Mi nombre lo heredé de mi padre, así como él lo heredó del suyo. Son varias generaciones repitiendo el nombre Avelino, uno que data del primer Ticona que llegó a estas tierras del norte desde el sur. Ticona es un apellido aymara, común en Puno, frontera con Bolivia. Mi abuelo me contó innumerables veces la historia sobre el primero de nuestros ancestros, para que la grabe en mi memoria de tal manera que nunca pueda olvidarla, aunque el recuerdo caiga en lo más profundo de mi mente.
El primer Avelino Ticona llegó a estas tierras a mediados del siglo XVI, en las expediciones que se dieron para conocer lo que escondía la selva norte. Él era un sirviente, uno valioso, ya que era nieto del último curaca del territorio cercano al lago Titicaca. Por la evangelización a la que fueron sometidos los indígenas, fue bautizado al nacer, y le dieron un nombre español junto al apellido aymara.
El primer Avelino era un hombre muy inteligente. De niño aprendió la lengua de su pueblo, el aymara, pero también el quechua y el español. Su habilidad para dominar las lenguas fue lo que llamó la atención del señor español al que su familia servía, y lo que hizo que termine siendo parte del grupo de la expedición hacia el norte. Ese señor español tenía hambre de encontrar tierras más ricas y fértiles de las que ya se le había concedido, por lo que no escatimó en gastos y anduvo por territorios varios cientos de kilómetros alejados del suyo.
La ciudad de Chachapoyas ya existía para esa época, pero sus alrededores eran un misterio. Por ello, ese señor español, junto con otros iguales, decidió barrer la zona, hasta llegar a un territorio de clima templado, mejor que el frío y nubloso que caracteriza a la ciudad ya fundada. El privilegio de tener ríos, lagos, lagunas y una tierra fértil hizo que decidieran crear campamentos y asentar poblados, que con el tiempo se convertirían en los distritos de la provincia de Rodríguez de Mendoza.
El primer Avelino Ticona pudo surgir en esa nueva tierra gracias a su talento en el domino de lenguas. Los oriundos hablaban una mezcla de quechua, impuesto por el imperio Inca, con lenguas propias de sus antepasados, un dialecto complicado de entender, pero no para mi ancestro, quien creció comunicándose entre varias lenguas. Le tomó poco tiempo aprender a comunicarse con los pobladores originarios, lo que hizo posible que obtuviera información que facilitó el progreso económico de su señor al hacerse de mercadería exótica: los frutos que solo crecían en esa zona.
Cuando el señor español tuvo la necesidad de regresar a las tierras que tenía en el sur, dejó a mi antepasado encargado de la administración de sus nuevas posesiones. Sin embargo, al ser un sirviente indígena, los otros líderes exploradores no lo respetarían, por lo que al señor español se le ocurrió hacerlo parte de su familia al desposarlo con una sobrina de su esposa, una huérfana que quedó bajo su amparo desde que era una pequeña niña.
El primer Avelino Ticona se casó con Margarita Rivas de la Garza, quien era una belleza de cabellos que parecían oro y ojos de color del cielo. Aunque el amor no los unió, floreció con el paso del tiempo. Margarita, al haber quedado huérfana en su niñez y sin mayor herencia, casi había sido tratada como una sirvienta en casa de sus tíos, por lo que tenía cierta afinidad con su esposo, quien no era esclavo, pero tampoco era un hombre libre al no poder dejar al señor español al que su familia servía.
Margarita vio la oportunidad de ser alguien en la vida, más allá de la pobre huérfana sobrina política de un acaudalado señor, cuando la casaron con Avelino, el administrador de las nuevas tierras del norte. Ella le hizo ver a su esposo la gran oportunidad que tendrían de ser libres, de alguna manera, y prósperos en esas tierras. Y fue así como ambos empezaron a trabajar para sacar adelante el nuevo territorio concedido al señor español y tío de la pareja.
Las habilidades de Avelino para persuadir a los indígenas en las negociaciones, con lo cual se evitó que estos sean expuestos al maltrato, hicieron que ella lo admirara y terminara enamorándose. La belleza de Margarita y que lo apoyara con buenos consejos para superar los avatares de la misión encargada hicieron que él la cuidara y también se enamore. El hijo que nació dos años después era producto del amor que surgió entre ellos y no de la necesidad de contar con un heredero.
Varios años después, cuando llegó la noticia de la muerte del señor español, la pareja creyó que alguno de los herederos se presentaría ante ellos como el nuevo amo a quien debían reconocer, pero nadie reclamó esas tierras. Resulta que el señor español utilizaba el dinero obtenido de las tierras que Avelino y Margarita administraban para mantener a su amante, una criolla que conoció en uno de sus viajes a Lima, y, por eso, mantuvo en secreto la posesión y riqueza de esas tierras. Como nadie las reclamó, y tampoco intentaron avisar a los herederos del señor español sobre estas, Avelino y Margarita fueron registrados y reconocidos como los dueños al continuar pagando los tributos a la corona española.
De ahí, las siguientes generaciones fortalecieron la presencia de los Ticona en estas tierras con alianzas comerciales que reforzaron con uniones matrimoniales. De a poco, los rasgos indígenas del primer Avelino Ticona fueron ocultándose en los genes hasta no quedar rastro visual de ellos. Es por eso que yo, el actual Avelino Ticona, tengo el cabello, los ojos y la piel clara.
Sobre la riqueza de mi familia, recuerdo que teníamos una enorme hacienda con plantíos de caña de azúcar, café y distintos frutales. También recuerdo que había ganado vacuno y caprino, así como aves de corral. Caballos, mulas y burros sobraban, ya que eran el único medio de transporte para llegar hasta el punto más alejado de la propiedad de mi familia. Las lluvias hacían que los caminos de trocha desaparecieran al convertirse en enormes lodazales que atrapaban a los vehículos, de ahí que era necesario contar con bestias de carga para esa labor.
Editado: 13.12.2025