Captura mi atención.
Corre, corre muy fuerte. Cuando llega a la esquina y gira su cabeza, la decepción se instala en su rostro de una manera muy notable. Aun así continúa corriendo… y yo sé que no llegará. El semáforo ya ha dado luz verde y ella ni siquiera ha llegado a mitad de cuadra.
No siempre estoy de buen humor como para detener el autobús y esperar a los que parecen haberse olvidado del reloj. Mi lema es: si yo soy puntual, usted también séalo. Y me rijo por él estrictamente.
Pero con ella parece ser diferente.
Cuando llego a la parada decido frenar y esperarla.
Tarda menos de un minuto en abalanzarse agitada hacia la puerta y agradecerme aquel gesto inesperado, también para mí. Me agradece de una forma muy entusiasta y con una sonrisa en su rostro.
Me obnubila.
Su sonrisa.
Tantas sonrisas que cruzan mis días… y sólo la de ella…
Quizás sólo estoy exagerando. Quizás sólo ha sido la forma en la que me lo ha dicho o la importancia que le ha dado a tan sencillo acto. Parece ser que todo dependía de que yo me detuviese. Yo… el chofer del autobús en el que debe ir.
Quizás sólo estoy exagerando, pero espero a que se siente antes de arrancar. No entiendo por qué lo hago. Un impulso tal vez.
Quizás sólo estoy exagerando, pero cuando noto que uno de los espejos enfoca su asiento, una sonrisa se escapa de mi rostro de manera inevitable. Cada tanto mi vista vuelve allí, como si de un imán se tratase.
Con el correr de los minutos advierto cómo su semblante cambia a medida que avanzamos.
¿Dónde irá?
Parece muy preocupada, algo asustada. Está muy nerviosa, se refleja en ese rostro que minutos antes me ha sonreído con pura luminosidad.
Despejo mi duda cuando unas cuadras antes de llegar a la universidad, se pone de pie. Mi corazón da un vuelco cuando encamina hacia el frente. ¿Acaso no ha leído el cartel que indica que deben bajar por la puerta de atrás?
Y si no lo ha hecho, tampoco voy a reprochárselo.
—Para volver, ¿dónde es la parada? —me pregunta haciendo que casi olvide que estoy conduciendo.
Logro recomponerme para pensar en la pregunta y poder encontrar una respuesta.
—De la esquina, dos cuadras al norte —contesto agradecido de no errar el pedal de freno y de haber podido pulsar el botón para que la puerta se abra.
—Gracias —me dice caminando hacia la salida.
—De nada —respondo permitiéndome sonreír.
Se da vuelta.
Me mira…
Y sonríe.