajar las bolsas del maletero y me adentro en la mansión mientras el ronroneo del auto se hace lejano. Busco en la cocina y en las dos salas del piso de abajo y luego voy a las habitaciones de arriba. La de mi madre esta vacía al igual que la de Leah, solo Clare se encuentra donde debería estar.

Se alegra al verme y se contenta mucho más al ver las tres bolsas de ropa que traje para ella de California, me contó lo que paso con Leah y me preocupe por mi otra prima hasta que me mostró su computadora con el rastreador del auto de Leah encendido. Esta dando vueltas por el centro de la ciudad, parando en tiendas y en parques por pocos minutos y luego volviendo al ruedo.

—Si la hubieses visto habrías hecho lo mismo que yo —replica Clare después de que la regañe un rato por dejar salir a Leah sola y sin nadie de seguridad en el auto con ella.

Luego le pregunte por mi madre y me dijo que estaba con Lucian en el despacho del piso de abajo. Dejamos las bolsas de Leah en su habitación en el camino hasta allá y nos adentramos en el corredor.

—Se morirá de la emoción cuando vea la cantidad de ropa interior de Onore y Felicitá que le conseguí de la nueva colección —digo, mientras tomaba la manija de las puertas dobles del despacho.

Entonces escucho las voces.

Dos de ellas las distingo de inmediato, las he escuchado muchas veces en mi vida como para no hacerlo, pero ¿quien es la otra persona que se encuentra allí?

Pego mi oído a la madera de la puerta y le hago una seña a Clare para que guardara silencio un momento. Entonces escucho mi nombre en la conversación y pego más la oreja mientras mi curiosidad aumentaba rápidamente.

Ana es lo mejor de mi vida y no puedo amarla menos. Cuando la tuve era una niña egoísta y preocupada por lo que diría su madre y su hermana al saber de quien era hija Ana... —¿Que?

Puedes enmendar todo ahora —le responde la voz que aun no logro identificar—. Tienes que contarle la verdad a tu hija.

¿Hija?

No se como hacerlo —escucho a Isabella, parece que esta llorando—. No es el momento tampoco, Clarissa acaba de morir y...

¿Que es lo que tiene que ver mi tía en todo esto? ¿Que esta pasando?

Han pasado demasiados años, Bella. Es ahora o nunca.

¿Que quieres que le diga? ¿Que me acosté con el novio de su tía y luego cuando ella nació, no pude aguantar la culpa que sentía y por eso la abandone?

—¿Que tu hiciste, qué? —digo mientras abro la puerta de un tirón.

Isabella esta inclinada hacia un hombre con el cabello castaño, con los ojos enrojecidos y llenos de lagrimas. Lucian esta en su silla de ruedas, mirando toda la escena con los ojos agrandados con horror al vernos a mi y a Clare en al puerta. El hombre al que esta inclinado Isabella se da vuelta sobre su asiento y reprimo un jadeo al darme cuenta que es Auguste, el hombre al que fui a visitar por la pista de James Hidalgo.

A su lado esta Sophie, mirando todo como si se sintiera dolida por la situación.

—¿Te acostaste con Lucían? —digo, clavando la mirada en Isabella,

—Ana —murmura ella con voz queda—, ¿que estas haciendo aquí?

—Bueno —digo, controlándome para no gritar—, resulta que quise llegar mas temprano para darles una sorpresa, pero ahora creo que la sorprendida fui yo. Responde la pregunta —agrego, porque necesito saber esto ahora.

—Puedo explicarte —dice Isabella mientras se levanta de su asiento.

—¿Que me vas a explicar? —digo, sintiendo como mi estomago se retuerce—. ¿Lo hiciste o no?

Isabella, la persona que me rescato del infierno donde vivía en París, la que me acobijo y me apoyo por años, baja la mirada al suelo, alejándola de mi mirada y entonces lo sé. Sé que lo que acabo de escuchar es cierto.

Mi estomago se retuerce con fuerza y tengo que tragar varias veces para que la bilis no salga expulsada de mi.

Lucían e Isabella.

Lucían e Isabella.

Esto tiene que ser una muy mala broma pesada.

—¿Lucían es mi padre? —pregunto, temiendo la respuesta.

Isabella asiente con su cabeza sin mirarme a la cara, y es todo lo que mi mundo necesita para caer en un millón pedazos ante mis ojos.

Si ella responde algo, si yo digo algo, si alguien dice algo, en realidad no lo sé. La parte de mi cabeza que debería registrar ese tipo de cosas se ha quedado en segundo plano y no estoy segura de nada sobre eso, solo puedo pensar en todo lo que he visto y vivido.

Millones de imágenes pasan ante mis ojos, rápido como una película adelantada.

Mis pocos recuerdos en el L'orphelinat de Sainte Maria; los salones grises de los orfanatos comunitarios; los muchos recuerdos oscuros de la casa de acogida; los niños que eran como mis compañeros de celda, porque eso es lo que era para mi esa casa de acogida, una celda de la que me dejaban salir poco; las visitas a la panadería para oler el aroma del pan recién hecho que salia por las ventanas del local de la esquina; el manzano que estaba en el patio de una de las casas de acogida, donde las niñas decían que se había ahorcado una mujer hace muchos años y que ahora su espíritu rondaba por allí; la paliza que le dieron los niños grandes a un niño mas pequeño bajo la sombra de ese manzano, entre las manzanas podridas que caían en el césped.




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