Amor extranjero

2

—¡Qué alivio! —dijo Milena, miró la hora.

M: ¿Qué hora es ahí? Aquí son las 20:30 horas.

—¿La hora? ¿Y después qué viene? El clima, supongo —se respondió aburrido mirando el chat.

A: 23:32 horas, acabo de llegar del trabajo, ¿y tú?

—¡Voy a cenar ahora, niño!

M: Voy a cenar salchichas con gaseosa.

—Salchichas, ¿eh? Deliciosas —susurró Alexander, sonriente.

A: ¿Cuántos años tienes?

—27... Casi 28... —respondió con la boca llena de comida.

M: 27, ¿y tú? ¿En qué trabajas?

—¡Jovencita! Me encantaría ver una foto, pero es muy abusivo de mi parte si se lo pido.

A: 35 años ya cumplidos.

—¡Ajá! Un hombre mayor.

M: No me dijiste en qué trabajas.

—Soy médico, pero ahora quiero olvidarme de lo que soy.

A: Te dejaré por esta noche, debo descansar, he tenido un día pesado.

—¡Vete, apático! —gruñó enojada por el abandono.

M: Hasta pronto, Alex.

—Hasta probablemente nunca, mujer aburrida.

A: ¡Hasta pronto!

Alexander cerró su sesión y también su laptop.

La mujer del chat le dejó con ganas de comer algo delicioso.

—Lord Alexander, ¿desea algo? —preguntó una de las muchachas del servicio.

—Yo puedo buscar solo... —contestó al abrir la heladera.

Odiaba tanto zalamero en la mansión, quería ser un joven normal. Desearía ir a su propiedad en Gravesend a orillas del Támesis y relajarse, hacía tiempo que no salía de vacaciones por el trabajo, últimamente la gente se volvía loca y hasta se partían el cuerpo estando en cama.

Se preparó un sándwich de pavo, agarró un vaso con jugo y subió a su habitación.

Milena terminó de comerse cuatro salchichas y una botella de gaseosa de 200 ml.

—Debo aprender a cenar menos pesado... —se regañó e intentó respirar. No tenía ganas de bañarse, por lo que se acostaría como estaba para ver la televisión. Cerró todas las puertas y ventanas, se encerró en la habitación para ver un programa de súper modelo americana.

De modelo tenía muy poco, era desgarbada, greñuda, hasta en la conciencia tenía una pancita sexy, un poco de estrías y celulitis, muy lejos de ser perfecta. Tampoco la ayudaban su cabello castaño oscuro y sus ojos marrones, no era más que una chica del montón.

Colocó el despertador y se quedó dormida con el televisor encendido, se sentía tan sola y vacía, que necesitaba de aquel sonido para descansar. Pasó tanto tiempo llorando después de que la muerte se llevara la familia que empezó a construir.

Se rehusaba a dejar su hogar para volver con su madre, recordaba cómo la habían apoyado en su perdida, incluso su mamá se quedó a dormir en la casa durante varios meses por el pánico que sentía al estar sola y tenía tanto miedo por que cometiera alguna locura, que esperó un tiempo prudencial para volver a su hogar.

Ya era de mañana, eran las 05:30 a.m. y ella ya estaba en pie.

—Buen día... —Miró la foto que estaba en el porta retratos—. Otro día más que debo vivir infeliz.

La felicidad estaba compuesta de momentos, uno por cierto tiempo era feliz al igual que era triste; los suyos, desde que conoció a Javier durante su época de estudiante, fueron felices. Cuando se comprometieron fueron felices y cuando se casaron también, después las cosas cambiaron, sus celos hacía sus compañeros de trabajo y a cualquier cosa que tuviera pantalones era exasperante, llegaba a asfixiarla con sus locuras que ella le era infiel, pero lo amaba demasiado. Tantas veces tuvo que callarse e incluso ceder hasta casi desaparecer.

No se maquillaba, porque si lo hacía, ¿por qué o para quién lo hacía? No se pintaba las uñas, porque esas cosas no lo hacían las mujeres casadas decentes, no usaba short porque esos lo usaban las putas y ni hablar de los jeans y pantalones ajustados para el trabajo, él se imaginaba que ella tenía una desenfreno en lugar de laborar.

Pese a todas las peleas que llegaron a tener, en dos ocasiones abandonó su hogar en esos tres años de matrimonio que tuvieron y él jamás le rogó para que volviera, ella volvió porque “aparentemente” no abandonaría sus derechos sobre la casa, solo eran pretextos para volver e intentar recuperar su familia, cayendo en un círculo vicioso de violencia verbal, psicológica y también física.

Javier tenía sus puntos a favor y en contra. Sus puntos a favor: era un hombre trabajador, siempre buscaba salir adelante y ofrecer lo mejor, era simpático, agradable, más con los demás que con ella y tenía sus momentos amorosos. Sus desventajas: venía de un hogar machista, fue criado para que lo sirvieran las mujeres, era mentiroso; mentía sin razón y ella era testigo, sus celos que con los años aumentaban, eran justificados con el hecho de que la amaba y no quería que otro hombre se la robara.

Pero no se dio cuenta hasta qué punto Milena sacrificó lo que en realidad era para ella agradarle y no perder ese matrimonio.

Entró bajo la ducha limpiándose con rapidez, era de las que nunca tardaba más de lo debido en el baño, salvo en el trabajo, era una escapatoria de todo lo que había en la oficina, pese a que sus compañeros eran agradables, necesitaba respirar.

Por fin era viernes, el sábado podría descansar y el domingo también, estaban cerca del cierre de fin de mes y aquello se ponía bastante difícil, tenían los primeros días hábiles para el cierre y ella era la última en cerrar.

Miró la hora del celular.

—La gran p.... —Se apuró y agarró su cartera, eran las 06:00 horas, no había tiempo de peinarse ni de desayunar.

Cerró la puerta y se dispuso a salir. Subió al auto, encendió la radio a un volumen descomunal para despertar con más celeridad.

Aceleró para salir, si no llegaba antes de las 07:15 horas no tendría estacionamiento. El tren delantero de su auto ya pedía a gritos un mantenimiento, pero el dinero nunca sobraba.

—¡Cállate, Pablito, y deja que la música fluya! —reclamó al locutor de la radio como si pudiera escucharla.




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