Amor de padre

Cambiando el destino: Capítulo XI

Tras revelar que tendría mi primera cita con Alejandra y nuestros hijos en unas horas, me sentí tranquilo, seguro, más aún cuando papá me dijo que esperaba que todo vaya bien, que Dios medie entre nosotros, pero ahora que estoy almorzando, siento un nudo en el estómago que no me permite comer a gusto.

Por esas cosas de la vida, este domingo no ha venido Fernando y su familia, ya que habían aceptado la invitación para almorzar en casa de un amigo de mi hermano, por lo que no tengo con quien comentar lo que empieza a experimentar mi cuerpo, que asumo debe ser la respuesta de la manifestación de mis emociones. Esta es la primera cita que tengo con una mujer en mi vida. Algo tarde comienzo con esto de las citas, y por ello es que me siento algo nervioso, como preocupado. Es una sensación rara, una mezcla entre el querer que ya sea la hora de nuestro encuentro, pero a la vez que no, como si quisiera más tiempo para sentirme preparado.

Dan las 3:30 p. m. y decido que es momento de prepararnos para salir de casa y dirigirnos a la de Alejandra. Mariana no quiere acompañarme a la cita porque dice que prefiere descansar. Como no le puedo confesar con quién nos encontraremos —sino ella empezará a gritar que nos vamos a ver con su amiga, la señora Alejandra, y mi madre me hará un millón de preguntas, unas de un calibre de incomodidad elevado—, le ruego que acepte ir conmigo a dar una vuelta en el auto, un momento padre e hija. Al final accede a mi pedido, pero con mal humor, el cual espero que se le quite cuando le revele con quiénes vamos a pasar el resto de la tarde.

—Marianita, ¿no te gusta la idea de tener una cita con papá? —pregunto mientras salgo de la calle donde está la casa para ir hacia la avenida Arequipa.

—Papito mío, debes comprender que, aunque soy joven, yo también me canso, y después del almuerzo había pensado en descansar echadita en mi cama —mi “chiquivieja” me arranca una sonrisa por su peculiar forma de expresarse, la de una mujer de años en un cuerpo de niña.

—Pero si faltas a esta cita, la señora Alejandra y sus hijitos se pondrán muy tristes porque no podrán verte y jugar contigo.

Como si un rayo de energía hubiera caído sobre mi hija, esta se sienta derecha, abre los enormes ojos color miel que heredó de su madre y la alegría se manifiesta en la hermosa sonrisa que marca su carita.

—¡¿Vamos a tener una cita con mi amiga, la señora Alejandra, y sus hijitos?! —mi niña pregunta exclamativamente o exclama preguntando—. Papito mío, me lo hubieras dicho antes. Por lo molesta que estaba ante tu insistencia, me he puesto cualquier vestido. Pude lucir más bonita para la cita con mi amiga y sus hijitos —ahora Mariana me regaña.

—Lo siento, princesita, pero si te lo decía, hubieras comentado a toda la familia con quién nos iríamos a encontrar, y eso es algo que no quería que suceda —digo mientras sigo manejando con la avenida Arequipa, tratando de avanzar en el caos vehicular.

—¿Por qué, papito mío? ¿Hay algún problema con que nos veamos con mi amiga, la señora Alejandra? —pregunta mi niña, y acabo de darme cuenta que me he metido en un problema.

—Porque lita Elena es un poquito celosa, y si sabe que vamos a pasar la tarde y cenar con quienes no son parte de la familia, se puede molestar. Hemos estado varios días fuera de casa, y ni bien llegamos, salimos con quienes tu lita no conoce —digo esperando que baste como excusa para mi hija.

—Sí, tienes razón, papito mío. Lita Elena es celosa, de esas litas que quieren el amor de sus hijitos y nietos solo para ellas. Pero nosotros tenemos derecho a hacer amigos y salir con otras personas, como mi amiga, la señora Alejandra, y sus hijitos, a quienes quiero conocer —uf, qué bueno que mi hija se haya dado cuenta que a mamá no le gusta compartir el amor de su familia con nadie.

—Por el momento, es mejor así, hijita. Eso sí, tu lito Braulio sí sabe que estamos yendo a una cita con la señora Alejandra y sus hijitos, pero te sugiero no conversar de esto con él en casa, ya que vaya a escuchar tu lita o tu tía Elena. Es mejor mantenerlo en secreto entre los tres: tú, tu lito Braulio y yo.

Mi niña me confirma con determinación que de ella no va a salir palabra alguna sobre el tema dentro de casa. Mariana no deja de sonreír y de comentar lo emocionada que está porque conocerá a Javier y Ernesto, los hijos de Alejandra. Al estar a una cuadra de nuestro destino, veo que son las 4:30 p. m.

—Faltan treinta minutos para las 5 p. m., hora de la cita —comento a Mariana.

—¿Y qué vamos a hacer, dar vueltas por el distrito? —pregunta con ironía mi hija. Esta niña y sus respuestas de adulta.

—Estaría mal que lleguemos antes de la hora pactada. Puede que la señora Alejandra aún esté alistando a sus hijos, ya que, al ser pequeños, ellos no deben ocuparse solos de cambiarse de ropa —comento con la intención de que Mariana se calme porque noto que comienza a inquietarse.

—Entiendo. Bueno, papito mío, estaciona el auto por el parque y bajemos a caminar un poco. Cinco minutos antes de la hora acordada, volvemos al auto para llegar en punto a la puerta de la casa de mi amiga, la señora Alejandra —la propuesta de Mariana me convence y así hacemos.

Paseando por este parque de Lince, mi hija encuentra muchas diferencias con El Olivar, principal parque de San Isidro, uno que es varias veces más grande que este. Pero al encontrar algunas ardillas jugueteando entre los árboles y mariposas posadas sobre las flores que decoran el espacio verde de este lado de la ciudad, percibimos su encanto. Diez minutos para la hora pactada, vemos que las puertas de la iglesia, que es la parroquia Santa Beatriz, donde asiste Alejandra y su familia, se abren de par en par a la espera de los feligreses para el rezo del rosario de las 5 p. m., actividad previa a la misa de las 6.




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