Amor de padre

Reconociendo a mi hijo: Capítulo II

Como dijo Pablo, a las 6 am estaba que caía de sueño y terminé durmiendo hasta pasado el mediodía. Fui a la universidad y regresé a mi apartamento sin ningún mensaje de Eliana en mi buzón. Al día siguiente, voy a trabajar a las 7 am, como siempre, y no hago ni el más mínimo intento de caminar hacia el Área de Cocina. No voy a negar que me cuesta el mantenerme alejado, pero así puedo concentrarme en mi trabajo y estar disponible para recibir las propinas que algunos clientes extranjeros me entregan antes de dejar el hotel en agradecimiento porque durante su estadía les ayudé mucho para comunicarse con otros empleados y pasar una buena temporada en la ciudad. Cuando llega la hora de irme a la universidad, miro hacia mi alrededor, tratando de encontrarme con la imagen de Eliana mirándome escondida detrás de alguna columna o mueble, pero no la encuentro, así que, algo desilusionado, me voy a seguir con mis clases y mi vida.

El resto de días, hasta que llega el martes, día que en esta semana descanso, me mantengo en mi zona de trabajo en el hotel, por lo que no me he topado con Eliana. Al pasar los días, pienso que, si me encuentro con ella, sería muy incómodo hablarle, ya que, después de lo que me dijo y el silencio que hemos mantenido, volver a tratarnos como si nada, ya no es posible. Además, empiezo a pensar un poco menos en ella porque mis exámenes finales del semestre han llegado, por lo que hoy martes estoy ocupado en mi apartamento revisando mis apuntes y los capítulos que debo estudiar a profundidad para rendir las últimas evaluaciones del penúltimo semestre de mi carrera. Estoy a nada de graduarme y convertirme en todo un arquitecto.

La semana de exámenes pasó, estoy en la espera de mis calificaciones y de que en algún momento se cumpla lo que Pablo me dijo que pasaría, que Eliana me buscaría, pero nada. Mantengo mi postura de permanecer alejado de ella, pero a minutos de que llegue la hora de terminar con mi horario de trabajo la veo caminando con un muchacho que no conozco. Como la curiosidad me mata, camino detrás de ellos sin que me noten, y veo que ingresan a uno de los almacenes donde el Área de Cocina guarda menaje y diversos utensilios que aún esperan que llegue su turno de ser usados. Escucho detrás de la puerta del almacén, que quedó abierta, que Eliana pide a ese muchacho que busque en específico un diseño de menaje que tienen ahí guardado porque en los próximos días habrá una importante cena y deben tener la completa certeza de contar con todo el menaje que requieren. Sonrío al darme cuenta que no es lo que me imaginé, que ella y él estuvieran haciendo lo que hasta hace unas semanas ella y yo hacíamos. Me levanto y camino para alejarme de ahí, cuando la jefa del Área de Lavandería, una amable señora en sus sesentas, se topa conmigo y me pide que la ayude con unas cajas que la pobre no podía cargar y estaba empujando, tratando así de llevarlas hacia donde las necesitaba.

Camino al lado de la jefa de Lavandería, quien va narrando lo que acaba de ocurrirle al estar discutiendo con el gerente por la calidad de unas toallas y salidas de baño que han adquirido hace poco y no reflejan las cinco estrellas del hotel, cuando no me doy cuenta que Eliana está enfrente de mí y la golpeo con la esquina de una de las cajas.

  • ¡Oh, por Dios! ¿Te encuentras bien, Eliana? –pregunta la jefa de Lavandería mientras la ayuda a levantarse. Yo no atino a nada, solo a mirar la escena-. Lo siento mucho, estuve distrayendo a Mateo, quien tampoco tiene una gran visibilidad caminando con estas cajas que casi hacen que vaya a ciegas.
  • No se preocupe, estoy bien –escucho que dice Eliana y logro ver que está sonrojada, que no me mira y yo decido no decir nada para no incomodarla.
  • ¿Segura? Creo que mejor es que vayamos a la Enfermería del hotel para que te vean esa herida –no es posible; el borde de la caja está tan macizo que, al golpear a Eliana, el impacto resultó más fuerte de lo esperado, cortando la piel y apareciendo un delgado hilo rojo de sangre.
  • No es necesario, solo haré presión en la herida –dice Eliana para evitar estar ahí por más tiempo.
  • Mateo, deja las cajas aquí y lleva a Eliana a la Enfermería. Yo llamaré a uno de mis muchachos para que me ayude con esto –dice la jefa de Lavandería, y yo me quedo congelado, así como también sucede con Eliana-. Vamos, muchachos, ¡qué esperan! –ante la insistencia de la sexagenaria, dejo las cajas sobre el suelo y espero a que Eliana empiece a caminar. Ella lo hace y yo voy detrás.

Mientras caminamos, en silencio, miro su espalda; veo como la lleva arqueada, y los hombros pegados a las orejas, señal de que está con vergüenza. Debo repetirme a mí mismo que no la toque, que no la toque porque muero de ganas de abrazarme a su cintura y sentir que ella reposa su nuca sobre mi pecho. Al llegar a la Enfermería, me adelanto para buscar a la licenciada, pero no la encuentro. Al voltear hacia la puerta, me topo con la mirada de Eliana, quien asustada rehúye la mía y mira al suelo.

  • ¿Podrás quedarte aquí, esperando a que llegue la licenciada? La jefa de Lavandería me entretuvo mucho tiempo y debo regresar a mi zona de trabajo –digo tratando de que mi voz salga en el tono más frío posible. Ella me mira con mucha vergüenza y asiente con la cabeza. Yo hago lo mismo y camino hacia la puerta para alejarme de ella.
  • Lo siento –la escucho decir cuando estoy a punto de poner un pie fuera de esta habitación.
  • No fue culpa tuya, sino mía. Debí fijarme si alguien venía caminando en dirección contraria para no golpearla –digo, cruzo la puerta y giro para alejarme lo más rápido que puedo.




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