Estaba saboreando una porción de helado de avellanas con trozos de chocolate, viendo mi película favorita y en pijama, pero mi cabeza estaba en otro mundo.
“Omar tendrá que estar ya en su habitación”, pensé.
Cogí el sobre que me había dejado Gonzalo, lo abrí y vi la dirección de su casa, sabía que ir allí habría sido un error enorme, pero lo echaba de menos y sentía que él a mí también; así apagué la televisión, me vestí con lo primero que encontré en mi antiguo armario de madera y cogí las llaves del coche.
La primavera ya había abierto sus puertas, pero de noche, aún, había un ligero viento invernal, por lo cual me maldije por haber salido de casa sin chaqueta.
Su casa estaba en la misma provincia, a unos treinta kilómetros de mi piso, así que tardé un poco en llegar; cuando aparqué en frente a la casa apagué las luces y el motor del auto, empecé a pensar en que hacer y cómo.
“Claramente, no voy a tocar, parece que ya están todos en sus habitaciones, además no habría justificaciones por aquella visita inesperada”, reflexionaba.
Empecé a rayarme, ya que había llegado hasta allí, tenía a Omar a pocos metros, pero no sabía como hacer para verle.
Improvisamente, mis pensamientos fueron molestados por el sonido del móvil; miré la pantalla y era Gonzalo.
-¿Qué pasó?- contesté asustada, porque tenía que estar trabajando.
-Estoy en la comisaría.
-Ya lo suponía, tenías el turno, ¿pasó algo?
-Sí.
-¿Qué pasó? - mi corazón estaba latiendo más rápido cada segundo.
-Omar se presentó preguntando por ti.
-¿Qué?- dije sonriendo, mis emociones oscilaban entre lo sorprendido y la alegría.
-¿Estás en casa?
-Bueno, ehm, estaba al lado de casa de Omar, quería verle.
-Sois telemáticos, es increíble, le digo que ahora llegas.
-Claramente. Ahora voy.
-Hasta hora.
Colgué y enseguida encendí el coche para dirigirme a la comisaría; era sorprendente lo que acababa de pasar; nos necesitábamos y fuimos a buscarnos sin saber que la otra persona estaba haciendo lo mismo.
Tardé solo unos quince minutos en llegar a la puerta, donde estaba Gonzalo con Omar.
-¡Vanesa!- gritó corriendo hacia mí.
-Cariño- dije cogiéndolo en los brazos. -Te había echado de menos- añadí susurrando al oído.
-Y yo Vanesa, y yo- su voz estaba rota, estaba sufriendo.
-¿Qué pasó?
-No me gustan los nuevos señores con los cuales estoy.
-¿Por qué?
-Hablan mal de papá.
-Corazón, lo siento mucho, de verdad, tú no les escuches, ¿vale? Hablan sin saber.
-Me duele, además nadie me dice como está, si puedo verle o cosas así.
-Te acompaño a casa y lo hablamos.
-¿Puedo estar contigo esta noche?
-Tu nueva familia se preocuparía mucho.
-Es pronto, antes de las ocho no me van a despertar, con estar por esa hora en casa ya está.
-Vanesa- se acercó Gonzalo. -No sé si es el caso, si te pillan- explicó.
-Ya, lo sé, haremos que no nos pillen.
-Así es- afirmó Omar que estaba escuchando la conversación.
-Vamos a casa- dije cogiéndole la mano.
El trayecto pasó tan veloz como nunca me había sucedido; estuvimos gastando cada minuto charlando de varios temas.
-¿Papá entonces está bien?
-Sí, fui a verle, no hace mucho.
-¿Cuánto tiempo se quedará en la cárcel?
Lo miré, no poderle dar una respuesta exacta, me dolía.
-No tengo idea, aún está abierta la investigación, aún no hay fecha para el juicio.
-¿Podré ir a verle en el tribunal?
-No cariño, son cosas de mayores.
-Pero yo soy su hijo.
-Ya lo sé, organizaremos una visita para verle, te lo prometo- afirmé.
-Estos señores no me dejarán.
-¿Lo tienen que saber?
-No, realmente no- me miró sonriéndome.
-¿Hoy no trabajaste?
-No, hoy no.
-¿Mañana trabajas?
-No.
-¿Ya no trabajas allí?
-De momento no, estoy de vacaciones.
-¿Hasta cuándo?
-Pues, no lo sé.
-¿Te han castigado?- me preguntó sorprendido.
-Algo parecido a un castigo, pero no pasa nada, volveré pronto.
-¿Y la investigación?
-La estoy siguiendo por mi cuenta, no os voy a abandonar, os prometí conseguir daros justicia y no la dejaré hasta que no llegue a mi meta.
-Es muy bonita tu casa- dijo cuando entró, estaba paseando por el pasillo.
-Espera Omar, el salón es mejor que no vayas - le dije, pero ya era muy tarde.
-¿Esto lo has preparado todo tú?- me preguntó rozando con sus manos todas las fotos y fichas colgadas en la pared.
-Sí, ya te dije, no os voy a dejar solos.
-Quiero ayudarte.
-Omar, estas cosas son complejas, tú no te preocupes.
-Mi madre no se suicidó.
-Omar- susurré.
-Os escuché hablar, aquella mañana, cuando estábamos en el despacho.
-Lo siento, de verdad.
-No se suicidó.
-Yo también pienso que no lo hizo.
-Yo no lo pienso, estoy cierto, ella nunca tuvo tristeza o depresión o esas cosas.
-¿Tu padre tenía enemigos?
-No, pero recuerdo que mis padres en el último periodo estaban discutiendo un poco por culpa de un señor, un jefe de algo.
“Un gran jefe”, pensé.
-¿Te acuerdas de qué hablaban?
-El jefe no le dejaba en paz, pero no recuerdo mucho más.
“Ignacio intentó salir del mercado, pero no le dejaban”, reflexioné.
-Mataron a mi madre- concluyó.
-Te prometo que descubriré quién fue y lo encarcelaré yo, personalmente.
-Te quiero- me dijo abrazándome.
-Y yo cariño, y yo.
Después de una caliente manzanilla fuimos a la cama, Omar se tumbó a mi lado y me miró.