Hoy, como siempre, estoy despierto muy temprano, pero en vez de salir a correr, decido quedarme para recorrer, por última vez, cada rincón vacío de esta casa. Ayer, antes de irnos al club, los de la mudanza llegaron muy temprano y subieron los muebles como todas las cajas con nuestras pertenencias embaladas a los camiones. Antes de que la mudanza parta hacia Piura, entregué una sustanciosa propina al encargado del equipo enfrente de su gente. «Por llegar a la hora pactada y cargar todo con cuidado. Si hacen el mismo trabajo en Piura, los recompenso de la misma manera», les digo. Todos sonrieron motivados, por lo que el viaje lo harían contentos y con altas expectativas de llegar a su destino.
Como ya no tenemos camas ni colchones, hemos dormido como si hubiéramos ido al campo, en bolsas de dormir que Fernando y Julio nos han prestado. Mis hijos varones, los más entusiastas, se reunieron en la habitación de Javier. Los tres, porque Braulio tercero imita todo lo que sus hermanos Javier y Ernesto hacen, pidieron a Pedrito que los acompañe, cosa que mi cuñado aceptó de inmediato, así que los cuatro han pasado la noche simulando que están acampando.
Mi princesa, ya en etapa de preadolescencia, es más exquisita, por lo que ha sufrido un poco con la idea de dormir en el piso, solo protegida por una bolsa de dormir. Ale le explicó que a veces, para obtener lo que queremos y es bueno, hay que hacer algunos sacrificios, dejar lo que nos gusta y hasta incomodarnos. Mi niña entendió que dormir una noche sobre el duro y frío suelo es el sacrificio que debe hacer para obtener el beneficio de ir a Piura, donde su vida no será la misma, pero estará mejor, segura de que los Reyes no interrumpan su paz.
Para mi esposa, pasar la noche durmiendo dentro de una bolsa de dormir no implicó una molestia, ya que, según sus propias palabras: «En peores situaciones he debido conciliar el sueño». La vida de mi Ale no ha sido fácil. La carencia y la incomodidad muchas veces estuvieron presentes mientras crecía, por lo que pasar una noche durmiendo sobre el suelo de nuestra habitación es un precio módico para el cambio de vida que vamos a dar en unas horas.
Aunque sé que debo dormir porque aún hay tareas que realizar horas antes de subirnos al avión y viajar a Piura, no puedo conciliar el sueño. Esta es la primera vez que comparto la noche con Ale y no puedo ni tocar su mano, y eso hace que me sienta angustiado. Tengo la costumbre de dormir abrazado a ella, ambos de costado, con mi cabeza acomodada en su pecho y mis manos rodeando su cintura. Ahora la bolsa de dormir impide que pueda aferrarme a ella, y eso imposibilita que pueda sucumbir al cansancio.
Me paso la noche observando el rostro de mi esposa gracias a la escasa iluminación que se cuela a nuestro dormitorio por un lado de la cortina. Para muchos, porque me lo han dicho, Ale no es una mujer con una belleza fuera de lo común, exótica. Mi mujer es una limeña más, mestiza, la mezcla de varias razas que al final ninguna sale ganando porque tiene de todas un poco, pero cada una acomodada de tal manera que es innegable que es hermosa. Para mí, Ale es la mujer más bella del mundo porque tiene lo que físicamente llama mi atención de una mujer y espiritualmente es lo que nunca pensé merecer, aunque lo imaginé desde que era un adolescente soñador.
Ella es la chica a quien me hubiera gustado llevarle serenata, aunque luego su padre y hermanos terminaran echándome por los celos que despertaban en ellos el hecho de saber que la niña amada estaba creciendo. A ella le hubiera enviado ramos de flores a la salida del colegio con algún muchachito a quien por un par de billetes aceptaría gustoso la misión. Hubiera rogado a cualquiera, hasta llegado a pagar, para que me invite a la fiesta a donde ella iría con su grupo de amigas, solo para invitarla a bailar y hacerla reír.
Y, aunque ya pasó para ambos la adolescencia, igual le he llevado serenata decenas de veces, solo que nadie me echaba con la amenaza de caerme a puñetazos; le he enviado flores a la salida del colegio, pero con nuestros hijos de mensajeros, y la he sacado a bailar en cuanta fiesta familiar o social hemos participado, a donde nunca tuve que colarme. Con Ale he podido hacer realidad mis fantasías de adolescente enamorado —y otras no tan inocentes—, por lo que ahora estoy completamente seguro que ella es la única, la que siempre debió ser.
Mi reloj biológico me dice que ya son las cuatro de la mañana, así que dejo la bolsa de dormir sin hacer mucho ruido, ya que imagino que el sueño de Ale no debe ser el de siempre, el sumamente profundo que le permite reponer energías. Con sumo cuidado, para que mis pisadas no despierten a mi esposa, voy al baño, me aseo, y luego cambio mis ropas por aquellas que vestiré todo el día, con las que viajaré a Piura. Ya listo, termino de empacar mi maleta al guardar la colonia que uso a diario y mis sandalias de baño que ya sequé y envolví en una bolsa de plástico.
Las toallas húmedas las llevo a la lavandería, donde la señora Adelaida —quien no ha perdido su empleo porque mi hermano Julio quiere que siga encargándose de los quehaceres de esta casa— las lavará y luego entregará a Pedro, quien terminará usándolas, así como las del resto de la familia. «¡Herencia de toallas es lo que recibiré de esta familia!», fue lo que dijo mi cuñado cuando le comentamos lo de dejarle las últimas toallas que usaremos en esta casa.
Como tuve que subir al tercer piso para dejar las toallas que acabo de usar, aprovecho para desde ese rincón de la casa empezar mi recorrido de despedida. La vista que tengo de la calle desde este punto alto de la propiedad que construí para que sea mi hogar ha variado. En los últimos dos años, más casas se han construido en la zona, lo que es bueno porque el precio de la propiedad sube y hemos obtenido vecinos, los cuales son buenas personas, a Dios gracias.
Editado: 22.09.2025