Amor de mafiosos

Capítulo 20

Dina

 

En la pantalla aparece un número desconocido. Lo pienso por un segundo y pulso "Responder". Reconozco la voz lo de inmediato: una delicada campanilla plateada.

— Dina, hola, soy Lana.

Callo y miro estúpidamente a la pared. ¿Bueno, Lana y qué? ¿Debo desmayarme de la alegría?

— Tenemos que hablar.

— Si tienes que hablar, habla, — trato de que la voz suene lo más distanciada posible.

— Esto tiene que ver con Max.…

Es como si me echaran un cubo de agua encima. Lana propone que nos reunamos en un restaurante, pero yo me niego, así que quedamos en una cafetería del parque central.

Me pongo un vestido nuevo, me recojo el pelo en un moño. Lana ya está esperando sentada a una mesa en la sombra de los castaños. Me acerco y me siento en silencio a la mesa, espero.

— Quieren eliminar a Maxim, — dice Lana a media voz. — No preguntes quién, no te lo diré de todos modos. Pero lo escuché con mis oídos.

Ahora puedo verla mejor. Lana es increíblemente hermosa, pero ahora no produce el mismo efecto que en el Club. Si la lavaran, probablemente parecería más joven que con tanto maquillaje caro y de alta calidad. ¡Y con este calor!

Sé lo que siente Lana por mí, a ella, una chica tan hermosa la cambiaron por una estudiante mocosa y mal vestida.

— Dina, tienes que ir a la policía y contar que Maxim mató a su tío. Es necesario que lo arresten.

— ¿Y qué tiene que ver Maxim con esto?, — me sorprende de manera bastante natural.

Lana prende un cigarrillo.

— Si encierran a Max, no llegarán a él en la cárcel. Esto es muy serio, Dina, le dieron el encargo a un sicario duro. No es de los nuestros, es forastero.

Los dedos que sostienen el cigarrillo tiemblan, ella está realmente preocupada por Max. Pero algo suena dentro de mí, algo oscuro, turbio, que no me permite creer hasta el final.

— ¿Y por qué no vas tú misma y no declaras?

— En primer lugar, yo no estaba allí, — Lana sacude nerviosamente las cenizas en un cenicero de vidrio, —en segundo lugar, no quiero que me rompan el cuello. Y en tercer lugar, él ya no está conmigo. Me dijo que tú eras su chica amada, y yo soy personal de servicio.

Y apaga bruscamente el cigarrillo. Me quedé con la boca abierta.

— Por supuesto, actúa como consideres necesario, — Lana toma un sorbo de café —, pero si lo amas, tratarás de salvarlo. Ahora será mejor que esté bajo investigación. Por eso fue que te llamé, no creas que me causa placer ver a la que me quitó a mi hombre amado, y más, a alguien como tú.

A regañadientes, admito que tiene razón. Pero en el fondo del alma me devora el gusano de la duda. ¿Es porque ella está tratando de lastimarme otra vez?

Me levanto, quito un mechón suelto que cayó sobre mi frente y respondo con moderación:

— Gracias por la información, Sveta, pensaré en lo que hay que hacer. Yo tampoco estoy feliz de verte, espero que sea la última vez.

Siento que la mirada llena de odio de Lana me quema la espalda, pero no me importa. Ahora tengo que pensar en lo que ha dicho y tendo que pensar con mucha atención.

***

Camino lentamente por la alameda central, reflexionando sobre las palabras de Lana. El primer impulso fue ir corriendo a la policía y contar todo lo que sé y lo que me imagino. Pero los primeros impulsos no siempre son los más correctos…

Me siento en un banco y me meto las manos en el pelo. Quién sabe qué les interesará más, ¿la vida de Maxim Domin o la identidad del sicario forastero?

Encuentro en la bolsa la tarjeta de visita del capitán Yaremenko . El departamento donde él trabaja está muy cerca. Lo que no sé, es si entre las obligaciones del capitán Yaremenko está salvar la vida  de Maxim.

Me levanto y camino, moviendo lentamente las piernas. Sé perfectamente que Max me odiará después de esto. Recuerdo al Alemán y a Jana. La novia del Alemán lo entregó a un oficial de la policía, y luego la información cayó en manos de otra gente.

 Sin embargo, todo esto me parece una tontería, ¿el Alemán era tacaño para su novia? Él quería casarse con ella. Y lo que es más importante, ¿y si ella acudió a la policía como yo, para salvar al hombre que amaba y resultó que lo hizo caer en una trampa?

¡Qué difícil es cuando estás sola y no hay nadie a quien pedir consejos! Mis propios pies me llevan solos al edificio, en cuya entrada cuelga el letrero necesario.

— Hola, joven, ¿usted vino a verme?

Me vuelvo. Detrás de su bigote, el capitán Yaremenko sonríe alegremente, pero algo en su rostro inspira una vaga e inconsciente inquietud. En mi pecho, como una serpiente, se arrastra algo pesado, voluminoso, incómodo. Y luego, fue como una visión. Arrugo la tarjeta y escondo las manos detrás de la espalda.

— No, sólo iba caminando por aquí. Que tenga un buen día, Oleg Evgenievich — y giro bruscamente hacia atrás.




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