Amor de padre

Cambiando el destino: Capítulo XXV

Mariana culminó el colegio, pero no forma parte de ninguna promoción. No tuvo viaje de promo a Cuzco ni participará de ninguna ceremonia ni fiesta de graduación. Tampoco tiene casaca ni anillo promocional, y su nombre no aparecerá en la placa de mármol que colocarán en la pared de honor del colegio, donde quedan para siempre los listados de las promociones que pasaron por las aulas del centro educativo.

Mariana tampoco tiene amigas. Aquellas que alcahuetearon la relación malsana con Rubén desaparecieron más rápido de lo que llegaron cuando las malas decisiones causaron tal escándalo que llegó a oídos de todos en Piura. Nadie habló en favor de mi hija cuando la directora decidió suspenderla del colegio, mucho menos cuando ya no quiso renovar la matrícula de estudios para el siguiente año. Algunos padres de familia llegaron a decir que mi princesa era una mala influencia para sus hijas, cuando fueron esas mocosas quienes conocían a Rubén y no dudaron en ser el nexo de este con Mariana.

En estos dos últimos años, mi princesa ha permanecido encerrada en casa porque no hay colegio a dónde ir ni amigas a quiénes visitar o con quiénes quedar para verse en el club. Si mi hija no se ha deprimido por todo lo ocurrido es porque accedimos de inmediato a una terapia psicológica con una muy buena profesional que nos recomendó la Dra. Cornejo, la psicóloga que fue la terapeuta de Ale. La Dra. Aguinaga nos ha ayudado muchísimo, y me incluyo porque también he tenido algunas sesiones con ella. Junto con mi esposa hemos recibido pautas para poder lidiar con esta situación. Amamos ser padres, pero cuando Ale y yo lo fuimos, no recibimos un manual de cómo actuar en determinadas situaciones, eso lo hemos aprendido en el camino; sin embargo, hay circunstancias que nos sobrepasan, y en esos momentos no está mal recibir apoyo de un buen profesional especializado en salud mental y emocional.

Mariana es consciente de los errores que cometió en la historia que tuvo con el tal Rubén. Primero, que se dejó mal aconsejar por las “amigas”. Esas muchachas fueron las que incitaron a mi hija a mantener en secreto la relación con el muchacho. Lo que ellas alegaron fue que yo, por celos, no le permitiría a Mariana mantener una amistad, mucho menos una relación amorosa, con el mocoso ese. Y la verdad es que no hubiera permitido que tuviera algo con ese tipo por el simple hecho de que a leguas se veía que no era una persona en quien se podía confiar.

El segundo error fue enamorarse de alguien que distaba muchísimo del ejemplo de hombre con el cual creció. Usualmente las mujeres buscan en sus parejas personas que puedan recordarles al padre o el trato que recibieron de los varones de sus familias mientras crecían, pero en este caso no fue así. A Mariana le ganaron las hormonas, y por eso se obsesionó con el tal Rubén porque, a diferencia del resto de muchachos, este era más osado y mañoso, además de un líder —para el mal, pero líder—, lo que de alguna manera atrajo a mi hija.

El tercer error fue mentirnos sobre que iba a estudiar a casa de las amigas, cuando en verdad solo iba a dejar su mochila para luego salir a verse con el mocoso ese. Si no me la topaba esa tarde que estaba paseando en moto con ese muchacho, cuánto tiempo hubiera pasado para enterarnos de la existencia del tal Rubén. Mariana nunca nos había mentido, mucho menos ocultarnos lo que estaba sucediendo en su vida, por lo que a Ale y a mí nos afectó mucho que no confiara en nosotros.

El cuarto error fue minimizar los arranques de furia de ese mocoso. Este muchacho empezó a tratar a mi hija con violencia a pocos días de que ella aceptó su propuesta de ser enamorados, lo cual sucedió al mes de haber sido presentados por las “santas” que tenía por amigas. Mariana contó que la mayoría de veces la trató a punta de gritos innecesarios, y que de a pocos fue añadiendo empujones y jalones de brazo que también lastimaban a mi niña. Ella aceptó ese maltrato por dos motivos. El primero, porque ella se puso en los zapatos de Rubén cuando le dijo que a veces actuaba así porque se ponía “nervioso”, ya que no quería cometer errores que promuevan que ella lo abandone, sentimiento que nació en él al percibir el desinterés de sus padres. El segundo motivo radicó en los sentimientos de mi hija. Mariana se enamoró de Rubén porque quería protegerlo, sanarlo. Ella pudo sentir lo vulnerable que ese muchacho era en realidad, lo que sufría porque sus padres no demostraban interés ni amor por él. Según la Dra. Aguinaga, muchas mujeres atan sus vidas a hombres como Rubén por esa idea de poder sanar todo con amor, lo que no es posible si el “enfermo” no es capaz de reconocer que está actuando mal y querer cambiar.

Y el quinto, y peor error que pudo cometer, fue aceptar huir con Rubén. El muchachito este le había dicho que la única manera de permanecer juntos sería viajando a Arequipa, donde viven acomodadamente sus abuelos maternos. Él la abandonó en Chiclayo porque al segundo día de haber escapado juntos consiguió lo que quería que le entregue sin oponer resistencia. Cuando lo atraparon llegando a Trujillo, Rubén intentaba escapar hacia Arequipa, donde sus abuelos maternos mantienen relaciones de poder con varias autoridades, lo que pensaba que podría haber evitado que mi familia pudiera ponerle las manos encima.

Nunca quise saber lo que Julio y Fernando le hicieron a ese muchacho que, al ser menor de edad, no iba a recibir mayor escarmiento por parte de las autoridades. Lo único que supe fue que el mismo muchacho llamó a sus padres, a quienes solo les tocó agachar obligadamente la cabeza ante lo hecho por su hijo. Tras averiguar las conexiones comerciales de la familia de Rubén, mi padre contactó a tres de los principales socios que tenían, quienes, por coincidencias de la vida, mantenían cercanas relaciones con los negocios de las familias Bertolotto y Bianchi. Los padres de Rubén jamás iban a aceptar que su hijo era una desgracia de ser humano por la irresponsabilidad de ellos, pero lo hicieron cuando tres de sus poderosos socios condicionaron continuar con los acuerdos comerciales que tenían si no se hacían cargo de controlar y corregir a su hijo.




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