Amor, caos y suerte

+ Capítulo 8 +

Sábado 29 de octubre, 2016.

 —¿Qué haremos en nuestro primer día en Canadá, Clover? —pregunta emocionado mientras se pone unas gafas muy de acuerdo a su personalidad. Torcidas y bufonas.

Lo miro a ver si es cierto que sigue dirigiéndome la palabra. 

—Serías un golden retriever, te juro que sí… pero uno cagado.

—Siento que serías un Husky. No sé, te ves… feroz como un lobito, pero eres extremadamente cutie.

Ya tenemos nuestro equipaje y todo. El viaje por lo menos lo ayudó a él a soltar esa actitud; yo aún no me puedo quitar el momento con Adam de la mente.

¿Habrán continuado…?

¿No le importunó verme… verlo?

—¿Cutie? —pregunto con asco— ¿Escuché… cutie? —me detengo de caminar y lo miro.

—Cutie —confirma.

Uno… Dos… Tres… 

Quedo pasmada y comienzo a presionar mis dientes contra sí mismos. ¿Lo ha notado? ¿Por qué me mira así? Parece que se ha hecho consciente de lo que me hace y eso consigue hacerme perder más la paciencia; si saber qué el me provoca algo me da rabia, ¡Qué él mismo lo sepa es aún más asqueroso!

—¿Estás bien, Clover? Te pusiste… pálida —inicia—, sé que no quieres escucharme… pero, lo lamento, lamento haberte lastimado y no entender que aunque aceptaste quizás eso te podía seguir lastimando. Hacerte doler y llorar no me hace feliz y jamás lo haría… solo quiero saber qué… hice.

Cuatro… cinco… seis…

—Pero de verdad aún no entiendo por qué estás enojada conmigo…

Respirar profundo no me hace sentir mejor. No me hace sentir mejor nada. Sigo sintiendo la rabia ahí y el dolor también. 

—Bruja…escúchame, por favor…

—¡No me llames así! —grito. Él no tiene el derecho de llamarme así, no tiene el derecho de tomar mis recuerdos, mis sentimientos, la parte de mí que menos puedo controlar y hacer lo que le dé la gana, como siempre hace, con su sonrisa, sus juegos, su cabello tan malditamente sedoso y sus ojos tiernos. ¡Cómo malditamente lo hace ahora mismo!

Las Russo y las amígdalas infectadas se nos quedan viendo; Asher y Hayes evitan el contacto visual. Que lindos ellos, no disimulan que somos el centro de la atención del pequeño tumulto que formamos en el amplio aeropuerto.

—Oh, vamos… —susurra apenado por la atención.

Aún no sabe qué me dolió.

¡Él no sabe qué me dolió, pero explícitamente me escuchó el día de la discusión en casa de su hermano mayor!

Demien me toma del antebrazo, lo que no me deja ir; mi corazón andando a mil por hora hace que la adrenalina del momento suba como si fuera sinónimo de correr por mi vida, aunque estoy estática… estática sintiéndome herida. 

Desde que Hayes se fue comencé a sentirme herida por cosas que creía que jamás volverían. Pero, ahora Hayes está aquí… y yo igual estoy sangrando sin mostrarlo. Eso siempre estuvo en mí, entonces.

—No me toques… —murmuro entre dientes.

—Clover, eres mi bruja.

—Cállate… —vuelvo a murmurar.

—Y yo era tus botas rojas —comienza a atarearse—, ¿Recuerdas? En navidad, cuando le robamos las botas de tacón a tu madre y las pintamos de rojo con pinturas en aerosol, yo me las puse y te vestiste de bruja. Las llenamos de lodo porque corrimos  un montón en el patio. Hannah se enojó mucho, pero entonces… —se calla de repente.

—Entonces papá nos subió al auto y condujo hasta la feria… Ese día dormimos en casa de tus abuelos, porque papá dijo que deberíamos estar lejos… —sonrió levemente— Fue el mejor Halloween.

—Me veía diva con esas botas —dice.

—Me divertí mucho ese día…

No puedo parar la risa que sale desde dentro de mi pecho.

—Amaba a la bruja de Oz.

—Te extraño —me dijo.

Desde que mi padre se fue de casa solo he llorado dos veces; la noche después y cuando Hayes me llamó… No dejaré que las lágrimas salgan por Demien.

—Te extraño —repite—, extraño hasta tu caos.

—No, extrañas… tenerme a tu lado, orbitando a tu maldito alrededor como si fueras el sol —digo en voz baja, porque entiendo por qué se me acerca—, extrañas como me sentía suertuda de tenerte, pero no… no era así, tú tenías suerte de tenerme…

—Sí… tenía suerte de tenerte, Clov, y no quiero perderte —dice, y me ilusiono, pero sé que no lo hace porque de verdad lo sienta, sino porque quiere hacerme creer eso, quiere hacerme creer que de verdad significo algo, quiere debilitarme, verme a sus  rodillas, verme sin poder, verme aferrada, como mamá a papá… eternamente sufrida por su ausencia.

—No me extrañas —gruño y lo enfrento mientras el veneno espera por salir por mi boca y entonces no puedo evitar señalarlo con mi dedo índice, haciéndolo dar un paso hacia atrás—, no lo haces porque no se extraña algo que nos vale mierda.

El pelinegro delgado me mira confundido, como si fuera algo que quiere descifrar, como si yo no lo entendiera; cuando es todo lo contrario, lo entiendo tan bien que sé sus movimientos. Además, es un hombre, es parte de su biología querer dominarnos.

—Te extraño más de lo que él… —inclina su cabeza señalando a Adam, quién comienza a acercarse a nosotros… con Julia—. Parece que está muy bien con tu ausencia.

Mierda.

Se estruja el pecho, como si un elefante decidiera acostarse ahí.

—¿De qué mierdas hablas?

—Creéme, me molesta igual que a ti —murmura—  . Y sí, te extraño. Te extraño porque eres lo único que siempre he querido ininterrumpidamente. 

—No quiero que me quieras así —digo.

Como amiga.

—¿Quieres que te quiera como te quiere él? —me dice Demien.

Levanto la mirada…

—Clover, es bastante obvio —masculla—. Son obvios, tú y él, no sé qué mierdas están haciendo ustedes, pero están ligando demasiadas cosas. Adam no es hombre de juegos. 

—Adam no tiene que ver una mierda.

—¡Pero yo sí! ¡Tengo todo que ver! 

Como que a mi me importa.




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