Amor extranjero

3

Durmió casi todo el día, se levantó a las 16:00 p.m., cosa que era bastante raro y lo peor de todo era que se levantó solo porque su celular sonaba.

Buscó sobre su mesita de noche y lo agarró.

—¡Bueno!—contestó y arrastró las palabras.

—Buenas tardes, cariño —dijo la melosa voz del otro lado de la línea.

—Kate —expresó aburrido, se tomó de la frente, se tapó sus ojos y dio vueltas en la cama.

—Parece que no te alegras de escucharme, Alex, quería ver si salíamos esta noche, me tienes tan abandonada —se victimizó.

Aquella mujer no entendió que fue solo el error de una noche de copas y que de ahí no pasaba. No pudo quitársela de encima desde hacía meses y lo peor era que se había vuelto íntima de su madre, a veces volvía del trabajo y las encontraba tomando té, en definitiva no era una buena señal.

—Tuve una guardia larga, Kate, me quedaré estos tres días que tengo libres en casa.

—¡Anda! No seas aburrido, sabes que podemos pasarla muy bien si lo deseas —insinuó.

—Para otra ocasión será, señorita, ahora yo continuaré durmiendo.

—Mhm, por esta vez me rindo, pero estoy segura que pronto nos volveremos a encontrar Alexander, y será genial.

—Que tengas una buena tarde, Kate.

—También tú, besos donde más te gusten.

Kate cortó el teléfono. Empezaba a odiar esa voz chillona. Dejó el teléfono y de desperezó con lentitud.

—¡Esto es vida! —expresó, mientras se estiraba.

De golpe se levantó de la cama, buscó una ropa normal, unos jeans y una remera, todo muy casual, solo se pondría una chaqueta.

No tenía un cuerpo trabajado como era la moda de ese momento, apenas tenía tiempo de ir al baño sin que lo llamaran del hospital, solo se cuidaba en las comidas, por lo que se consideraba un adulto normal.

Se metió en la bañera para relajarse y se quedó pensativo, ¿qué hacía con su vida? Trabajo, mujeres, más trabajo, bebida, más trabajo… Por lo menos dejó el cigarrillo con mucho esfuerzo, pero lo logró hacía unos cuatro años y tenía tatuadas varias zonas de su cuerpo. Sus tatuajes le encantaban, cada uno era un representación de su vida.

Había agarrado más horas en el hospital y las guardias más largas para escurrirse de los constantes berrinches de su madre hacia su conducta impropia de un caballero de su clase. ¡Bah! Él no quería un escaño en la cámara de lores, ni aparentar siempre algo que no era.

Su absorbente vida le pasaba la factura de la peor manera, ya no sentía ganas de nada en absoluto, ni de mujeres. Kate fue una excepción después de mucho tiempo de una interminable sequía femenina. De pasar a relacionarse con un chica diferente cada noche, a estar con una chica después de seis meses, era extenuante.

Salió de la bañera, se vistió, peinó y perfumó. Tenía la misión de buscar algo para comer.

 Bajaba las escaleras y no vio a nadie, salvo al hombre del servicio.

—Buenas tardes, ¿y mi madre? —preguntó con tranquilidad.

—Se encuentra tomando el té, lord Alexander.

—¿Y Henry?

—Su hermano estuvo de fiesta y se acaba de acostar.

—Bien —suspiró.

 Aquella familia era un desastre, su hermano menor vivía de antro en antro, no estudiaba ni trabajaba, su madre no le hacía el menor de los casos.

—George, pide que me preparen algo rápido, por favor, estoy hambriento.

—Sí, milord...

El pobre hombre estaba adiestrado por su madre para llamarlo milord aquí y milord allá, era molesto, prefería que lo llamaran señor o doctor, o cualquier otro apelativo que le resultara menos desagradable que ese.

Iba a pasar al comedor cuando su madre lo alcanzó con otras cuatro mujeres.

—Lady Aline, este es mi hijo, Alexander, conde de Westmorland.

Las damas le hicieron una reverencia y él respondió inclinando la cabeza.

—Ellas son Lady Aline, su hija lady Silvya, la señora Durmont y su hija Clarissa —presentó la condesa.

—Es un placer conocerlas, mis damas, siento no poder quedarme mucho más, tengo cosas por hacer. De seguro, la aquí presente, lady Luciene, les habrá dicho que soy médico y trato frecuentemente con pacientes muy mal heridos. Ahora, de hecho, voy a atender a uno que tiene el cuello roto —comentó y escudriñó a las damas como si les estuviera contando una historia de terror—, no quisiera aburrirlas con mi... trabajo.

Su madre tenía la cara roja de ira.

—Las acompañaré a la puerta —habló la condesa, se llevó a las asustadas damas de ahí.

Alexander estaba conforme con haber espantado a aquellas pretendientes de la casa, a él no lo obligarían a nada.

—¡Alexander! —gritó su madre enojada.

Ya había terminado su momento de paz, pero él mismo se lo buscó. Se sentó en el comedor mientras le servían carne asada con verduras salteadas.

—¡¿Cómo pudiste ser tan desagradable?! —atacó.

—Solo dije la verdad, porque me imagino que no les dijiste que tengo una profesión, eso podría espantar a las “finas damas” que deseas para mí.

—Son mujeres de familias decentes y con un excelente linaje.

—Que vengan de una familia decente no asegura que sean realmente decentes —satirizó.

—Pero tienen un excelente linaje y es lo que importa —retomó su madre de manera altanera.

Él la miró y no pudo evitar que una carcajada escapara de sus labios.

—¿Qué te resulta tan gracioso? —cuestionó más enojada la condesa.

—¡Escúchese, por favor! Madre, habla de la gente como si fueran perros con Pedigree para cruzarlos, ¡esto es demasiado! —rio a lo loco.

—Pues búrlate, Alexander, es importante tener buena sangre para dar buenos hijos, ¿has visto alguna mula cruzarse con una cebra? Yo no. Tú tienes un excelente linaje, noble, aristocrático puro, solo lo mejor, querido, y no me gustaría que cayeras con alguna pelagatos sin clase.

Él seguía burlándose de su madre.

—¿Tengo que aceptar que Henry es un joven de noble linaje? —ironizó—, porque creo que es un drogadicto sin oficio, ni beneficio, ¿por qué no le busca una dulce esposa a él?




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