Amor de padre

Cambiando el destino: Capítulo XVIII

Alejandra no conoce la rutina de Mariana, pero al suponer que debe levantarse temprano para alistarse, desayunar e ir al colegio, me encuentro con ella saliendo de la habitación de mi hija con el uniforme en mano cuando regreso de correr con papá. Mariana se va a cambiar en la habitación donde durmió con nuestros muy queridos huéspedes. Tras tomar un baño y vestir adecuadamente para ir a la constructora, voy a cerciorarme que mi pequeña no esté retrasada, ya que la alegría de tener a Alejandra a su lado desde las primeras horas de la mañana puede que la desoriente sobre el tiempo y que debe apurar el paso para llegar a la hora indicada al colegio. Sin embargo, para mi grata sorpresa, solo encuentro a los dos pequeños durmiendo y rodeados por una muralla de almohadas cuando ingreso a la habitación de huéspedes.

En el comedor, Mariana ya está sentada junto a mis sobrinos. María aparece con unas viandas, luego Elena con otras y ver a Alejandra llegar con el agua caliente para preparar las bebidas mañaneras de los colegiales de la familia, hace que el corazón se me acelere y una enorme sonrisa se marque en mi cara. Esta escena, que no es más que ver a la mujer de mi vida conviviendo con mi familia, algo que no tuve con quien fue mi esposa, es felicidad pura para mí.

Al llegar a la mesa, saludo con entusiasmo. La alegría de Mariana es desbordante, por lo que mi princesita está muy despierta y activa, algo que normalmente no vemos hasta que termina el desayuno. Papá baja, se suma a la mesa, todos sentados, incluyendo María, tomamos la primera comida del día. Minutos después, y algo apurados porque la presencia de Alejandra ha cambiado la rutina de la mañana, por lo que nos hemos tomado más tiempo de lo debido en la mesa, quienes deben ir a estudiar y los que vamos a trabajar nos despedimos con besos y promesas de volver que son entregadas con amor.

En el trabajo, todo transcurre sin novedades. A la 1 p. m., como es costumbre, me comunico con Alejandra, solo que ahora marco el número telefónico de la casa en San Isidro y no el del Bazar Naval. Al estar los pequeños Javier y Ernesto despiertos, hablo también con ellos. Ernesto ya ha empezado a manifestar que confía en mí y en Mariana, por lo que con nosotros suelta algunas palabras, lo que nos ha hecho muy felices. Tras terminar la jornada del día, regreso a casa, y antes de la cena, le pido a Alejandra que conversemos, ya que no hemos tenido la oportunidad de hablar sobre lo ocurrido ayer. Por el momento, a ella se le ha concedido unos días de descanso indicados por Medicina Legal de la Policía Naval, pero yo preferiría que renuncie al bazar.

—Braulio, necesito el dinero, no puedo dejar de trabajar —argumenta Alejandra.

—Ahora eres mi novia, y muy pronto mi señora porque estamos a nada de iniciar una vida en familia, junto a nuestros hijos. El dinero no va a faltar, por lo que trabajar no será una necesidad para ti —le digo mientras acaricio una de sus manos, aquella con la que me quedé entre las mías tras ella dejar una caricia en mi mejilla izquierda.

—Pero aún no existe esa casa, y mientras no la encontremos o no se construya, prefiero trabajar. No quiero abusar —no sé si es orgullo o que en verdad piensa que está aprovechándose de mí de alguna manera.

—Alejandra, ¿de qué abuso hablas? Nosotros tenemos una relación, somos conscientes de lo que sentimos el uno por el otro, que no nos podamos casar no puede prohibir que continuemos con nuestras vidas y el amor que tenemos. Nuestros hijos merecen ser felices y crecer en una familia unida, bien establecida porque, más allá de un papel que nos reconozca como pareja ante la sociedad, tendrán una madre y un padre que cumplan con amor y responsabilidad cada una de las funciones que estos roles demandan.

Ella me mira con ternura, sonríe con agradecimiento por la tranquilidad que le inspiro al explicarle con firmeza y cariño lo que haremos con nuestras vidas. Lo que deseo es que ella se saque de la cabeza la idea de que no es mi pareja oficial al no poder casarnos porque pienso que es eso lo que la limita.

—Entonces, renuncio al bazar y me quedo en casa cuidando de mis hijos —comenta ella después de exhalar y relajarse.

—Así es. Yo te entregaré mensualmente lo que era tu salario del bazar y un adicional, ya que me parece que con ese dinero llegabas con las justas a fin de mes —indico, y ella se sonroja.

—Es que debía pagar mi almuerzo y pasajes. Ahora que me quedo en casa, ya no tendré que destinar un porcentaje del salario para esos fines.

—Entonces, habrá más dinero para que aportes al gasto en casa de tu madre, mejorando algún aspecto que no era bien atendido. Utiliza este tiempo que ya no tendrás que trabajar fuera de casa para disfrutar de los niños. Ellos aún están pequeños, pero Javier ya debe empezar el jardín de niños el próximo año, y al iniciar una nueva rutina, siempre hay algunas emociones que se desbordan, por lo que es importante que él se sienta seguro de que todo estará bien, que es parte de crecer.

—Gracias por preocuparte por mis hijos, Braulio —en su mirada aparecen algunas lágrimas queriendo inundar la oficina de papá, donde nos hemos reunidos para conversar apartados de todos.

—Nuestros, Alejandra. Javier y Ernesto ya son mis hijos, así como Mariana es tu hija. Ahora, todo lo que hago por ellos y por ti es porque ustedes son mi familia. ¿Recuerdas?, juntos decidimos ser familia, y, aunque falte la propiedad donde viviremos en unidad familiar, podemos anticiparnos a iniciar el proceso de reconocernos como madre y padre, esposa y esposo —ahora una enorme sonrisa ilumina su rostro.




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