Hermelinda, José y Amanda resultaron ser las personas maravillosas que mis hermanas y la señora Alba describieron. Los tres son puntuales, serviciales, resolutivos y honrados, cuatro virtudes que resalto de tantas que poseen. Sin ellos, sobrevivir en Piura hubiera sido muy complicado, ya que, además de convertirse en nuestros guías durante los primeros meses de residencia en esta ciudad, han sabido ser un gran soporte para nuestra familia.
La señora Hermelinda fue la primera en llegar al día siguiente de que aterrizamos en la Ciudad del Eterno Calor. Por mi costumbre de levantarme muy temprano, una que Piura facilita porque el calor hace que desee despegarme de la cama lo antes posible, atendí su llamado a la puerta a las 6 a. m. Cuando llegó a trabajar con nosotros, la señora Hermelinda era una mujer de cincuenta y seis años que estaba quebrada por la tristeza producto de la muerte de su compañero de toda la vida y el abandono de sus hijos.
Cuando abrí la puerta de la enorme casa, no encontré a nadie porque la señora Hermelinda se había colocado a un lado por la baja autoestima que la falta de amor de sus hijos originó en ella.
—¿Señora Hermelinda? —pregunté al darme cuenta que era ella cuando noté el lunar rojo que cubre el lado derecho de su cuello y parte de la mandíbula inferior, detalle que mis hermanas indicaron porque ya se imaginaban que la señora Hermelinda no estaría en condiciones anímicas para presentarse con aplomo y seguridad tras abrirle la puerta de nuestra casa.
—Buenos días, patrón. Disculpe por llegar tan temprano, pero las hermanitas me dijeron que no había problema si así lo hacía —si no fuera porque las calles por esta zona son poco transitadas, hubiera estado en serios problemas para escuchar lo que dijo la señora Hermelinda.
Al sumar la triste historia que me contaron Fiorella y Lorena sobre esta mujer con su comportamiento tímido, supe que primero debíamos ayudar a la señora Hermelinda a sanar la tristeza, y la única forma de hacerlo era dándole mucho amor.
—¡Señora Hermelinda! ¡Qué gusto conocerla! No se preocupe, hizo muy bien en venir temprano. Si lo hacía a las 5 a. m., me encontraba tan despierto como ahora. Tengo la costumbre de salir a correr a las 4 a. m., solo que hoy no salí a hacer mi rutina de ejercicios porque temo confundirme entre las calles y no saber cómo regresar a casa. Pero pase, le invito un café, lo único que tengo a esta hora para ofrecerle. ¿Más tarde podemos salir a hacer las compras? Cuento con usted para que me guíe al mercado o algún supermercado que haya en la ciudad.
Hablarle como si la conociera de años, hizo que una sonrisa iluminara a medias el rostro de la señora Hermelinda porque la tristeza aún se notaba en sus ojos. Cuando ella pasó a la casa, noté que solo traía consigo su cartera, una pequeña, lo que llamó mi atención porque, supuestamente, ella trabajaría con nosotros cama adentro, por lo que esperé ver, aunque sea, una maleta.
—Señora Hermelinda, ¿y dónde están sus maletas? ¿Acaso ha venido para decirnos que no puede trabajar con nosotros? —exageré el gesto de sorpresa al mezclarlo con el de tristeza.
—¡No, patrón! ¡Yo sí quiero trabajar con ustedes! —se explicó de inmediato la señora Hermelinda—. Si no he venido con mis cosas es porque quería presentarme primero ante ustedes y saber si están conformes con que yo les ayude con los temas de la casa —su inseguridad fue lo que hizo que no viniera con sus pertenencias para mudarse de una buena vez.
—Dos cositas chiquititas, señora Hermelinda: la primera, no me llame patrón, por favor. A lo mucho está bien que me diga señor, pero eso de patrón, no va conmigo. Segundo, si usted ha sido recomendada por mis hermanas, se debe a que es la persona que mi familia y yo necesitamos para que nos ayude a hacer la vida más fácil en esta nueva ciudad. Desde ahorita le doy la bienvenida.
—¿Sin que la pat… —la señora Hermelinda ya iba a decir patrona para referirse a mi Ale, pero recordó lo que acababa de decirle, así que se detuvo y reformuló su pregunta— …sin que la señora me apruebe?
—Mi esposa confía tanto como yo en el buen criterio de mis hermanas. Ahora dígame, ¿dónde ha dejado sus pertenencias? Si me guía, podemos ir ahorita mismo por ellas.
Ale, quien estaba en la cocina haciendo la lista de los alimentos, productos de limpieza y aseo personal que necesitábamos comprar, vio a la pequeña y tímida mujer que caminaba a mi lado hacia la cocina. De inmediato, mi esposa nos dio el alcance, y tras saludarla con una enorme sonrisa, se dio cuenta de lo mal que estaba la señora Hermelinda porque agachó la mirada cuando respondió el saludo.
—¡Gracias, señora Hermelinda, por venir a trabajar con nosotros! —dijo Ale al concluir, igual que yo, que lo mejor que podíamos hacer por esta mujer era acogerla con amor en nuestro hogar—. Justo estoy haciendo la lista de los productos que necesitamos comprar, ya que con nosotros no hemos traído nada más que nuestros muebles y ropa. ¿Quiere ayudarme?
—Ale, primero hay que ir por las pertenencias de la señora Hermelinda, para que se acomode en el que será su dormitorio. Ella ha llegado muy temprano de Sullana, de la casa de su hermano, donde la acogieron por unos días. Sus maletas las ha dejado en el convento, a resguardo de mis hermanas.
—Entonces, ve con la señora Hermelinda a recoger sus cositas. Yo me quedo con los chicos, que aún no despiertan.
Al superar la timidez, la señora Hermelinda supo guiarme hasta el convento donde viven mis hermanas. Ni bien tocamos el timbre, Lorena abrió la puerta con una sonrisa de par en par.
Editado: 07.10.2025