Amor de padre

Cambiando el destino: Capítulo XIII

A regañadientes, Mariana y mis sobrinos dejan la cama y se disponen a asearse para ir al colegio. Mientras María me ayuda con mi hija, yo aprovecho en tomar una ducha rápida y vestir el traje con el que hoy iré a la constructora. Cuando bajo al comedor junto a mi hija y María, veo que mamá ha preparado un suculento y bien variado desayuno; es su forma de querer disculparse con la familia.

Mamá se acerca a Mariana y le pide que la perdone por lo ocurrido ayer por la noche. Mi niña, quien ama a su abuela, la abraza. Lo mismo sucede con Sarita y Efraín, quienes ingresan al comedor con algo de desconfianza. Mamá de inmediato les pide que la perdonen por lo sucedido, que no fue su intención causar un mal rato para la familia. Mis sobrinos, inteligentes e intuitivos, aceptan las disculpas de su abuela, ya que saben que ha pedido perdón de corazón. Todos sentados en la mesa para desayunar, incluida María —quien lloró un poquito cuando mamá le pidió también perdón a ella— pudimos disfrutar las deliciosas viandas preparadas con esmero por mi madre antes de empezar los chicos la jornada escolar y los adultos el trabajo en nuestros centros laborales como en casa.

A mi regreso por la noche, mi hermana Elena me pide conversar. Mamá ya le contó todo sobre el hijo que perdió poco después de su boda con papá, y me propone ir el sábado, aprovechando que Mariana no tiene lecciones de tenis por un evento deportivo de alto nivel que se realizará en el club, a dejar flores en la pequeña tumba dispuesta para él en el mausoleo de la familia, el cual está en el cementerio Presbítero Maestro, el más antiguo de Lima, que data de inicios del siglo XIX. Nuestros padres han invitado a Fernando y Cecilia con sus familias a almorzar el domingo, y aprovecharán para comentarles lo del bebé que perdieron, por lo que no podemos sumar a nuestros hermanos a la visita planeada para el sábado. Yo acepto, ya que noto a mi hermana triste tras enterarse de la desgracia ocurrida los primeros días de la vida matrimonial de nuestros padres, así que tenemos una misión por realizar este sábado la hermana mayor y el hermano menor, los nuevos Elena y Braulio.

Terminada la cena y, al mirar mi reloj, ver que son las 8:30 p. m., me pregunto si me podré comunicar con Alejandra por el teléfono público ubicado en la bodega de su vecina. Durante las horas de trabajo, no tuve tiempo para llamarla al Bazar Naval, ya que mi jefe aprovechó para calendarizar mi labor de supervisión de los siguientes dos meses, por lo que estuve ocupado negociando fechas, y fue una decisión acertada que hoy veamos las obras a supervisar y los días que estaría fuera de Lima porque sin consultarme ya había contemplado que estuviera por Huaraz el día del cumpleaños de mi hija, algo que no podía permitir.

Aprovechando que papá aún no llega, me encierro en su oficina para usar el teléfono sin ser interrumpido. Tras marcar el número del teléfono público de la bodega que Alejandra anotó con tan bonita letra, la voz de un hombre notoriamente ebrio se deja oír.

—Buenas noches, quisiera comunicarme con Alejandra Ramos, por favor —digo elevando la voz porque el tipo al otro lado de la línea se queja de no escucharme bien.

—Car-rajo, ¿no p-puede hablar más alto? ¡Hip! —suelta el hombre. Pensar que en el barrio de Alejandra hay borrachos por doquier hace que me preocupe. ¿Qué pasaría si alguno le falta el respeto mientras está llegando tarde, por la noche, a casa?

—¡Suelte el teléfono, señor Palomo! ¡¿Otra vez ebrio?! ¡Papá! El señor Palomo está ebrio y contestando el teléfono, otra vez —escucho una voz joven de mujer.

—No te preocupes, hija, yo lo llevo a su casa. Fíjate si ya colgaron o aún esperan respuesta —la voz varonil se aleja mientras la del borracho se queja.

—¿Aló? —dice la jovencita esperando respuesta.

—Buenas noches. Por favor, quisiera comunicarme con la señora Alejandra Ramos, su vecina que vive en la casa de fachada amarilla y bonito jardín —estoy tan nervioso, y no sé por qué, que empiezo a dar más detalles de los debidos—. ¿Podría avisarle que Braulio la llama?

—¡Claro! No hay problema. ¿Espera o corta? Podría volver a llamar en diez minutos —sugiere la jovencita.

—No, yo espero. No se preocupe.

El ruido circundante se filtra por el auricular mientras espero escuchar la voz de Alejandra atendiendo la llamada.

—¿Aló, Braulio? —escuchar su voz me da tranquilidad.

—¡Hola, Alejandra! Espero no llamar en un mal momento. Por la mañana no tuve tiempo para comunicarme contigo al teléfono del bazar —como no está en su casa, me imagino que debe ser incómodo estar contestando una llamada en el teléfono público de la bodega, en plena calle.

—Los bebes acaban de quedarse dormir, y yo recién he puesto a hervir la olla para lavar los pañales de mis hijos —con el sueldo que gana, Alejandra no se permite gastar en pañales desechables, los cuales son costosos, por lo que cada cierto día debe dedicarse a hervir los pañales de sus hijos, como yo lo hacía con los de Mariana—. Tengo tiempo hasta que David me avise que el agua ya hirvió —comenta con un tono jocoso que me hace reír.

—Te llamaba porque quería saber cómo te ha ido, si los chicos están bien, así como David, tu mamá y tu otro hermano, Pedro —la verdad es que no tengo tema de conversación planeado, solo quería escuchar su voz. Lo de la cena durante la semana será una sorpresa, así que no lo pienso mencionar.

—Gracias a Dios todos estamos bien y hemos empezado bien la semana —me la imagino sonriendo mientras habla porque ella es así de dulce y amable—. ¿Cómo estás tú? ¿Y Marianita? ¿Cómo le va a mi pequeña amiga? —acabo de percibir en la voz de Alejandra lo que mi hija me comentó alguna vez, que su voz cambia cuando habla de sus hijos, como que suena más alegre, pero estaba vez ha ocurrido al preguntar por Mariana. ¿Será que Alejandra empieza a ver a mi hijita como suya?




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