Amor de padre

Cambiando el destino: Capítulo XIV

—¿Y es frecuente ver hombres ebrios andando por tu barrio? —pregunto notoriamente preocupado.

—¡Claro que no! —responde de inmediato, pero luego aprieta los labios, se mantiene callada por unos segundos, me mira apenada y continúa hablado—. La vez que te comunicaste al número de la bodega, ¿contestó un señor que se notaba en estado de ebriedad?

—Sí —digo abriendo los ojos al recordar la sorpresa que sentí al escuchar la voz varonil con esa peculiar forma de hablar producto de la ingesta de varios vasos de alcohol—. Al principio, creí que me había equivocado al marcar, pero al escuchar la voz de una joven regañando al hombre y avisando a su padre lo que había hecho, entendí que era el número correcto, solo que quien respondió no lo era.

Ya en la última parte del plato de fondo y durante el postre, la conversación que sostenemos se ha tornado divertida. Aunque tenemos claro que nos gustamos, hemos dejado el coqueteo a un lado para dedicarnos a conocer esos pequeños detalles que hacen de nuestras vidas únicas, y saber sobre su vecino “borrachito” es uno de esas historias interesantes de escuchar.

—El señor Palomo es bueno, solo que se ha dedicado a la bebida desde que su esposa murió, hace un par de años —empieza a narrar Alejandra, y es inevitable que en los dos aparezca un rastro de lamento por el motivo que hizo caer en el vicio al señor Palomo—. Agustín Palomo estará por sus sesentas, sus hijos ya son adultos y en su casa lo acompañan la hija mayor que quedó soltera y el hijo menor con su familia: nuera y dos nietos adolescentes. La casa del señor Palomo es grande, la que queda en una esquina enfrente del parque, entre la avenida Francisco Lazo y el jirón Manuel Candamo —buscando en mi memoria, logro visualizar la casa a la que Alejandra se refiere, y sí, la propiedad es una construcción de dos plantas más azotea; calculo que debe ser de 250 m2.

—¿Y los hijos no pueden evitar que esté andando ebrio por las calles? —pregunto al parecerme que es posible que sus hijos puedan retener al señor Palomo en casa.

—En algún momento intentaron impedirle que salga de casa solo, pero el señor Palomo empezó a gritar por ayuda desde la ventana de su habitación en el segundo piso. Él decía que sus hijos lo estaban secuestrando, impidiéndole el libre tránsito, que estaban vulnerando sus derechos. El señor Palomo fue abogado, por eso sabe de leyes, aunque ya no ejerce desde que falleció su esposa. Los nuevos residentes de la casa contigua, que recién se habían mudado al barrio y desconocían la historia de esa familia, alertaron a la policía, y, cuando llegó la autoridad, estuvieron a punto de llevarse a la comisaría al hijo del señor Palomo, si no fuera porque los vecinos salieron a explicar el malentendido y obligar al supuesto secuestrado a que no haga daño a su propio hijo, ya que solo quiso evitar que cualquier día le suceda algo por andar en la bebedera de alcohol.

—De seguro los policías lo señalaron como culpable por ser el único adulto varón en casa, además del señor Palomo —suelto sin pensar, como si de un reflejo se tratara.

Alejandra ríe ante mi comentario, el cual tiene un porqué. Sucede que varias veces fueron las que traté de entablar una conversación con mis amantes de turno fuera de lo que nos ocupaba sobre la cama, ya que sentía muy mecánico y nada humano el hecho de solo encontrarnos para follar y no más, pero ellas siempre terminaban hablando mal de los hombres —sí, todas ellas son feministas, pero sin que esta sea una relación de causa-efecto, o sea, que si son libertinas es porque son feministas, o viceversa; una cosa no tiene que ver con la otra—, y yo no me podía quedar callado, por lo que participaba de la conversación defendiendo a los de mi sexo, de ahí que, sin pensar, solté ese comentario que ha hecho reír a mi querida Alejandra.

—Quizá, pero, desde ese día, los hijos ya no intentan retenerlo en la casa; solo salen a buscarlo cuando llega la noche y él aún no ha regresado —Alejandra suspira, y noto que la tristeza ha avanzado un poco más en ella de lo que pudo desarrollarse en mí—. Varias veces, cuando regreso del trabajo, lo encuentro en una banca del parque llorando. Según he escuchado, el señor Palomo bebe para escapar de la realidad que le dice que su esposa ha muerto, pero a veces el alcohol no basta, y él la recuerda, la añora, sufre y lamenta que ya no esté más a su lado, aunque se encuentre en un muy profundo estado de ebriedad. Es una pena que el señor Palomo no sea capaz de superar la partida de su esposa y vivir bien, disfrutando de lo más preciado que ella le dejó: sus hijos.

—¿Qué sucedió con la esposa del señor Palomo? —pregunto para conocer un poco más sobre este caso.

—Le detectaron una enfermedad muy rara. ¿Cómo era que se llamaba? ¡Ah, sí! Esclerosis múltiple. Sí, así se llamaba. Resulta que es una enfermedad degenerativa, por lo que nadie se dio cuenta que lo que le ocurría a la señora Vilma era eso. Todos en su familia creían que era parte de la menopausia, y resultó ser algo mucho peor. Cuando se detectó, la señora Vilma ya no podía caminar ni hablar; se fue apagando de a poco hasta que murió. Fue triste porque ella era una mujer alegre que siempre veíamos bailar al lado de su “amado Agustín”, como ella llamaba a su esposo, en las celebraciones parroquiales y del barrio, y terminó su vida sin poder moverse ni hablar —Alejandra suelta unas cuantas lágrimas por la tristeza que imagino le debe causar el recuerdo de los últimos días de quien ella vio ser el alma de las fiestas de su barrio cuando era una niña.

—De seguro debió amar mucho a su Vilma el señor Palomo, por eso ha quedado devastado ante su partida —digo y sorbo un trago de vino—. Quizá lo que diga te asuste, pero no lo hago con esa intención, solo que hay tanto del amor que desconozco, y lo que sucede con el señor Palomo es una parte de eso que ignoro y me da miedo. Temo llegar a amar tanto que al perder a esa persona termine perdiéndome a mí mismo y acabar siendo un muerto en vida —Alejandra me mira, y asiente como aceptando mi punto, pero no sé si lo comparte—. ¿Y sabes por qué me da miedo terminar hecho un muerto en vida? —ella niega al mover la cabeza—. Porque pienso que mis hijos sufrirán el doble: por la muerte de la madre y por mi abandono.




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