La extraño y me siento un idiota por eso.
Me siento un idiota porque ni siquiera la conozco, no sé su nombre o algo más sobre ella que no sea dónde estudia o la belleza que la acompaña.
Me siento un idiota porque a pesar de no conocerla he dejado que alegrara mis mañanas, mis días… y ni siquiera he tenido el valor para hablarle.
Me siento un idiota porque me limité a observarla de lejos, mientras rogaba que algún día las circunstancias se presentaran de una manera diferente… de una manera que me permitiesen decirle algo más.
Y me siento un idiota porque he tenido un mes completo, lleno de oportunidades para cambiar las cosas y lo dejé pasar. Un mes en el que sus saludos matutinos me alegraron, un mes en el que ignoró aquel cartel y bajó igualmente por adelante para saludarme, un mes lleno de sonrisas y ganas de levantarme cada mañana… sólo por ella.
Y ahora ni siquiera sé si volveré a verla.
De sólo pensar en esa idea siento que la oscuridad vuelve a consumirme y que las estrellas de mi propio cielo comienzan a desaparecer, como si se tratasen de pequeñas velas que se apagan con la brisa que me deja su ausencia en cada día que pasa.
Y es que con su ausencia sólo tengo tormenta y un cielo gris que ruega por la calidez de su sol… porque sin ella, siento que mi mundo no brilla.