Amor extranjero

4

Osvaldo caminó hasta donde ella estaba con las otras mujeres de la oficina, Nathalia se sentía atraída por él, pero no parecía darse cuenta de eso.

—Buenas noches, señoritas —saludó besando a cada una en la mejilla hasta llegar a Milena, que incómoda tuvo que aceptar sus atenciones sociales.

Nathalia observaba celosa toda la atención que Osvaldo le prestaba a la castaña, no entendía por qué alguien tan soso le atraía mientras ella era glamurosa, su cabello negro y sus ojos grises la hacían ver exóticamente bella.

—¡Quiero disculparme contigo, Milena! —soltó él—. Espero que esto no afecte nuestra amistad.

«¿Amistad? ¿Cuál amistad? La que él se había creado en la mente, claro estaba».

—¡Toma! Brindemos... —invitó, pasándole una cerveza.

Ella negó con la cabeza.

—Yo no bebo —respondió.

—Solo para saber que me perdonas. ¡Fui un animal contigo!

«No es que solo lo hayas sido, aún lo sigues siendo», pensó.

—¡No hay problema, Osvaldo! —Sonrió, se levantó y fue a buscar algo para picar.

Osvaldo miró a Irma, la compañera de Milena y se acercó a ella.

—Tu amiga es difícil, ¿no?

—Lo es, pero espero que la entiendas.

—Claro que la entiendo, solo que deseo por lo menos que me permita hacer un acercamiento con ella.

—Lo siento, pero ella será difícil. Cree que eres un hombre coqueto y por eso te repele.

—No puedo mentir, toda mi vida he sido un picaflor, pero he encontrado a una mujer que realmente me interesa y es tu amiga.

Irma sonrió. Osvaldo estaba interesado en ella, debía convencerla para que le diera una oportunidad.

—¡Está bien! Te ayudaré, solo porque creo que ella debe volver a vivir.

Siguió a Milena que comía unas papas fritas con una cerveza a pequeños sorbos. Hacía tanto que no tomaba, no se creía capaz de soportar más de dos latas.

—¡Milena!

—Mmm... ¿qué quieres? —llegó a articular después de tragar la comida.

—Solo quiero hablarte de Osvaldo.

—Si vas a abogar por él, pierdes tu tiempo...

 —Mira, conmigo ha sido de lo más sincero, quiere algo serio contigo, Milena.

Ella volteó los ojos, no importaba si él quería jugar o no con ella, no le interesaba, eso era todo.

—Te lo diré por última vez, Irma, él no me gusta, ¿entiendes? —expresó, bebió otro trago de cerveza.

—¡Ok! —contestó ella y desistió de ayudar a Osvaldo.

Las chicas se pusieron en ronda a bailar entre ellas, hacían pasar la cerveza de mano en mano, Milena no se dio cuenta que se soltó por completo, ella no salió a una fiesta así nunca, su relación con Javier la absorbió, solo tenía ojos y tiempo para él.

 Muchas veces le pidió salir, pero él se negaba diciendo que era mejor quedarse en casa y a veces tenía razón, la pasaban bien juntos, comiendo y bebiendo, no podía quejarse del todo de él, fue un buen compañero, claro, cuando no peleaban. Habían días de dicha entera en la casa, otros de condena y amargura, creía que eso era normal en un matrimonio.

Osvaldo no se dio por vencido con ella.

—Con que no bebías, ¿eh? —se preguntó. Era evidente que ella no quería nada que viniera de sus manos.

Él pidió más bebidas en el box y se llevó a los muchachos para que bailaran con las mujeres en una gran ronda.

Sentía que la bebida ya se le subía a la cabeza, reía por cualquier cosa. Hacía tanto que no se sentía tan bien, que no quería perder esa sensación.

Las luces psicodélicas le daban aún más intensidad a su mareo, cosa que Osvaldo aprovechó para acercarse a ella.

—¡¿Te diviertes?! —investigó en un grito, puesto que muy poco se podía charlar por el volumen de la música.

—¡Sí, mucho!

Él le pasó una lata y ella se la bebió sin problema. Sin darse cuentas, ambos ya bailaban juntos, Osvaldo cada vez se pegaba más a una dejada Milena.

Con lentitud la sacó del círculo y se la llevó hasta otro sitio, donde pensaba en sacar ventaja del calamitoso estado de ebriedad.

—¡Oye! ¿A dónde me llevas? —cuestionó, confundida.

Osvaldo se apretó contra su cuerpo, acarició sus curvas de manera descarada, besó su cuello y exploró otras áreas.

Presintió una reacción conocida, un calor que no sentía hacía tiempo. Desde que Javier murió no volvió a estar con alguien, aquellas eran caricias desenfrenadas y extrañas.

—¡Osvaldo, déjame...!

—Te va a gustar, Milena, no te resistas, déjate llevar.

“Dejarse llevar” era algo que no hacía con frecuencia y no empezaría de esta forma, su primera salida en su vida y un tipo quería aprovecharse de ella.

—¡Dije que no! —Lo empujó lejos de ella.

Él no cedió con aquello y la apretó más fuerte, hizo sentir su erección, cosa que le dio asco.

—¡Déjame! —Luchó para salir de su pegajoso cuerpo.

No se detenía, él intentó abrirle los jeans y esa fue la señal de alerta más grande, sacó fuerzas de la ira para coordinar su descoordinada cabeza por causa del alcohol.

Levantó una rodilla con fuerza y sí, ¡dio en el blanco! Adiós futuro y familia para Osvaldo.

—No vuelvas a intentar meterte entre mis piernas en lo que te quede de vida, espero que entiendas lo que significa esto. ¡No quiero verte nunca más...! —gruñó, se tambaleó para salir de aquel lugar.

Él quedó arrodillado en el suelo agarrando sus golpeadas campanas.

—¡Me las pagarás, Milena! —gritó, enojado y dolorido.

Milena agarró a Irma del brazo.

—¡Nos vamos ahora mismo!

—Pero si aún es temprano.

—¡Te quedas sola entonces! —enunció enojada y oscilándose hacia la salida.

Abril, el otoño ya estaba ahí. Se empezaba a notar en la brisa fresca de la noche, buscaría un taxi y se iría a su casa, de donde no debió haber salido.

—¡Milena! ¿Qué sucedió? —inquirió Irma, desconcertada.

—Osvaldo intentó propasarse conmigo y eso es imperdonable. Me voy a mi casa, mañana paso a retirar mi vehículo de la tuya.




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