Amor de padre

Cambiando el destino: Capítulo XVII

Desde que Alejandra aceptó mi propuesta de vivir juntos, de ser una familia con nuestros hijos, me he dedicado a hallar la casa perfecta para nosotros. Busco una propiedad y no un terreno donde construir el que será nuestro hogar porque lo segundo tomaría mucho tiempo, y queremos de una buena vez empezar nuestra vida en unión familiar, pero dar con la casa más adecuada para los cinco —y aquellos que vendrán después— no ha resultado tan sencillo. Ya tengo siete semanas, casi dos meses visitando con Alejandra diferentes viviendas, unas ubicadas en mejores zonas que las otras, pero no damos con la que queremos.

Siempre encontramos algo que no nos agrada o hace que desistamos de la compra. Por fuera, lucen perfectas, pero algunas, por la antigüedad de la construcción, tienen daños estructurales o mal distribuidos los ambientes, por lo que tendríamos que gastar mucho más dinero en reparaciones, además del tiempo de espera. Otras veces, la propiedad es adecuada, casi perfecta, salvo por las capas de pintura y algún arreglito adicional que no tomaría más que una semana, quizá dos, pero, por cosa de Dios, nos topamos con situaciones que nos muestran la calidad de los vecinos, lo problemáticos que pueden ser, como la señora que sale a gritarle al afilador de cuchillos que pasa caminando por la vereda mientras ofrece un servicio que, en todo barrio, adinerado o no, siempre es bien recibido por las personas ocupadas en la preparación de los alimentos, solo porque no le gusta el sonido del tradicional silbato que alerta a los vecinos de su presencia.

—Creo que es mejor comprar uno de los terrenos que me han ofrecido en el distrito de Surco, en el jirón Bartolomé Herrera, paralelo a la avenida Caminos del Inca, que se nota que será un punto comercial del barrio —comento a Alejandra mientras regresamos de ver otra casa.

—Estoy de acuerdo —dice ella tras soltar un suspiro de cansancio—. Si hubiéramos sabido lo difícil que sería dar con la casa adecuada para nosotros, desde un inicio te hubiera sugerido lo de comprar un terreno y construir una casa.

—Ya estaríamos techando el primer piso, y en una semana estaríamos empezando con el segundo —indico, por mi experiencia como ingeniero civil.

—¿Y si buscamos en distritos más austeros? —sugiere Alejandra una vez más—. Por estos, más acaudalados, hemos encontrado mucho vecino loco, problemático.

—No voy a negar que ahí tienes un buen punto para impulsar tu propuesta de buscar casa por Lince, Santa Beatriz, Pueblo Libre o Jesús María, pero yo quiero una mejor vida para nuestros hijos, además que puedo dárselas. Desde esos distritos hasta el colegio donde estudia Mariana, y luego lo harán Javier y Ernesto, es muy lejos. Los niños tendrían que madrugar para alistarse, desayunar y salir a tiempo para no llegar tarde por el tráfico de las mañanas —y yo también tengo un buen punto que defiende mi propuesta.

—Es que, en parte, no me quiero estar tan lejos de mi familia —la voz de Alejandra siempre pierde fuerza y alegría cuando se acuerda que, al mudarse conmigo y Mariana, dejará atrás a su madre y hermanos.

—Ya te he dicho que cuando quieran David, Pedro y tu madre podrán pasar temporadas con nosotros; además, iremos frecuentemente, todos los fines de semana, a visitarlos, así como lo haremos con mi familia —el lazo que ata a Alejandra a su familia es muy fuerte. Creo que los hijos solteros y que regresaron al hogar después de la muerte del padre piensan que no pueden continuar con sus vidas por la madre, que se deben quedar estancados ahí, viviendo con la señora Genoveva, hasta que esta fallezca—. Además, David y Pedro están en edad de conocer a una buena mujer, iniciar una relación, casarse, hacer familia, y que estén ocupados cuidando a sus sobrinos no ayuda a ese objetivo. Tus hermanos, que son buenas personas, también tienen derecho a tener su propia familia, hijos, y crecer.

Tras dejarla en la pequeña casa de fachada amarilla en el pasaje Ostolaza, conduzco hasta la casa de mis padres en San Isidro. Mamá también me dice que debería buscar algo cerca de ellos, pero no me parece justo para Alejandra que estemos cerca de mis padres cuando a ella la alejo, aunque sea un poco, de su familia. Por eso, al querer ser neutral, estoy buscando casa en zonas alejadas de San Isidro y Lince. Mariana, quien ya terminó las tareas y debe disponerse a tomar un baño y prepararse a dormir, me pregunta muy ilusionada si ya encontramos la casa perfecta, pero una vez más, al darle la noticia que aún nada, mi niña sufre un bajón de ánimo.

—Tú no te desanimes, mi princesa, papá se esforzará más por encontrar la linda casita donde viviremos los cinco juntos. Solo pídele a Dios que me ayude a toparme con la propiedad adecuada, donde podamos vivir cómodos y felices.

—Está bien, papito mío. Seguiré pidiéndole a Diosito que nos ayude. ¡Yo ya quiero vivir con mi mamita Alejandra y mis hermanitos! —comenta algo decaída de ánimo mi princesita.

Cuando le comenté a mis padres que Alejandra y yo nos iríamos a vivir juntos con nuestros hijos, mamá pensó que ella y los niños se mudarían a la casa en San Isidro. Al explicarle que la idea radica en conseguir una vivienda donde los cinco comencemos a vivir como familia, mamá se puso muy triste. Papá felicitó mi decisión, sobre que es mejor vivir aparte con Alejandra y nuestros hijos, ya que seríamos una familia completa, pero no pudo evitar cuestionar la prontitud con que queríamos iniciar una vida juntos, en familia.

—Nosotros ya sabemos lo que es vivir en pareja y tener hijos, lo que nos falta es la experiencia de vivir en familia con la persona adecuada, aquella que quiere esforzarse para ser felices y que nuestros hijos crezcan sanos de mente, cuerpo y espíritu. Es por eso que le pedí que viviéramos juntos sin tener que esperar más tiempo. Sé que te debe preocupar si entre nosotros hay la suficiente química como pareja, una que trascienda el ámbito de ser padres, que tiene que ver con que dos individuos diferentes se unen con un mismo propósito, a lo que te digo que sí, que los dos queremos lo mismo: ser felices y que nuestros hijos también lo sean.




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