Amor, dolor, odio y venganza

Capítulo 8: Sospechas

El dolor de cabeza se vuelve intenso a medida que la mañana avanza, esta vez ni el café ni las aspirinas hay ayudado demasiado, lo único que han logrado es que parezca que mi estómago tiene un enorme hueco. Entre la caminata, el baile, la intensa noche con Sebastian y los tragos encima, estoy que exploto.

—Mery, hay un problema con el proveedor de las orquídeas que necesitamos en miércoles —Y si sentirme mal no fuera mucho, más problemas le agrego a mi día.

—Comunícame con ellos. Y por favor, no me interrumpas por algo mínimo.

—De acuerdo jefa.

Después de muchas discusiones y una ligera amenaza de una suma considerable por no tener mi pedido a tiempo, al fin puedo resolver lo que me han pedido. Por la tarde mi estómago, ya más calmado, me pide algo de comer.

—Vine a salvarte.  —Llega Eduardo con una bolsa en la mano, sabe que la mayoría de las veces, almuerzo aquí.

—Me has leído la mente. En estos momentos me comería una vaca completa —Lo saludo al tiempo que despejo la mesa para que pueda poner lo que sea que traiga.

—Necesitas contarme qué pasó anoche. Anoche fui a tu casa y ¿qué crees?

—Lo sé, no estaba. Sebastian me invitó a cenar y después fuimos a bailar.

—El baile estuvo intenso, por eso no llegaste a dormir. —Deduzco que anoche estuvo en mi apartamento.

Mientras disfrutamos de la comida, le cuento los detalles y lo que me encantó que Sebastian me haya llevado a aquel sitio, después el baile y la manera en que terminamos la noche.

—Al parecer ya me has remplazado —dice con melancolía y algo de dramatismo.

—No digas eso, eres mi hermano y el cariño que nos tenemos, jamás va a poder ser remplazado. Estuviste y sigues estando para mí y siempre quieres verme feliz.

—De eso no tengas duda, siempre voy a querer verte feliz y puedo ver con claridad que te has enamorado, estás más viva que nunca y de verdad créeme que me alegro, que soy el más feliz de verte feliz y solo bromeo porque sé que jamás dejarás de quererme. Lo que menos quiero es que te hagan daño, que de verdad esa persona se encargue de hacerte sonreír, siempre.

—Gracias, pero no debes de preocuparte. ¿Sabes? Sebastian es un gran tipo, me hace sentir protegida, querida y que tengo un lugar junto a él. Puede parecer una locura por el poco tiempo que llevo de conocerlo y que resulte apresurado decir que lo quiero, pero es lo que siento y me encanta saber que soy correspondida.

—Me encanta verte así. —Y es cuando llega hasta a mí, me envuelve en sus brazos hasta casi asfixiarme.

—¡Su-el-ta-me! —Finjo para que se aleje.

En el instante que lo hace, abro los ojos como platos al ver que en la entrada se encuentra ese hombre que se ha encargado de quitarme el sueño y que en mi rostro haya una sonrisa tonta de manera permanente. Le sonrío y puedo notar que él no está del todo feliz y es cuando Eduardo se aleja que sospecho que está imaginando otra cosa.

—Disculpa por interrumpir, no había nadie y me tomé el atrevimiento de entrar.

Me levanto de la silla para ir a su encuentro, mientras que Eduardo se hace a un lado para que camine con confianza.

—Sebastian, te quiero presentar a la única persona que puedo llamar familia, él es Eduardo. Eduardo, él es Sebastian… mi novio —decirlo en voz alta se escucha más real.

Ambos se miran más de la cuenta, como si se estuvieran analizando si estrecharse la mano o pasar de largo, aunque claro, eso sería demasiado descortés de ambas partes.

—Mucho gusto —Se anima a decir Sebastián y acercarse al otro, rompiendo un poco la tensión.

—Meredith me ha hablado mucho de ti y quiero decirte que ella significa mucho para mí y que espero que la ames demasiado, sin hacerle daño.

—Eso no tienes ni que decirlo —A este punto siguen con las manos entrelazadas, como si cada uno tratara de demostrar que es más fuerte que el otro.

Un último apretón y al fin se separan. Sebastian se coloca a mi lado pasando su mano por mi cintura, tal parce que quiere demostrar algo, mientras que Eduardo se limita a observar y asentir. No pasa desapercibido antes mis ojos la manera en que lo mira, parece que está buscándole algo en él.

—Vuelvo enseguida.

Ed nos deja a solas un momento y es cuando puedo al fin saludarlo como se debe; un beso tan tierno que me derrite. Después de esto, nos quedamos abrazados por unos momentos.

—Me habías dicho que tu trabajo te impide verme entre semana.

—Es verdad tengo demasiado que hacer, pero quería cerciorarme de que estuvieras bien, te traje algo de comer.

—Gracias, eres un amor.

—Lo sé y además de eso quería decirte que te quiero, estaré pensando de ti todos los días antes de que podamos pasar tiempo de calidad.

—Te quiero.

—También te quiero, hermosa. —Muchos besos después tengo que dejarlo marchar, porque soy consciente que, de tenerlo cerca, dejaré de concentrarme en el trabajo.

No pasan ni dos segundos de que se fue Sebastian cuando Ed regresa.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.