Amor de padre

Cambiando el destino: Capítulo XIX

Cuando falleció David, la casa de Surco se encontraba en la última etapa de construcción, en la de acabados. A finales de febrero, ya estaba lista para ser habitada. Ya estamos quincena de marzo, y aún no hemos comprado ni un solo mueble. Alejandra no me ha comentado nada, pero por Pedro sé que la madre no quiere que la hija y los nietos se muden. Sin ellos en casa, la señora Genoveva pasaría los días en completa soledad, ya que Pedro regresa del trabajo pasada las 7‍‍ p. m.

Sé que la muerte de David ha afectado mucho a Alejandra. La verdad es que no es la única, yo mismo me siento algo perdido después de los funerales de mi cuñado. A veces me imagino que será David quien abra la puerta de la pequeña casa en el pasaje Ostolaza, con lo que me quedaría claro que todo lo que pasó simplemente fue una pesadilla, pero, por más que lo espero, no es así; abre Pedro, Alejandra o la misma señora Genoveva, y nada de David.

Hasta el momento no he presionado para apurar la mudanza. Entiendo bien que primero hay que pasar el duelo, algo que espero no tome años. Aunque yo también extraño a David, tengo bien claro que la vida sigue, y pensando más en los niños que en mí, entiendo que debemos superar la pérdida para ocuparnos de nuestras vidas. Javier ya debería estar matriculado en el colegio para que empiece el jardín de niños de cuatro años, pero Alejandra ni siquiera ha mencionado el tema.

—Me parece que no deberías esperar a que ella introduzca el tema, sino hacerlo tú —aconseja mi hermana Fiorella o sor Flor de María.

Mis hermanas religiosas llegaron antes de lo previstos, para la Navidad, fecha que les permitieron pasar en familia cuando en su congregación se enteraron que uno de mis cuñados era un enfermo en etapa terminal. Fiorella como Lorena no viven en la casa de San Isidro junto a nosotros; cuando llegan a Lima, se quedan en el convento de las Hermanas Dominicas de la Inmaculada Concepción, orden a la que pertenecen, pero se nos permite verlas en las instalaciones del convento cada vez que sea necesario y previa coordinación, aunque a partir de abril será posible buscarlas en el colegio Santa Rosa, que pertenece a la congregación y donde se dedicarán al servicio educativo al ser profesoras de los niveles Inicial y Primaria.

—Los temas, amada hermana, que Javier sea matriculado para que inicie su vida escolar también es importante —recalca Lorena o sor María Lorena.

—Algo me dice que este año no empezará mi vida en familia con Alejandra y nuestros hijos —el suspiro que suelto al terminar la frase es porque empiezo a sentirme derrotado.

—¡Braulio, ¿qué es eso?! ¡Más confianza en Nuestro Señor, por favor! —me regaña Fiorella—. No pierdas la fe, sigue pidiendo que se te cumplirá.

—No es que quiera llevarte la contra ni ser negativa, amada hermana, pero también hay que tener en cuenta que nada en el universo escapa de la voluntad de Dios. Si se está dando esta demora, es por algo que ahora no entendemos, pero que es necesario —añade Lorena sonando más sabia y reflexiva de lo que la recuerdo cuando era niña, ya que ella siempre fue de hacer bromas y contar chistes.

—Pero ¿qué será lo que tengo que aprender de esto?, ¿a tener más paciencia? —me pregunto a mí mismo. En eso, la idea de que esta demora se deba a que Alejandra y yo conviviríamos sin ser esposos al mudarnos juntos con nuestros hijos, la tomo como una respuesta a los inconvenientes que estamos teniendo—. Quizá Dios no quiere que vivamos juntos, que seamos una familia, porque ella aún está casada y yo no la puedo desposar —mis hermanas religiosas comparten miradas serias, pero con un toque de complicidad que no puedo descifrar—. Ya, díganme de una vez que esa es la razón de la demora.

—Braulio, Dios es el único omnisciente en todo el universo, capaz de conocer a profundidad cada uno de los corazones de sus hijos y estar al tanto de nuestras intenciones cada vez que actuamos —comienza así a explicarse Fiorella—. Es verdad que la vida marital y familiar debe iniciar después de recibir la bendición de Nuestro Señor con el sacramento del matrimonio; sin embargo, no creo que Dios no quiera que Alejandra y sus niños tenga la oportunidad de mejorar sus vidas, así como tú y Marianita la de por fin saber lo que es tener una esposa y mamá amorosa. Creemos, y me atrevo a hablar por María Lorena, que el retraso no se debe a que Dios no vea con buenos ojos tu unión con Alejandra; debe haber algo más que sea el verdadero motivo por el cual aún no puedan hacer la mudanza hacia la casa de Surco.

Los días pasan, y yo no me animo a ser quien introduce el tema de la mudanza y el inicio de la etapa escolar de Javier porque cada día que pasa noto a Alejandra más triste. El brillo de sus ojos no es señal de alegría, sino que son lágrimas que retiene durante todo el día porque las ganas de romper a llorar son permanentes. Mi madre y Elena me aconsejan que le tenga paciencia, que no es fácil perder a un hermano, más todavía cuando era uno que la apoyaba incondicionalmente al proveerle de protección y cuidados para sus hijos.

—Sobre el inicio de la etapa escolar de Javier, ni te preocupes. Obligatorio es que los niños cursen Inicial de cinco años, no de cuatro, así que aún tenemos un año para que mi sobrinito comience a ir al colegio —señala Elena, lo que me da algo de tranquilidad, pero no la paz que necesito.

—Al menos no tengo que preocuparme de ese detalle —digo con el ánimo por los suelos.

—Braulio, hijo, no me gusta verte así, tan desanimado —comenta mamá mientras con sus manos hace el gesto de llamarme para que me abrace a ella y pueda consolarme al verme triste.




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