Cuando mi padre llega a casa, se encuentra con la escena de Linares tomando nota de todos los juguetes que le gustan a Mariana, ya que él ha prometido comprárselos. «Son tres cumpleaños, cuatro navidades e incontables oportunidades que he perdido para hacerte un regalo, así que mañana, si tu papá nos lo permite, iremos a comprar todas las muñecas que quieras», es lo que el amoroso abuelo materno promete, y Mariana me mira antes de romper en alegría, esperando que yo otorgue mi permiso. Al prometerle que mañana iremos los tres a hacer tales compras, Mariana empieza a festejar saltando y aplaudiendo.
—¡Lito Baulio, mi lito Tián va compá ñecas pa mí! —comenta Mariana a mi padre, a quien se le ha acercado corriendo, al tener ya los zapatos puestos, cuando lo ve ingresando a la casa.
—¡Qué bueno, mi bella Marianita! —es lo único que dice mi padre antes de pedirle a María que se lleve a mi hija con la excusa de que pregunte a su prima Sara sobre más juguetes que están de moda porque él también le va a hacer un gran regalo por ser una buena niña. Y mi Mariana apura a María para que la cargue y suban al segundo piso.
Con mi hija alejada, presento a Sebastián Linares por segunda vez y hago un rápido resumen de lo que hablé con él esta mañana, saltándome el relato de cómo me enteré de la noticia sobre el accidente, donde le dieron demasiado espacio a la muerte de Olga, nombrándome e indicando la relación legal que me ataba a ella. Mi padre lamenta lo que le ocurrió a Linares por haberse topado a Sandra Martínez en su camino, así como que Olga haya terminado siendo el vivo retrato de su madre, ya que ella también afectó la vida de un muchacho de buena familia y futuro prometedor. Mamá codea a papá porque ese comentario puede incomodar a Linares, quien es padre de Olga, pero el amable visitante no toma a mal lo dicho por mi padre.
—Si me hubiera llevado a mi hija cuando hui de Sandra, quizá ella no hubiera repetido los errores de su madre, pero eso es algo que nunca se sabrá —la pena de Linares se podía escuchar en sus palabras; quizá la culpa flagela su alma con más intensidad porque ya no puede hacer nada por Olga.
—Linares, los padres sufrimos por los errores de nuestros hijos aún más de lo que ellos padecen. Lo sé bien porque todo lo que pasó con Braulio hizo que me cuestione si había realizado bien mi labor de padre al criarlo. Varias veces me pregunté si la vida que tenía mi hijo se debía a algo que hice mal o que no hice, y lo peor de todo es que no pude hallar una respuesta, lo que hacía que me sienta mucho peor, así que lo entiendo bien. Lo único que le puedo decir para aliviar su tristeza es que Olga, a diferencia de Sandra, perjudicó a un inocente al estar cegada por el amor que sentía hacia Ramiro Reyes y no por la avaricia, como sucedió con la madre. Además, creo que Dios ha sido piadoso con Olga al llevársela a temprana edad porque así ha evitado que continúe sumergida en el error y cometa peores pecados, ya que el daño que le hacía a Mariana al despreciarla siendo ella su hija es uno que deja mayores consecuencias que el adulterio —mi padre, que no es de expresar lo buena persona que es con contacto físico, se acerca a Linares y le ofrece un abrazo consolador. El padre de Olga recibe con buen ánimo el gesto de papá. Y dice algo que a mí me alegra escuchar.
—Gracias por entenderme y, de alguna manera, querer consolarme. Espero que a partir de hoy en adelante pueda ser bienvenido en su casa, ya que me gustaría visitar a Mariana cada vez que mis responsabilidades me permitan venir a Lima. Asimismo, ya le he comentado a Braulio que puede contar conmigo para todo lo que necesite mi nieta, así como él. Y no piense que se equivocó a la hora de criar a su hijo. Él es un buen muchacho, y la vida lo va a premiar por el inmenso corazón que tiene —con un apretón de manos, Sebastián Linares y Braulio Bertolotto padre aceptan ser cercanos por el bien de Mariana, a quien beneficia considerablemente que su abuelo materno se sume al listado de personas que la aman y quieren cuidar de ella.
Tras retirarse Linares, después de despedirse de Mariana con la promesa de regresar a la mañana siguiente para ir de compras, papá me pide que lo acompañe al estudio-biblioteca que usa como oficina en casa. Ahí me muestras los diarios que ha traído en su maletín. Puedo contar que son siete ejemplares, por lo que la noticia donde se resalta la muerte de Olga y mi matrimonio con ella ha sido más difundida de lo que me esperaba. Tras volver a leer la noticia siete veces más, noto que el único párrafo que se repite al pie de la letra en los siete diarios es aquel en que se informa sobre la muerte de Olga, que iba acompañando a Ramiro Reyes y que estaba casada conmigo, resaltando bien la carrera que estudio, dónde trabajo y que tuvimos una hija producto del matrimonio.
—Padre, tengo la impresión de que alguien ha pagado para que se difunda de esta manera la muerte de Olga, buscando perjudicarme —comento, y dejo caer sobre el escritorio de cedro el último ejemplar que he analizado.
—Lo mismo pienso —dice mi padre mientras noto que me observa con esa intensa mirada que es señal de que está analizando mi expresión corporal hasta el más mínimos detalle—. Ya sabías de esto, ¿no es cierto? ¿En qué circunstancias te enteraste?
—Cuando fui a almorzar al mercado que queda cerca del apartamento. Unos maleantes, a quienes no les caigo bien porque más de una vez he evitado que cometan alguna fechoría, me insultaron por lo que la noticia deja entender —no puedo repetir literalmente lo que esos infelices me gritaron.
—¿Te peleaste con alguien? —como policía, papá sabe que no es conveniente que denuncien en una comisaría que he masacrado a alguien, y lo digo así porque, tras crecer un poco más hasta que cumplí veintiún años, ahora mido 1.92 m y supero los 100 kg, por lo que solito pude haberme hecho cargo de los enanos esos que me insultaron.
Editado: 04.08.2025