—Abran esa puerta, por favor, quiero seguir durmiendo. Es domingo y no hay eventos —murmuro moviendo la mano y volviendo a acomodarme debajo de la sábana.
—Nadie lo va a hacer por ti. Vamos hija, es hora de levantarse.
—¿Mamá?
—Soy yo, recuerda que prometí jamás abandonarte, estoy aquí, cuidándote, siempre.
—Entonces, ¿por qué no puede abrir la puerta por mí?
—Te amo. —Es lo último que dice antes de desaparecer de mi vista.
Me incorporo enseguida comprobando una vez más que fue un sueño, como muchas veces al despertar quiero creer que es real. Lo que sí no formaba parte del sueño es el toque de la puerta, alguien demasiado insistente está detrás, queriendo que le abra y yo sin intenciones de hacerlo.
—¡Ya voy! —grito al darme cuenta de que no dejaran de insistir. Me envuelvo en la manta con la que dormí y abro sin prestar atención sobre mi atuendo o si mi cara luce terrible, ya que por el cansancio ni siquiera pensé en desmaquillarme anoche.
—Buenos días, señorita. Le envían esto —me informa un chico, enseguida que abro.
Frente a mí tengo a un hombre que en sus manos trae un hermoso ramo de rosas, asimismo, una caja que no sé qué contiene.
—Puedo saber, ¿quién lo envía?
—Hay una tarjeta en la caja. Buen provecho —dice antes de darse la vuelta y desaparecer de mi vista.
Entro con las cosas en la mano haciendo maniobra para que la manta no caiga. Aunque nada funciona y al final termina en el suelo. No importa, ya he cerrado la…
—Diría que, que hermosa vista, pero eso no es de caballeros. —me paralizo al escuchar su voz.
De pronto, siento que me cubre con la misma manta que ha caído al suelo, me envuelve en él y me da las puntas para que me cubra. Al tener las manos ocupadas, con cuidado me ayuda a caminar hasta que los dejo en la primera mesa que encuentro y amarro la tela para que no vuelva a caer.
—Tranquila, no contaré a nadie que te he visto como dios te trajo al mundo. Lo que sí te puedo decir es que necesitas salir con ropa.
A pesar de estar cubierta, no hayo donde esconderme y quisiera que la tierra me escondiera en lo más profundo para que la vergüenza que siento se esfume. Para tratar de calmarme, desaparezco tras la puerta de mi habitación y después de poner el seguro, busco cualquier ropa que cubra mi cuerpo.
Al poco tiempo salgo con la esperanza de que ese hombre se haya ido de mi casa, al que, por cierto, entró sin invitación. Esta vez, el destino no está a mi favor y me toca verlo sentado en mi sala, como si lo conociera de hace años y pueda hacer eso. Es un confiado.
Carraspeo para que note mi presencia porque parece que está muy entretenido viendo la foto familiar que tengo en la repisa. Voltea su vista hacia mí y me mira de arriba abajo, creo que el pantalón corto no es una buena elección, mis piernas están a la vista y ahora me siento un poco incómoda. Al parecer nota incomodidad, así que prefiere mirar hacia otro lado.
—Me dirás, ¿Qué haces aquí?
—Quería agradecerte por lo de anoche, tal vez ahora no lo entiendas mucho, pero tu compañía resultó… No lo entenderías, pero basta con que yo lo entienda. —Su expresión es genuina y le creo, a pesar de que, tal como lo dice, no entiendo a qué se refiere.
—De… nada. —No sé qué más decirle, la verdad es que me sigo incomoda por su presencia—. ¿Quieres sentarte?
—No quiero molestar, solo quería ver desde lejos que te entregaran el desayuno, pero al ver que dejabas la puerta abierta, tuve que intervenir, y qué bueno, imagina que alguien otro te viera.
—Ya, no me recuerdes el vergonzoso momento. Gracias por las flores. Debo decir que me encantan.
—Es un placer y, viendo que ya estás bien, me retiro. —Al decirlo comienza a caminar deteniéndose un segundo antes de salir—. De verdad eres hermosa. —Cierra la puerta dejándome parada como una tonta.
Para tratar de olvidar, llevo las cosas que me han traído hasta la cocina, busco algo en que poner las flores. Al terminar de acomodarlas pienso en lo hermoso que luce en medio de mi mesa. Las flores siempre me dan ese ánimo que necesito cada día.
Me dispongo a probar el desayuno que contiene la caja, cuando de pronto escucho el sonido del timbre. Dejo caer el tenedor, enojada porque alguien se esté empeñando en molestar mi mañana, solo espero que no sea el mismo hombre porque soy capaz de lanzarle las flores en su cabeza, a pesar de que me gusten tanto.
—¿Quién? —Pregunto antes de abrir, más vale prevenir.
—Soy yo. —Enseguida que habla lo identifico.
—Es un milagro que este aquí demasiado temprano, sobre todo un domingo. ¿Cómo se llama? —pregunto, ya que lo conozco y al irse ayer de fiesta me dice algo.
—No tiene importancia, pero dejemos de hablar de eso y mejor invítame a desayunar… ¡Oh por dios! ¿Quién fue el hombre que te hizo esto? —Nos quedamos parados a media sala tratando de adivinar a qué se refiere.
—La ropa mi´ja, la ropa. No les dio tiempo de llegar a la habitación. Tienes que contármelo todo, no omitas detalles —comienza a hablar como loro.