Amor entre ricos

Capítulo (6) Primeras Impresiones

Estela

El primer día de trabajo en la mansión Smith parecía sacado de una película de esas donde la protagonista termina enamorándose del chico rico, arrogante y extremadamente sexy. Solo que en mi caso, el chico sexy tenía una mirada que juzgaba más que admiraba, y la protagonista —o sea yo— solo quería que su abuela se sintiera mejor por el bien de mi trabajo.

Llegué temprano, la señora Matilde me recibió con una sonrisa tierna, y yo ya me sentía en confianza. Hasta que él apareció. Alexandro. Otra vez. Vestía una camisa blanca remangada, unos pantalones oscuros y esa actitud de “el mundo me pertenece”. Y sí, claro que le pertenecía, al menos todo lo que estaba a la vista.

Días después

La señora Matilde se estaba adaptando bastante bien a la rutina de ejercicios. A pesar de sus quejas suaves y sus gestos de pereza, había dulzura en sus ojos y una fuerza que solo da la experiencia.

—Está progresando, doña Matilde —le digo con una sonrisa mientras le acomodo la almohada detrás de la espalda.

—Claro, mi niña —responde ella—. Si tuviera tu energía, saldría corriendo por esa puerta... aunque claro, también tendría que tener tus piernas —y me guiña el ojo con picardía.

Ambas reímos, justo cuando una empleada entra con un teléfono en mano.

—Señorita Estela, la llaman —dice con respeto.

Al tomar el teléfono escucho la voz grave, segura, inconfundible.

—Señorita Bermudi —dice Alexandro—. ¿Podría asegurarse de que mi abuela tome la medicación que está en el botiquín del ala norte? No confío en que los demás recuerden.

—Por supuesto, señor Smith —respondo sin dejar que mi voz tiemble. Aunque no lo viera, su presencia siempre dejaba una marca. Incluso por teléfono.

Cortó sin despedirse. Claro. ¿Qué esperaba? ¿Un “que tenga buen día”?

Era la tercera vez que llamaba desde que empecé a trabajar aquí. Siempre con voz firme, seca. Siempre dando órdenes precisas. Jamás un “¿cómo está usted?”. Pero no importaba. Yo no estaba aquí para él.

La verdad es que era insoportable, pero había algo en él que me sacaba de quicio... y me encantaba al mismo tiempo.

—¿Sabes que él no vive aquí, verdad? —pregunta doña Matilde con una sonrisa sospechosa, como si leyera mis pensamientos.

—Sí —digo, bajando la mirada—. Me lo imaginé. No es del tipo que se queda en casa.

—No, no lo es. Siempre está viajando, actuando, cerrando negocios. Y con esas… ¿cómo les dicen ahora? Influencers, modelos, actrices…

—Entiendo —respondo, intentando sonar desinteresada.

—Pero nunca lo vi mirar a una chica como te miró a ti el otro día.

Me congelé, por lo que había dicho pero después caí en cuenta que puede ser su deseo de ver a su nieto casado el que está hablando.

Traté de seguir con la rutina como si nada. Pero ese comentario se me quedó pegado como un perfume en el aire.




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