Reconociendo a mi hijo: Capítulo IX
Al día siguiente llevo en mi mochila una caja donde he acomodado cuidadosamente varias porciones individuales de torta, vasos de postres de cuchara y dulces de masa que espero vender. Ni bien ingreso al salón de clases, mis compañeros me preguntan por lo que traigo en la mochila, y yo solo abro la caja para que ellos empiecen a pedirme los precios. Como faltaban quince minutos para que llegue el profesor, algunos de mis compañeros van a otros salones e informan que estoy vendiendo unos postres buenazos que deben probar, por lo que ni bien empieza el día, termino vendiendo todo lo que llevé.
- ¿Quién hace los postres, Mateíto? —pregunta uno de mis compañeros.
- Mi novia —suelto y todos se quedan mirándome.
- Cuando las chicas de educación sepan que ya estas de novio, van a llorar a mares —comentó otro de mis compañeros.
- Yo no soy de educación, y ya estoy llorando —comentó en son de broma una de las dos únicas compañeras mujeres de mi promoción. Solo somos dieciocho que este año nos graduamos, y dos son mujeres.
- ¿Y desde cuándo de novio? —preguntó la otra compañera.
- ¿Por qué tan interesada? —repreguntó un compañero.
- Para ir con el chisme por las otras facultades. Más de una llorará con la noticia de que Mateíto ya no está disponible. Muchas tenían la esperanza de ser la elegida —todos ríen por el último comentario hecho por mi compañera.
- Solo les diré que mi noviazgo va muy en serio, tanto que ya estamos viviendo juntos —dudo en contarle sobre Sebastián, pero es mejor que lo sepan ahora—. Tengo un hijo con ella, y tras solucionar nuestras diferencias, hemos retomado lo que teníamos, y ahora vamos en serio con todo. El próximo año recibirán la invitación a nuestra boda —todos están con cara de qué pasó aquí, como si la matrix hubiera manifestado un gran error.
- ¡Qué! —alzaron la voz todos a la vez.
- Que tengo un hijo, convivo con mi novia y el próximo año me voy a casar —repito todo resumidamente.
- Bien guardadito te lo tenías, Mateíto —dice una de mis compañeras con una mirada coqueta y una enorme sonrisa—. Te felicito. Ya me imaginaba que algún cambio para bien se había dado en tu vida porque te noto más alegre, mejor cuidado y más motivado.
- ¿Cuándo nos presentas a tu novia y bebé? —pegunta mi otra compañera.
- En dos semanas, cuando sean las jornadas deportivas. Los voy a traer para que nos hagan barra —respondo sin más, de manera natural.
- ¿Y ella es chef repostera o algo así? Los postres están buenazos —dice el compañero que preguntó primero por lo que traía en la mochila.
- No, solo aprendió a prepararlos desde niña. Su madre es la experta —digo mientras termino de contar el dinero de los postres, el cual guardo dentro de uno de los apartados con cierre de mi billetera.
- Y le estás ayudando a vender los postres que prepara. Tener un hijo les debe demandar mucho dinero —comenta otro compañero.
- Con el trabajo que tengo me alcanza para mantenernos, ya que mi hijo aún es muy pequeño, por lo que no hay gastos de escuela. Sin embargo, mi novia quiere aportar económicamente, aunque ella ya lo hace al cocinar mis alimentos, y lo que gastaba comprando las tres comidas para mí solo, ahora alcanza para compara los alimentos que los tres consumimos, además que ella cocina riquísimo y me siento como un rey cada vez que me siento a la mesa —sonrío al recordar el exquisito desayuno que hace una hora disfruté.
- ¿Ella te prepara los sánguches que en los últimos días has traído? Deberías traer de esos para vender. Los dulces están buenos, pero a veces provoca algo salado y que sea más contundente, para matar el hambre y no solo callarla —lo que acaba de comentar mi compañero me da una idea.
- ¿Quiénes están dispuestos a comprar sánguches como los que traigo para comer a media mañana? —pregunto, y todos levantan la mano—. ¿Son conscientes de que al ser más grandes y contundentes que un postrecito, costarán más? —todos responden afirmativamente a mi pregunta—. Entonces, mañana traigo sánguches. Para empezar, traeré unos veinte.
- Mejor trae treinta. Terminando la clase nos paseamos por los edificios de otras facultades y los venderás todos.
Al terminar mis clases, llamo a Eliana para comentarle el éxito en la venta de los postres que quedaron de la degustación y que debemos ampliar la carta de su negocio a sánguches. Ella, feliz por los comentarios sobre lo deliciosa que es su comida, me indica lo que necesito comprar y las cantidades, así que me dirijo a hacer el mercado para ofrecer sánguches en la universidad el jueves y el viernes.
Paso varios días vendiendo los sánguches de Eliana, los cuales siempre se acaban en los primeros minutos que estoy en la universidad porque ni bien pongo un pie en el campus, son varios los que me piden que les venda uno. Al mismo tiempo, la venta de los postres de Eliana en el negocio de Barbarita es un éxito. El primer pedido que hizo se le acabó en dos días, por lo que ahora Eliana le abastece tres veces por semana. Pablo consiguió un cliente más, la hermana de su cuñado, ya que ella tiene a cargo la cafetería en un colegio de más de mil alumnos. Al acabarse en el mismo día el pequeño pedido que hizo para probar si a los alumnos les gustaban los postres de Eliana, triplicó el pedido y solicitó que le lleven esa cantidad de productos tres veces por semana, ya que los profesores tenían jornadas pedagógicas los sábados por la mañana, de ahí que debía tener variedad de productos para ofrecerles.