Con ayuda de Sandra, puedo ocultar la cachetada que Fernando dejó en mi rostro. Mi cuñada siempre carga en la cartera una pomada que aplica en la piel de mis sobrinos cada que se golpean jugando o tropezando, para que el moretón no sea tan notorio y pueda sanar más rápido la zona afectada. Tras verificar una vez más ante el espejo que no se nota marca alguna en mi cara, bajo junto con mi hermano y cuñada para recibir los abrazos de mis sobrinos, con quienes intercambio regalos —los niños prepararon para mí unas tarjetas de feliz cumpleaños decoradas con los dibujos que ellos mismos crearon—, ya que les entrego lo que les compré en el Bazar Naval el día anterior.
Mi hermana menor Cecilia; junto a Ignacio, su esposo, y su pequeño Roberto de ocho meses de nacido llegan a casa unos minutos después de recibir el saludo de Marcelo y Paulita. Amo a mi hermana —quien es la feminista de la familia porque es una mujer que trabaja y busca crecer en el ámbito laboral—, pero al primero a quien saludo es al pequeño Roberto. Aunque fue una etapa difícil, recuerdo con mucha nostalgia los días que llevaba a todas partes a Mariana en mis brazos, tapada con su manta rosada, cargando el bolso de estampado de cuadritos rosa con blanco y decorado con conejitos. Apenas cumplo veintisiete, por lo que estoy en edad de poder tener más hijos a los que puedo criar atendiéndolos activamente en su desarrollo, y caminar por toda la sala con Roberto en mis brazos me hace sentir que soy, una vez más, padre.
—¡Oye, devuélveme a mi bebé si no vas a querer recibir mi saludo por tu cumpleaños! —escucho exclamar a Cecilia tratando de sonar molesta, pero la sonrisa que ofrece la delata.
—Creí que Roberto era mi regalo de cumpleaños —me excuso mientras hago caras graciosas para que mi sobrino ría. Escuchar su carcajada infantil me gusta mucho.
—¡Alerta! Parece que Braulio tiene ganas de tener un bebé —comenta divertido Ignacio, mi cuñado, y todos lo tomamos a broma, menos mamá, que pone una cara de pocos amigos que, cuando notamos, nos hace callar.
—Ignacio, sabes que te amo como uno más de mis hijos, pero hoy te serviré como si fueras mi entenado, uno que no existe, por lo que te quedarás con mucha hambre —a mamá no le gustó la broma, ¿será porque sospecha que entre Alejandra y yo hay algo?
—No te preocupes, cuñado. Más tarde me camuflo y entro a la cocina para sacarte algo más de comida —consuela Fernando hablando bajito, como si fuéramos niños planeando ir por la tarta de manzana de mamá, esa que no nos dejaba comer hasta que enfríe cuando nadie quería esperar.
—¿Por qué mamá Elena está molesta? —pregunta Ignacio preocupado.
—De seguro porque no quiere que Braulio retome su vida amorosa —dice Fernando luciendo serio, algo que desorienta a Ignacio, ya que no sabe si reír porque es broma o felicitarme por la buena noticia que sería que yo vuelva a creer en el amor y empiece una relación formal.
—Nacho, sabes que mamá sufrió mucho por todo lo que viví al involucrarme con quien no debía, y creo que aún no logra superar todo lo que ocurrió en el pasado, de ahí que la idea de que sea padre una vez más, sin que le haya presentado a alguien de manera oficial, hace que recuerde cuando le di la noticia sobre el embarazo de Olga —por el momento, no comentaré sobre mi interés por Alejandra, primero debo estar seguro de que puedo dejar en el pasado la vida miserable que tuve y el creer que solo puedo tratar con mujeres frívolas y libertinas.
—Entonces, lo que dijo Fernando es broma, ¿no? —Ignacio es bueno, pero a veces es un poco lento para captar las ideas.
—¡Sí, Nacho, es broma! —decimos Fernando y yo a la vez.
Cecilia me cuenta muy emocionada todo lo que está aprendiendo en el Banco Latino. Ella estudió Contabilidad y Auditoría, y con ayuda de papá consiguió su primer empleo apenas hace un par de meses. Ella decidió casarse a temprana edad con Ignacio, quien es cinco años mayor, bajo la condición de que la vida de casada no impedirá su desarrollo profesional, ya que a mi hermana le hacía mucha ilusión el poder ejercer como contadora. Ignacio, quien la ama de verdad y no es para nada egoísta, le prometió que el matrimonio de ellos será un espacio donde ambos crecerán como personas, por lo que ella tendrá asegurado el apoyo para convertirse en la profesional que siempre quiso ser.
—Me alegra mucho que estés ganando experiencia en tu profesión, Ceci, pero ¿no extrañas pasar más tiempo con Robertito? —pregunto, y mi hermana me mira algo molesta. Y es que mamá, Elena y las mujeres de la familia de Ignacio la han criticado por empezar a trabajar cuando el bebé cumplió seis meses—. ¡No me lo tomes a mal! —de inmediato me explico, para que mi hermana deje de mirarme enojada, ya que, al ser la hija que más se parece físicamente a mamá, siento como si fuera la versión joven de doña Elena quien me está regañando—, solo pregunto porque quiero entender el sentir de una madre trabajadora que deja a su hijo por su mejoría personal y familiar, ya que sé por Nacho que estás aportando la mitad de tu salario para los gastos del hogar.
Cecilia deja de mirarme con dureza y suspira. Días después de que regresé a casa, tras la muerte de Olga, con Cecilia tuve una plática muy sincera y profunda, una en la que le manifesté que no era capaz de entender cómo una madre podía dejar a su suerte a su hija y no verse reflejada en ella, como una extensión de su ser, por lo que debía cuidarla y protegerla durante el proceso de desarrollo físico, mental, emocional y espiritual; y creo que, en este momento, mi hermana ha recordado el dolor que expresé durante nuestra conversación.
Editado: 23.06.2025