Cuando la veo doblar por la esquina es imposible disimular la alegría que me ataca y luego, cuando está cerca de mí, me es inevitable decir algo.
Las palabras salen de mi boca sin que me dé cuenta.
—Esta vez te has salvado sola.
Sus ojos se posan en los míos apenas termino de pronunciar la oración. Observo su reacción y siento que su rostro se ilumina por completo… aunque cuando ella sonríe no sólo se ilumina su rostro, tomo mi mundo lo hace.
—Casi tienes que esperarme de nuevo —comenta más animada pero casi tan agitada como el primer día que la vi. Me genera mucha ternura.
Me limito a sonreír y recibir el billete. Sus dedos rozan con los míos y mis pensamientos se dirigen allí, como si el mundo entero se resumiese en ese encuentro.
Se dirige a su asiento, vuelvo a esperarla como en los viejos tiempos de dos semanas atrás, y busco su rostro en los espejos.
Ha vuelto. Ya nada puede salir mal.
Ya no necesito nada más.