El suave roce de los labios de la Rosalía despertó en mí las ganas de volverla a tener desnuda entre mis brazos. Un beso apasionado comenzó después de mirarnos a los ojos con una mezcla de ilusión, deseo y mucho, pero mucho “lo siento”. Empiezo a deshacerme del abrigo, de la chompa, de todo lo que evita que el frío húmedo de Lima nos llegue hasta los huesos, y cuando ya estoy por quitarle la blusa, la bebé, que aún no tiene nombre, suelta un grito que desata un terrible llanto.
—¡¿Y ahora?! —pregunto algo molesto por la interrupción.
La Rosalía se acerca a la bebé, revisa el pañal: limpio. Al colocar su dedo meñique cerca de los labios de la pequeñita, esta busca atraparlo: tiene hambre. Con el agua caliente que guardó en el termo le prepara una nueva dosis de lechecita. La bebé la toma deprisa, la ayudamos a soltar los chanchitos y se queda dormida.
Nosotros retomamos lo que dejamos cuando la pequeñita empezó a llorar por hambre, pero no llego ni a desabotonar el tercer botón cuando empieza nuevamente el llanto.
—¡Tranquilo, Avelino! Ella es muy chiquita, tiene necesidades que no puede satisfacer sola, por eso llora para comunicarnos lo que quiere —me explica con voz calmada y comprensiva la Rosalía.
Tras tomar en brazos a la bebé y ayudarla a que suelte otro chanchito que había quedado atrapado en su pancita, continuamos con lo nuestro. Sin embargo, la bebé vuelve a llorar. Estuvimos así, entre avanzar poquito para desnudarnos y calmar el llanto de la pequeñita, como por media hora. Al darnos cuenta que ya pasaban de las 6 a. m., decidimos posponer el sexo post-reconciliación, la Rosalía debe ir a trabajar.
—Ella me acaba de dar un motivo más para responder cuando me pregunten por qué no me gusta la idea de tener hijos —digo mientras veo a la Rosalía salir del baño tras un duchazo rápido al que no me permitió acompañarla porque la bebé podría volver a llorar.
—Eres adulto, Avelino, así que puedes controlar tu deseo sexual y enfocarte a atender a la bebita —dice la Rosalía con ese tono de voz de regaño bonito, ese que usa para explicarme las cosas que no entiendo. Ella ha estudiado, yo solo me quedé con la secundaria mal hecha.
—Está bien. Hoy la bebé es prioridad —digo aún algo molesto—. ¿Y cuándo vamos a tener nuestra noche de reconciliación? —pregunto con mi cara y voz de niño apenado. La Rosalía ríe mientras termina de peinar sus largos cabellos en un moño que sujeta con una red para que ningún pelo se le suelte.
—Ya veremos, Avelino. Por ahora nosotros cuidamos a la bebita…
«Necesito encontrar a alguien que se quede con la mushita por una noche», pienso mientras la Rosalía me explica todo eso de la responsabilidad y el deber de los adultos a la hora de cuidar a bebitos o niños.
—¡Avelino! —La Rosalía levanta la voz al ver que me perdí en mis pensamientos.
—¿Sí, bonita? —La única forma especial que uso para llamarla, además de su nombre, es “bonita”. Así fue como la llamé la primera vez que le hablé, cuando estaba obligada a trabajar en el negocio de la tía Vero.
—Que te dejo completamente la responsabilidad de cuidar de la bebita. Le acabo de cambiar el pañal, pero de seguro dentro de un rato llorará de hambre, así que le preparad el biberón. Ya te enseñé cómo hacerlo. Ahora me voy porque no es posible que llegue tarde al trabajo cuando vivo a un par de cuadras.
La Rosalía deja un beso sobre la frente de la bebé y luego se me acerca para dejar otro sobre mis labios. Antes de irse, reposa su frente sobre la mía por unos segundos.
—Confío en ti, Avelino. Sé que harás un excelente trabajo al cuidar a la bebita mientras estoy trabajando —Y tras dejarme una sonrisa, se coloca el abrigo, toma la cartera y sale del cuarto.
Después de contemplarla irse, pero esta vez seguro de que regresará, enfoco la vista en la pequeñita que duerme bien arropada por la manta nueva que le compré. Al escuchar el vacío del cuarto, me entran unas ganas de estirar mi cuerpo, el cual está muy cansado por la larga jornada sin dormir. Al levantar mis brazos, el mal olor llega a mi nariz, y recuerdo que ayer por la noche jugué partido y no me bañé.
Con la idea de ir a mi cuarto y sacar ropa limpia para bañarme donde la Rosalía, empiezo a colocar todas las almohadas y ropa de mi mujer que tengo a la mano alrededor de la bebita, como si fuera una muralla que la protege de caerse. Sin embargo, cuando termino de acomodar todo alrededor de ella, recuerdo que en este cuarto había dejado ropa y productos de aseo, para cuando me quedaba a pasar la noche con la Rosalía.
Al abrir el ropero, no encuentro mis cosas donde las solía guardar, y eso me da un poco de pena. Cuando agacho la cabeza con tristeza al creer que la Rosalía se había desecho de lo mío, identifico una de mis camisas dentro de una bolsa plástica. Mi bonita había puesto en bolsas mis cosas, tanto ropa como productos de aseo, y dejado al fondo de la parte baja del ropero, donde se cuelga la ropa. Tras un año de estar doblada a la “maldita sea”, debo planchar mi ropa antes de ponérmela encima, así que no me queda otra que ponerme a planchar.
Al terminar de desarrugar lo que vestiré hoy para ir al mercado por la tarde y lo que usaré para estar en el cuarto con la bebita, me voy a tomar un baño. La mushita duerme, está tranquilita y protegida por la muralla blandita que armé, pero igual me apuro en el baño. Ya limpio y oliendo rico, regreso almohadas y ropas a su sitio, y me echo al lado de la pequeñita.
Editado: 13.12.2025