Amor, dolor, odio y venganza

Capítulo 4: Una noche

Que Sebastián me haya acompañado hasta la puerta de mi oficina me encanta, de pronto siento una extraña cercanía con ese hombre, como si lo conociera de toda la vida, una familiaridad que incluso puede dar miedo.

—¿Ya puede decirme a que se debe tu amabilidad? —le pregunto antes de bajarme de su auto que ahora maneja él, sin su “chofer”.

—Quería comprobar que no hayas abierto la puerta por error y que además…

—Ya olvidado —respondo apenada, pero sintiéndome aún cómoda con su charla.

—No podría… —Volteo a verlo acusatoria—. De acuerdo, estaba tratando de reforzar la amistad que me ofreciste, así que la mejor manera de hacerlo es conviviendo, ¿no te parece?

—Entiendo, y me agrada. Gracias por acompañarme. —Esta vez, abro la puerta para salir.

—Avísame tu hora de salida, pasaré por ti. —me lanza un beso con la mano y se marcha.

De ese primer día, se le ha hecho habitual que cada mañana toque a mi puerta y me acompañe al trabajo y por la tarde pasa por mí, según esto, cumpliendo con la responsabilidad de un amigo. Y si hablamos de amigos, Eduardo se fue de viaje esta semana y no he podido presentarlos, aunque sospecho que este se va a poner celoso.

—Gracias de nuevo. —Jamás olvido ser amable y agradecer lo bueno que es la vida conmigo. Es viernes y mañana temprano tengo un evento que requerirá de todo mi tiempo, así que no lo veré un par de días.

—Esta vez quiero invitarte a cenar. —Me emociona su propuesta.

—Claro, tú dime si es necesario que me cambie para salir.

—Así está perfecta, pero quiero saber si estás dispuesta a que invada tu cocina. —Tardo unos segundos en entender su propuesta y quiero gritar sí.

—De acuerdo.

—Entonces vayamos en busca de insumos —me dice al mismo tiempo que toma mi mano y me incita a caminar a su lado de este modo, como si fuéramos más que amigos.

Cualquier muestra de afecto puede resultar confuso para mí.

Llegamos al pequeño supermercado que se encuentra a unas calles de mi departamento, yo lo sigo mientras él va metiendo cosas a la canastilla; al parecer, sabe lo que está haciendo.

—¿Cuál es tu sabor preferido? —Estamos parados frente a un refrigerador repleto de helados. Mi corazón se ilumina al recordar que hace años que no pruebo uno. Dejé de hacerlo a manera de castigo y a pesar de las recomendaciones lo había relegado y ni recordaba que mi postre favorito se encontraba en algún lugar esperando a que vuelva a probarlo.

—¡Eh! —Escucho y veo sus manos moverse frente a mi rostro—. Parece que te fuiste otra dimensión.

Si supiera que eso es verdad.

—Es que hace tiempo no pruebo helado, pero, ¡me encanta el de chocolate!

—Entonces de chocolate será.

Salimos del supermercado cada uno con bolsas en la mano, se supone que es una cena y esto parece que es para alimentar a un batallón.

—Prueba —No recuerdo en que momento este hombre ha sacado de la bolsa el helado y con una cuchara desechable, ha empezado a comer—. Vamos, prueba, está delicioso.

Mi boca llega hasta la cuchara, el sabor enseguida se impregna en mi boca y miles de recuerdos se hacen presentes; me encanta y sin saberlo, este hombre me ha ganado con este detalle tan significativo para mí.  

Disfrutando del helado es como llegamos al departamento. Se autoinvita a mi cocina y me deja sentada en el taburete para que lo vea cocinar.

—¿Tu semana fue tranquila?

—Un par de eventos que no requirieron tanto esfuerzo y muy tranquilo todo. Además, me encanta hacer fiestas. Cuéntame tú, ¿tu jefe ha vuelto de viaje?

—Aún no.

—Y su chofer. —Me doy cuenta de que esa es la pregunta a la que quería llegar.

—Está de vacaciones.

—Ah —Es todo lo que digo.

Sebatian sigue moviendo cosas, salteando, friendo, cortando. A simple vista parece todo un experto y que de aquello va a salir algo delicioso; sin embargo, segundos después, me doy cuenta de que nada es lo que parece.

La alarma contra incendios se ha activado porque el humo ha comenzado a alcanzar alturas inimaginables. Corro a desactivarlo antes de que llegue alguien más y al regresar ya Sebastian está vertiendo lo que sea que haya estado cocinando, por el lavabo.

—¿Qué pasó? —pregunto al terminar de colocar el líquido que evitará que el humo se siga propagando.

—Te mentí, no soy experto cocinero y la verdad es que no tengo idea de que es lo que estaba haciendo —confiesa un tanto apenado.

—No te preocupes, —Muevo la mano para restarle importancia—, hagamos algo rápido. —Mientras me ayuda a deshacerse de todo, rescato algunas verduras que ha picado y lo salteo con algo de pollo que tengo en la nevera.

Mientras hago todo, él sirve una copa de vino que voy tomando a ratos. Él toma el lugar que tenía hace unos minutos al tiempo que yo hago lo que él dijo que iba a hacer.




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