Amor, dolor, odio y venganza

Capítulo 3: Un café.

—Te escucho —le digo al hombre al momento de estar sentada en el pequeño café de la esquina.

—Verás, mi jefe quiere organizar una cena benéfica, y busca algo diferente y al escuchar su propuesta, obviamente pensé en ti —me cuenta sus planes.

—Déjame reviso mi agenda y analizar fechas…

—Así que, agenda, ¿eh? Debes tener muchos clientes —me interrumpe, incrédulo.

—No me puedo quejar, ahora dime, ¿para cuándo quiere la fiesta? Eso es lo primero que debo de tomar en cuenta.

—En un mes exactamente.

Miro la libreta y me doy cuenta de que es imposible, dos eventos para ese día sería demasiado y ninguno de mis clientes recibiría el trato que se merece.

—Lo siento, tendrás que buscar a otra planeadora de eventos.

—Por favor.

—Imposible, por ahora solo soy yo, cuando tenga mi flotilla de planeadores, entonces, tal vez.

—Entonces, es un, ¿no?

—Así es.

—Es una pena, me hubiera encantado trabajar cerca de ti. —Y de la nada acerca su mano a la mía y lo acaricia. Mis ojos se abren por la sorpresa, me le quedo viendo esperando que entienda mi reacción, aunque, no hay incomodidad.

El café llega y junto con él un pastel que me encanta de este lugar. Es bueno pecar de vez en cuando. Sebastian, regresa su mano a su lugar y se dedica a disfrutar de su café en silencio, por un tiempo.

—Cuéntame algo de ti, aprovechemos el espacio para conocernos —propone rompiendo ese habitual silencio.

—No hay mucho que decir, soy una adulta independiente, con deudas y muchos sueños por cumplir. —No encuentro mejor manera de describir mi vida.

—¿No tienes familia?

—Nada. Estoy sola. —Miento un poco—. ¿Tú?

—Igual que tú, un adulto independiente, con muchos sueños por cumplir. Mi única familia es mi hermana que vive en el extranjero.

—Pues digamos que ahora tienes una amiga, si así lo quieres.

—Me encantaría —contesta efusivamente y acompañado de una sonrisa que hace que me sonroje. Al parecer estoy imaginando cosas que no debería.

Platicamos un poco más de cosas triviales, de nuestros trabajos. Le cuento a lo que me dedico y que hace poco logre ser mi propia jefa y que me encanta esa faceta.

—Algún día seré mi propio jefe.

—No pierdas la esperanza, todo en esta vida se puede, lo importante es no darse por vencido y luchar por ese sueño que se quiere alcanzar.

—Mis sueños van más allá de simples cosas materiales, a veces la vida es tan difícil y a pesar de tener muchas puertas abiertas en ocasiones siento que me encuentro en un callejón sin salida. Me siento prisionero. —Es habitual que diga cosas que no entiendo del todo, como si estuviera hablando con él mismo.

—Entiendo, hace un par de años estaba soportando los gritos de una jefa que nunca hacía nada y que era yo quien, realizaba su trabajo, gracias a eso me anime a hacerlo por mi cuenta, mi liquidación me sirvió para eso y resulta que la he superado. Mi antigua jefa ahora es insignificante en el ramo.

—Ese es un gran logro, merecido se lo tenía.

—Es que oye, hay cada jefe maltratador que da miedo.

—Por fortuna el mío es amigable, siempre y cuando cumpla con lo que solicita.

—Me alegro de que te esté yendo bien y yo que pensaba invitarte a ser mi chalán.

Suelta una carcajada.

—Gracias, quiero seguir con mi jefe, no gruñón, no vaya a ser que tú seas como tu antigua.

Me pongo a pensar de inmediato la manera en que trata a las personas que colaboran conmigo, un análisis superrápido me indica lo contrario.

—Fue muy agradable tomar un café contigo.

—Lo mismo digo.

Llamo al mesero para que nos cancele la cuenta y enseguida empezamos una pequeña discusión sobre quién va a pagar la cuenta, termina ganando con la promesa de que me acepte un nuevo café alguno de estos días. Tarde me doy cuenta de que le propuse una salida y siendo sinceros, no me molesta, hay algo de él que me llama y si no me doy la oportunidad jamás voy a saber si puede ocurrir algo más.

Nos despedimos en la salida, cada uno se va en su auto.

Llego a mi casa y de la nada se apodera de mí una nostalgia que hace tiempo no había experimentado, de pronto la soledad se hace más fuerte y unas inmensas ganas de llorar me hacen doblarme. Me aferro a mi cuerpo tratando de tranquilizarme y que el episodio de ansiedad desaparezca.

Llego al sillón sin saber que más hacer, mi visión comienza a nublarse y comienzo a alucinar.

—Eh, Mery, despierta, vamos, hazlo. —Escucho a lo lejos y por más que alzo la mano para tocar a la persona que me habla, no lo consigo.

—Vamos peque, respira conmigo, respira. —Sacude mi cuerpo y con un poco de lucidez obedezco a su orden hasta que todo vuelve a la normalidad.




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