Cuando decidí hacerme la prueba de compatibilidad, sabía que, si era el donante que tanto esperaba Devin, llegaría a mi boda en pleno proceso de recuperación. Eliana me propuso postergar la celebración de nuestras nupcias; era algo sencillo, que solo debíamos pagar a los proveedores una penalidad por el cambio de fecha, y que Olena arreglaba el tema de la iglesia porque conocía al sacerdote que nos casaría. Ella quería que yo disfrutara de todo lo que estábamos planeando para la fiesta, puesto que en esta condición no puedo ni bailar, ya que me canso rápido, pero yo lo único que quiero es hacerla mi esposa. Como me negué, al proveedor del servicio de catering le hemos pedido que considere para mí la dieta que Eliana se ocupa con mucha dedicación y detalle a preparar a diario, por lo que se está encargando personalmente de esa coordinación. El primer baile de los recién casados será muy breve, ya que, como mencioné anteriormente, me canso rápido, y como no hay padres ni hermanos con quienes bailar, resulta sin contratiempos el modificar esa parte de la celebración.
Al tener una dieta especial que seguir por los próximos meses, tampoco podré beber alcohol para brindar ni festejar con mis amigos. De la cirugía me recupero en ocho semanas, pero que mi hígado se regenere y regrese a tener mi vida como lo era antes, necesitaré unos seis a ocho meses, por lo que cuidar lo que ingiero es importante. A mí no me molesta no tomar un trago; en realidad siempre he sido de muy poco alcohol porque no le encuentro disfrute a tomar algo amargo que quema mi garganta y estómago. Quizá cuando somos jóvenes es una cuestión de moda esto de beber y fumar, para vernos maduros, adultos, pero a mí la vida me hizo crecer a empujones cuando mi madre enfermó y luego murió, así que no necesité de ambos recursos para que los demás perciban mi madurez, y ahora no los necesito para festejar mi matrimonio.
Lo único que me da pena es que no disfrutaré del pastel. Soy consciente que esto de las bodas es más un sueño de las novias, por lo que yo solo atendía a lo que Eliana quería para nuestro día especial, para que ella fuera feliz. Sin embargo, hay un detalle que yo siempre soñé en tener la última palabra cuando me case, y es elegir el pastel de bodas. Algo que no tuve de niño para mi cumpleaños fue un enorme y delicioso pastel. A mamá solo le alcanzaba para comprar uno pequeño que se acababa de inmediato cuando se repartía entre los invitados a la pequeña fiesta que siempre celebraba por mi cumpleaños, ya que mamá decía que el día que nací, siempre lo celebraría al ser doblemente importante: porque yo nací y porque ella se hizo madre. Mi obsesión por los pasteles hizo que elija uno de seis pisos, cada uno de diferente sabor, que van desde los clásicos chocolate y vainilla hasta los modernos pistacho y frutos rojos. Y ahora, después de haber puesto todas mis expectativas en el pastel, no podré comer ni un pedacito pequeñito.
—¡Ay, Mateo! ¡Te pasas! —me regaña Pablo entre risas mientras Aleksandr ríe a carcajadas casi ahogándose—. Yo pensé que lo que más te apenaba no poder disfrutar por lo de la donación de hígado era la noche de bodas, y resulta que es comer pastel —bueno, eso también me apena, pero no todos los días se gasta más de quinientos dólares americanos en un pastel, en cambio, hacer el amor con Eliana lo haré a diario cuando ya esté completamente recuperado.
—Noches especiales al lado de mi Eliana siempre las tendré, pero un pastel de seis pisos con seis diferentes sabores, eso solo pasa contadas veces en la vida —digo y estos dos ríen aún más fuerte de lo que ya lo estaban haciendo.
—Por hacerme reír tanto, como hace mucho no lo hago, cuando ya estés totalmente recuperado, haré una fiesta en tu honor en mi casa, y el mismo pastel que no podrás comer durante la celebración de tu boda, lo tendrás para ti solito. Después de satisfacer tu gusto de comer pastel, los demás comeremos. Es una promesa —lo dicho por Aleksandr me hace sonreír emocionado. El ucraniano es un hombre de palabra; habla poco, por lo que, cuando lo hace, lo que dice lo cumple.
—Pareces un niño —comenta Pablo al verme feliz por la promesa que me ha hecho su cuñado.
—Es mi niño interior quien agradece el detalle que Aleksandr tendrá conmigo.
A dos días de la boda, por la tarde, cerca de la hora que usualmente regresan Eliana y Sebastián del trabajo en el apartamento vecino, llaman a la puerta. Pensando que era Eliana que se olvidó las llaves, dejo lentamente el sofá donde me he acomodado para pasar la tarde leyendo, esperando el retorno de mi amada familia. Al abrir la puerta, me doy con una enorme sorpresa: eran Greta y Maximiliam.
—¡Hola, hermano mayor! —saluda Maximiliam con una sonrisa de oreja a oreja. Yo no atino a nada, solo me quedo ahí, congelado con cara de espanto—. Parece que no le ha gustado vernos —comenta Maximiliam mirando a Greta.
—¡No! —elevo la voz al darme cuenta que mi actitud puede ser interpretada erróneamente—. Es solo que me han tomado por sorpresa, no los esperaba —miro al interior del apartamento, ya que espacio para ellos no hay.
—No te preocupes, Mateo, no hemos venido a incomodarlos —comenta Greta sonriendo al darse cuenta la razón de la expresión que puse—. Nosotros nos estamos alojando en el hotel que nos comentaste, donde trabajabas, ya que está relativamente cerca de todo.
Los hice pasar y les ofrecí unas sodas que ellos mismos se tuvieron que servir en los vasos, ya que aún no podía moverme con la libertad de siempre. Ellos han llegado para estar presentes en mi boda. No recuerdo haberlos invitado, y creo que se me notó en la cara porque de inmediato Greta comenta que fue Eliana quien lo hizo.
Editado: 04.08.2025