Amor, caos y suerte

Especial 1

Han pasado tres meses. No recuerdo ni una sola vez en la que haya estado contando los días de esta manera, esperando a que quizás deje de sentirse como antes. Pero aquí estoy, tres meses y dos días.

—¿Qué haces? —pregunto por llamada.

Dejo caer mi cuerpo sobre el sofá de mi oficina, antes ocupada por mi retirado padre que disfruta en algún crucero por el caribe. Son los primeros cinco minutos desocupados de este día.

—Hago entregas para un restaurante.

—Lissy…

—Solo es un tiempo, en lo que consigo otro trabajo, Adam —me dice. Se escucha cansada, al igual que yo —. Luego de que Hannah Bloom me despidiera tengo que hacer esto mientras pueda.

—¿Comiste?

—Obvio —sé que miente.

—Debo irme, Liss. Tengo que entrar a una reunión. Asegúrate de comer.

—No eres mi padre, Adam. No seas tan paterno, por eso se enamoran chicas con daddy Issues.

Tomo mi maletín y salgo de la oficina. Algo que he aprendido es que esto de ser el CEO de la empresa de papá, CEO en entrenamiento, como él dice, es más que vigilar o hacer planes de publicidad, es buscar soluciones, analizar problemas y competencias, es ver las cuentas del lugar y más, siempre habrá algo que mejorar, manejar o analizar; hundirme en trabajo suele ayudarme, así que no me quejo.

Es lejana la última vez que tomé una ducha caliente y tranquila, o que me comí un plato de comida sin prisa. Todo tiene un tiempo límite, todo tiene un horario estipulado. 

¿Seré psicorígido? Es muy probable, pero también sé que a la fuerza aprendí a mantener todo controlado, estructurado y disciplinado; es mejor así. Creo que ella fue lo único que se sale de eso, solo a ella le permití quitarme el autocontrol.

Y vaya que lo perdí.

Llevé todo demasiado lejos…  

—Señor —me saludan los de la sala a la que entro. 

Los números de los que me hablan se ve muy interesantes, porque analizarlos me saca de sentirme tan decepcionado de todo. Se me dificulta aceptar que aún me late una esperanza que he ahogado en su mayoría, pero sí, aún late y eso me mantiene en una constante expectativa que termina rota.

Clover no es mujer de pedir perdón, dar explicaciones o decidir cambiar para tener una vida aburrida y monógama, o al menos, emocionalmente calmada, como es lo que yo quiero.

Quiero hablarle, sí. Quiero hablar con Clover… pero ese pequeño sesgo, lapso y desliz en el que esperé cierto compromiso de ella se acabó. 

Entendí que no puedo exigirle que me de algo que ella no quiere o no puede darme, pero yo tampoco puedo obligarme a mí mismo a no tenerlo.

Me toca esforzarme, pero lo acepto con dolor: quiero tener una pareja, conocernos, que tengamos la pasión, sí, pero que a su vez sea mi lugar pacífico, dónde no tenga que tener todos los días el miedo de no saber con qué me encontraré, sino que… A mí no me atrae tener una relación llena de drama. Los juegos son interesantes, pero lo que más me atrae es la estabilidad, es el saber que no importa qué, siempre habrá algo a lo que puedo regresar, alguien a quién acudir. Quiero dar, pero también recibir eso.

Aceptar mi lado sensible con mis padres derrumbó una pared que no me dejaba entenderlo y… es así, es lo que soy. Soy un hombre cuyos ojos no se llenaron por el mayor puesto en la empresa multimillonaria de mi padre; tampoco decidió esperar a que Lissy, la primera persona que amé, sintiera que ya era momento de darnos tiempo, sino que la superé, por no mendigar amor; no me caí ante la belleza hipnotizante e innegable de Violet y decidí terminar al no ver un futuro para ambos. Sí, me hace feliz estar aquí, con todo esto a mi mando, pero era igual de completo cuando a mi nombre solo estaba ese auto de bajo consumo y un par de cervezas en mi nevera.

Qué difícil. Clover es aquello que me sacudió, el drama me parecía merecedor de mi tiempo, las peleas parecían necesarias para conocernos, lo no seguro se veía como un proyecto a futuro, algo que podíamos construir… Podría insistir.

Pero prefiero resistirme a eso. Prefiero retirarme.

Ese fue uno de mis errores.

El otro fue haberme acostado con Violet aquel día, eso no era algo que debía hacer. Por más dolido y borracho que haya estado, no soy alguien que vuelve a donde decidió irse.Y aunque todo fue aclarado previamente, le dije cómo me sentía y lo que específicamente no significaba eso, ella se ha enganchado, aquello que parece no haber entendido, porque tengo que ignorar otra llamada de ella.

—Pueden comenzar a dar los reportes —insto. Luego intento concentrarme, pero tengo una leve jaqueca. Aún así, logro ver los lugares dónde hay déficit, ya que mi cerebro hace el trabajo de manera automática —. Esperen, esperen. Esas cuentas en la planeación de la apertura de la sede central en Londres, ¿Quién dijeron que era el encargado?

—Jim —dicen repitiendo.

—Jim tiene una esposa recién parida —digo. Recuerdo muy bien que me solicitó personalmente una licencia paternal, porque quería pasar junto a su mujer e hijo el primer mes; cosa que es más tiempo del que la ley estipula, pero es un trabajador eficiente y a mi me parece hasta poco tiempo para cuidar y pasar con su familia —. ¿Él aceptó?

—Aún no se le ha notificado, señor. Lo elegimos por ser el que posee la maestría en Publicidad Corporativa. 

—Jim solo podrá tomar esa sede en caso de que su esposa acepte mudarse con él y la empresa les proveerá una residencia y trabajo para ella, además de guardería para el bebé, que debe tener mínimo seis meses de nacido; lo que significaría mayor gasto y además retardar la inaguración unos meses hasta que el niño cumpla el plazo. 

—Señor…

—No vamos a sacar a un hombre de su hogar, para hacer una empresa. Jamás. No seré el responsable —zanjo. 

Y vuelvo a ignorar una llamada.

—Quédate con mi celular, si es Violet, cuelga —le susurro a mi asistente —, ya tengo suficiente.




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