Amor de padre

Cambiando el destino: Capítulo IX

Una hora después del intercambio de palabras con Nidia, damos por terminada la reunión de cada miércoles, un encuentro de amigos al que se unió mi hermano. Me despido de Pablo y le ofrezco a Fernando llevarlo a casa, cosa que agradece porque entre el cansancio por el día de trabajo y los tres whiskies que se tomó, con las justas mantiene los ojos abiertos. Comí más de lo que bebí, ya que solo tomé un trago en las tres horas que estuvimos reunidos, así que no tengo problemas en manejar hasta la Punta, en el Callao, donde queda la villa de la Marina en la que vive mi hermano con su familia. Por la distancia desde Miraflores (distrito donde queda el club) hasta la Punta, sumado el tráfico, estaré casi una hora manejando, tiempo que pienso utilizar para reflexionar lo que sucedió esta noche.

No puedo negar que escuchar a Nidia llamándome «cornudo» me dolió. El golpe fue directo al ego. Sin embargo, eso me sirve de mucho para entender que estas mujeres no buscan a un hombre fuerte y estable emocionalmente, sino uno debilitado e inseguro al que puedan manejar a su antojo. Aunque me cueste admitirlo, porque no es fácil aceptar mi debilidad, el engaño de Olga —descubrir que nunca me amó y que en mi cara pelada me era infiel con Ramiro Reyes— hizo que mi autoestima esté por los suelos, de ahí que intenté restituir mi valor acostándome con esas mujeres, haciendo caso a la voz del macho primitivo que habita en mí.

«Creo que, por más tiempo que haya pasado, no he dejado de ser el muchacho de dieciocho años que se dejó engatusar», llego a esta idea porque, después de todo lo vivido con Olga, no aprendí nada del pasado. Ni la más básica enseñanza quedó en mí. ¿Cómo pude pensar que iba a restituir mi valor frecuentando a mujeres que pertenecen a la misma clase de aquella que me lo quitó? Porque fue Olga quien me hizo sentir basura y poca cosa, que solo servía en la cama mientras no tenía a quien en verdad quería porque luego solo me utilizó para encubrir la relación pecaminosa con Ramiro Reyes.

Bueno, también esto ocurre porque no soy perfecto. Supe enfrentar con bastante responsabilidad y madurez mi papel de padre, dedicándome a sacar adelante a mi hija, ya que mi pequeña Mariana solo contaba conmigo durante sus primeros meses de vida, pero no supe cómo lidiar con el problema de la infidelidad, del engaño, algo que afectó al hombre. Quedé mortalmente herido cuando me di cuenta que había sido utilizado desde que la conocí, que la primera noche juntos también fue parte de su plan, y por eso es que hoy el agravio sigue doliendo. Me preocupé por que Mariana sane del abandono y desamor de su madre, pero no me ocupé de mí. No era un niño, pero era demasiado joven para pasar por todo lo que viví, y ahora entiendo que debí darme un tiempo para deshacerme de todo el daño del pasado antes de volver a intimar con una mujer.

Yo creía que tenía la sartén por el mango cuando decidí ingresar al juego de la seducción con todas las libertinas que conocí en el club, pero me doy cuenta que no ha sido así. Si no fuera porque debo mantener las apariencias ante mi familia y la responsabilidad que tengo con Mariana, tranquilamente hubiera pasado, una vez más, por todo lo que ya viví con Olga, pero ahora hubiera sido peor porque experiencia ya no me falta. La venda que me cegaba se cayó cuando volví a escuchar de los labios de una de mis tantas amantes el insulto que me gané años atrás por la falta de respeto de la que fue mi esposa. En ese preciso momento, me di cuenta que ellas tenían el control y no yo. Sin embargo, soy capaz de reconocer mi error y entender que estaba, como bien dijo mi amigo Pablo, tropezando con la misma piedra.

—Deja de marcar tanto el entrecejo y de apretar la mandíbula o terminarás con toda la frente llena de arrugas y un par de muelas reventadas —bromea Fernando al despertar después de una corta pero reparadora siesta.

—¿Y tú qué sabes de arrugas? —pregunto sonriendo por lo que mi hermano acaba de comentar.

—Mucho. Por Sandra sé cuán importante es limpiar el rostro al despertar y antes de ir a dormir, así como mantenerlo humectado, para evitar las marcas de expresión, como las mujeres llaman a las arrugas porque le tienen terror a la palabrita esta —río a carcajadas porque no me imagino a mi cuñada de treinta años traumatizada por el tema del paso de la edad.

—Pero Sandra tiene una bonita piel y luce joven. Nadie podría afirmar que ya llegó a los treinta —comento como si fuera todo un experto en el tema.

—Eso mismo le digo, que luce cada día más bella, y ella me contesta que es porque las cremas están haciendo efecto —y los dos reímos—. ¿No me vas a decir por qué venías manejando con cara de estreñido? —a mi hermano no se le escapa nada; eso lo heredó de papá.

—Aproveché que venías descansando para pensar un poco en lo que ocurrió en el club —creo que es mejor expresar mi sentir con mi hermano.

—No me digas que te afectó más de la cuenta lo que esa tal Nidia te dijo —casi da en el clavo.

—La verdad es que escucharla llamarme de esa manera me sirvió para darme cuenta que nuevamente estaba siendo manipulado, que ellas tenían el control y no yo. Si me la di de experimentado semental fue porque no he sanado la herida que dejó el engaño y la burla de Olga —espero que mi hermano diga algo, pero él solo me mira manteniendo el silencio por unos minutos, luego me dice algo que me sirve para no ser tan duro conmigo mismo.

—Braulio, te sumergiste por completo en hacer feliz a Mariana, por la clase de madre que le tocó, que no pensaste en ti. Tú también la pasaste mal porque hiciste tu esposa a quien le quedó grande el título. Esa mujer nunca tuvo intención de ser señora, y eso lo sabía bien Ramiro Reyes, por eso aceptó seguir con ella como amantes. Ahora que ya sabes lo que está mal contigo, debes encontrar la manera de sanar —dice Fernando, dejando unos golpecitos en mi hombro derecho.




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