Amor de padre

Salvando ángeles: Capítulo V

Para llegar a la Hacienda Ticona desde Duraznopampa, hay dos caminos: el seguro, ir en auto a Chachapoyas y de ahí hacia Limabamba; y el peligroso, montado en bestia se recorre un camino muy accidentado, pero que es más corto. Como estoy con la Rosalía y Rosaura pequeñita, la segunda opción no es posible, así que vamos en la camioneta de don Gilmer hacia Chachapoyas. Por la hora, haremos un alto en la capital del departamento para pasar la noche, y mañana, cuando cante el gallo, seguiremos nuestro recorrido hacia Limabamba.

—¡Esperen! Se olvidan la partida de la bebé —El secretario municipal corre para darnos alcance.

—Gracias, Tulio, pero algo me dice que vamos a tener que anular esta partida —dice don Gilmer, y yo me lo quedo mirando con duda—. Tu tío te reconocerá ni bien te vea, y es un hecho que querrá que tu hija sea inscrita en la Municipalidad de Limabamba, donde el que fue capataz por años de la hacienda de tu familia ahora es el alcalde.

—Igual llevemos la partida que acaban de hacer, por si el encuentro no sale bien —La vida me enseñó a no confiar en desconocidos, salvo que alguien como doña Perla me diga que sí debo hacerlo, como en este caso, que confío en don Gilmer, y por eso dejo que me lleve, junto a mi familia, hacia el encuentro con mi pasado.

Como pasaremos la noche en Chachapoyas, aprovechamos en conocer un poco la ciudad. Don Gilmer nos lleva el mejor hotel, uno que fue una casona colonial y ahora recibe turistas. En Barrios Altos hay varias casonas así, solo que la mayoría están en muy mal estado, cayéndose a pedazos. Al salir del hotel, para pasear por la Plaza de Armas, solo caminamos una cuadra y llegamos al corazón de la ciudad.

—Avelino, mira, la catedral —comenta la Rosalía—. Vamos un ratito, para pedir nuestro deseo.

Tradición es pedir un deseo en una iglesia donde ingresas por primera vez. Yo tengo varios.

—Bonita, ¿podré pedir más de uno? —pregunto con timidez.

—No, es solo uno por persona —responde la Rosalía apenada—. Hagamos algo —A mi bonita se le acaba de ocurrir una idea—, yo pido para que todo con Rosaura salga bien, y tú pides lo que quieras sobre el encuentro con tu tío. Imagino que esos son los dos deseos que quieres hacer, ¿verdad? —Mi mujer me conoce.

—Sí. Gracias, bonita.

Como la Rosalía carga a Rosaura pequeñita, ella pide su deseo parada enfrente del altar, yo lo hago de rodillas, como debe ser. «Señor, tú, que todo lo sabes, que conoces lo que hay en mi corazón, me ilusiona mucho el pensar que mi tío Abelardo se emocionará al verme, pero también sé que puede ser todo lo contrario. El tiempo pasa, la gente cambia. Puede que ahora no le convenga a mi tío que yo aparezca. Sea como sea, por favor, quiero pedirte que se me permita poner flores en las tumbas de mis abuelos y padre, así como conocer la de María Constanza. Tú sabes que no soy un llorón, pero siento una presión en el pecho que creo que solo pasará cuando llore. Ahora, que soy adulto, entiendo el significado de la muerte de mis abuelos y la de papá, lo desprotegidos que quedamos mi hermana y yo cuando ellos se fueron; por eso, quiero llorarles para que sepan que los extrañé y sigo haciéndolo. Y sobre mi hermana, no tuve tiempo de llorarla, debí salvar mi vida, y luego Lima absorbió toda mi atención. Sabes que si no me ponía vivo en esa ciudad, fácil hubiera terminado como el Petiso. Concédeme este deseo en nombre de tu amado hijo Jesucristo. Amén», y tras terminar de pedir mi deseo, salgo de la catedral abrazando a la Rosalía y a Rosaura pequeñita.

Esta noche, don Gilmer nos lleva a un restaurante que se ve fino. Pensé que era como el que una vez nos llevó el Charlie en San Isidro, distrito lleno de barrios pitucos, pero me equivoco. Este restaurante es fachoso, pero no tiene platillos raros con poquita comida, sino que sirven bien, y pura comida regional. Don Gilmer fue quien hizo el pedido porque conoce la gastronomía de esta ciudad. Lo primero que llega son los refrescos, de naranja y maracuyá, deliciosos. Y cuando llega la comida, quedo encantado.

—¡Esta cecina es diferente a la que comí en Lima! —digo maravillado por los sabores que disfruta mi boca.

—Así es como se prepara la cecina en Chachapoyas, diferente que la de la selva —comenta don Gilmer con orgullo mientras se ríe por mi reacción.

—Sí, esta cecina no es como la de mi tierra, en Madre de Dios, es crujiente. Combina bien con el mote y la sarsa criolla —dice mi bonita, maravillada, aún más que yo, por lo que acaba de probar.

Comemos rico, y pasamos un momento agradable con don Gilmer y el Práxedes. Después de tomar una copita de licor de menta porque hemos comido mucha carne, nos vamos al hotel. Al tener un recuerdo vago de mi tío, ya que solo lo conocí por foto, me preocupa lo que mi presencia en sus tierras pueda significar para él. Además, iré con mi mujer y mi hija, y no quiero ponerlas en peligro. Me paso la noche pensando que mejor será no llevar a la Rosalía y a Rosaura pequeñita conmigo, que se queden en Chacha —así llaman los lugareños a esta ciudad—, y yo me voy con don Gilmer y el Práxedes hasta la Hacienda Ticona.

—¡Eso sí que no, Avelino! Los tres vinimos juntos, y los tres andaremos juntos por estas tierras. Nada de irte tú solo y dejarnos a nosotras dos en este hotel —protesta mi bonita.

—Pero el hotel está bonito, y te dejaré mucho dinero para que las traten como reinas —ofrezco, y la Rosalía ya tiene la cara roja de lo molesta que está—. ¡Está bien! —digo antes de que mi mujer empiece a decirme tantas cosas, y de manera tan rápida, porque ella es así cuando se molesta.




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