Después de un mes de cursos de ingreso, haber tenido dos semanas de vacaciones antes de empezar las clases fue de lo mejor.
No he dudado un segundo en armar la valija para volver a mi pueblo; donde me encontré con mi familia, mis amigos… mi espacio. Haber visto que todo sigue casi igual que cuando me he ido, me ha llenado de felicidad. Pero la hora de volver ha llegado más rápido de lo que me esperaba.
Y el despertador del día lunes no tarda en sacarme de mi profundo sueño.
Desde el día en que me dormí, he empezado a poner tres alarmas con una diferencia de cinco minutos cada una… No pienso volver a quedarme dormida.
Esa mañana cuando tomo el bus me sorprendo mucho por el cambio de chofer. El joven amable, de los rulos rebeldes y la sonrisa con hoyuelos ha sido reemplazado por un viejo serio, con cara de pocos amigos.
Esta vez el cartel me agradece que baje por atrás, como corresponde.