Amor, caos y suerte

+ Capítulo 32 +

 Domingo 11 de diciembre 2016 

Adam

Entro al bar.

Hayes quiere evitar que entre pero hace tiempo logré identificar… a Clover.

Mi corazón palpita más fuerte que de costumbre y mis ojos comienzan a arder por el humo del lugar. Fuman como chimeneas.

—No creo que deba entrar…

—Ya estoy aquí.

—No es su ambiente, profesor. Yo la busco.

—¿Quién es ese tipo?

Hayes se queda en silencio y entonces vuelvo a  preguntar aún con el ambiente cargado de contaminación auditiva.

Él no me responde y yo sigo viéndolos. Ella se ve libre. 

El rubio besa el cuello de Clover… y mi bruja no lo detiene.

—Mikal.

—¿Qué pinta él? —pregunto con dolor en el pecho.

—Es su… 

—¿Novio?

—No —responde—, es más su amigo…

Restriega su cuerpo con una sonrisa. Y él la recibe besando partes de su cuerpo que amaría que fueran solo mías… 

Mierda, Clover… estuve a punto de sacrificar todo por tí…

—Amigo con privilegios.

—¿Lo sabías? 

—Creí que… habían terminado ya.

Camino hasta la bruja con la sangre ardiendo. Las personas que bailan como si fueran a tener una convulsión lo hacen difícil, pero llego ante ella. No me ha visto aún, ni se sospecha mi presencia. A unos pasos de su tambaleante cuerpo comienzo a perder alguna que otra agalla, no quiero enfrentarla, no quiero decepcionarme; pero, como he expresado miles de veces, no soy alguien que no responda por sus acciones o que le huya a una situación.

Quiero preguntar muchas cosas, pero sé las respuestas a todas.

Quiero pensar que es un malentendido, pero no ha hecho nada que mi mente no crea.

Quiero abrazarla, sacarla de este lugar, pero no se saca un oso de madriguera ni a una mujer de sus decisiones.

Y ella ya eligió.

¿Qué podría yo hacer si ella quiere estar aquí? Es su lugar entonces. 

¿Y yo que soy?

Nada importante, entiendo.

¿Habrá hecho esto antes, ir dónde mí y cuando se aburriera irse tras de este chico?

Vaya codiciosa.

Su cuerpo está libre, en una camisa abierta en los pechos, abierta y pantalón corto; amo cuando se viste así porque se ve libre, porque se ve descansada, porque se ve… Clover. Pero ahora se ve de alguien más y eso me parte en pedazos. 

Clover me deja en ruinas.  

Que idiota he sido.

—¡Clover!

Y ahí me mira. 

Ella es ella.

Ella es esto.

Ella se ve feliz.

Quiero llorar, ¿Quién soy yo para pedirle que no sea así, si así es feliz? 

Y supongo que ese otro chico la conoce mejor. Y le da la libertad de ser eso. 

Ambos nos derrumbamos cuando me acerco. Queda estática y por un momento veo la confusión y el arrepentimiento en sus ojos. La Clover que veo, mi Clover, entonces se le aguan los ojos; porque esa sí es la que, por lo menos, siente gracia hacia mí y sabe que me ha perdido. Me sigo acercando y no siento nada, nada por mí ni por ella. Solo dolor. Es como si me hubieran anestesiado.

Sé que es temporal, me doy unos pocos y míseros minutos antes de que me rompa en llanto como nunca en mi vida. Mientras, aprovecharé la insensibilidad como impulso para destrozar lo único que en serio me había hecho feliz en toda mi vida.

—¿Qué haces aquí…?

—Nada —la interrumpo cuando va a hablar—. Vamos afuera.

Esto no es lo que quiero, lo sé. La quiero a ella, pero sé que ella no me quiere a mí, al menos no como yo la quiero a ella.  De la misma manera, aunque recuerdo muy bien cuando me dijo que me amaba… ahora sé que fue de la manera más infantil y pasajera posible. ¿No debió decirme algo el hecho de que debía tener el alcohol por las nubes para decirlo…?

Tomo a la persona que jamás pensé que podía tener tanto poder sobre mí por la muñeca y la saco del lugar, él chico simplemente se queda como si fuéramos alguna telenovela, ¿Por qué no le importa?  ¿Acaso él era uno más también? ¿Cómo no le importaba esto en lo más mínimo? 

Salimos del bar. Al estar afuera de ahí, paro mi caminar en la acera y ella, borracha, choca contra mi cuerpo. Ni siquiera sabe de ella misma ahora.

Yo no me voy a acoplar a este estilo de vida.

A tener que irla a buscar ebria a bares.

A saber que está bailando con otro. 

A esto.

No me acoplaría ni aunque quisiera, y no es ni cerca lo que quiero, ni mucho menos lo que aceptaré. Tampoco puedo hacer que no sea ella misma. Pienso en eso y al final simplemente entiendo una verdad: no vamos a funcionar.

No es falta de querer, de eso estoy seguro.

No puedo pedirle, ni siquiera, que sea algo que no quiere, así que desde su libertad me enseñó a rendirme.

—Adam… —sus antes derrochadores de ternura y azules ojos me miran como si fuera algún cachorro mojado y arrepentido de sabrá Dios qué. Pero, como dije, no logro sentir nada.

Su cuerpo porcelano está cubierto de una delgada y casi imperceptible capa de sudor, me recuerda a aquella vez que la encontré frente al lugar aquel vomitando.

—No estaré haciendo esto, no estaré de esta manera, Clover —al decir su nombre se incorpora un poco —. Ni de coña seré tu padre. No voy a ser tu padre. 

—¿Qué?

—Esto… eres bastante grandecita como para saber las cosas, y no voy a poder andar tras cada paso cuidándote si buscas lugares como este…

Esto de andar tipo padre evitando que haga estas cosas, cuidándole el culo cada vez que las hace y soportando sus pendejadas… 

Me parece insostenible.

Ese es trabajo de su padre, no mío. Entiendo su deficiencia paterna, pero yo no puedo llenarla.

—No voy a ser tu padre —repito desafiando con la mirada—. No voy a andar detrás de ti… porque… te veo como mi pareja.

—Espera… ¿Pareja? —pregunta ella.

—¿Por qué suenas sorprendida? 

—¿Desde cuándo somos pareja? —se aleja unos pasos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.