No disminuyo la velocidad de mis pasos en caso de que se le ocurra cambiar de opinión y arrancar justo cuando estoy a dos metros. Eso sería demasiado cruel de su parte.
Pero no lo hace. Y me sorprende.
Seguramente es un ángel manejando el autobús.
Estoy exagerando, pero después de todo lo que me ha pasado aquello es una bendición.
Subo bastante agitada, llorando en mi interior por la impresión que probablemente estoy causando a las personas que están sentadas allí.
Cuando observo al señor que maneja, me sorprendo mucho más de lo que ya estoy por su gentileza. No es un señor, sino un joven que me observa de una manera… especial. Definitivamente no esperaba encontrarme con alguien así del otro lado del volante.
Aparenta rondar los veinte años. Su cabeza está cubierta de rizos negros bastante alborotados y tiene una leve barba en la barbilla.
—Muchas gracias por frenar —le digo con una sonrisa instantánea que surge al darme cuenta que el día no está echado a perder.
Respirar se convierte en una tarea bastante complicada luego de haber corrido esas pocas cuadras. El ejercicio no es lo mío.
Busco el dinero que tengo en el bolso y le pago.
—No es nada —articula dándome el boleto de pasajero.
—No, en serio. Si no frenaba hubiese llegado tarde —trato de explicarle lo importante que ha sido aquel gesto para mí, sin darme cuenta de lo exagerada que estoy quedando—. Gracias —mascullo comenzando a avanzar por el pasillo.
Me apuro a llegar a un asiento libre antes de irme de bruces al suelo. Pero no sucede, porque de nuevo me espera y una vez que me siento pone primera.
Al parecer el destino no está completamente en mi contra.