Amor extranjero

5

Entre besos y manoseos, Alex se quedó dormido con lentitud, estaba demasiado ebrio y su libido se fue así como llegó, con rapidez.

—¿Alex? —lo llamó Kate.

—Mmm...

—¡Despierta! Vamos a pasarla bien. —Intentó “revivir” la llama de la pasión, pero Alexander estaba borracho por completo y roncaba— .¡Despiértate, idiota! Soy el sueño de cualquier hombre y tú te quedas dormido. —Lo golpeó luego de decir aquello.

No hubo caso, él estaba casi desnudo, era un caso perdido del todo.

—Aquí tiene, señor... —agradeció Milena. Pagó el taxi que la llevó hasta su casa, fue el más caro de su vida, pero no iba a continuar cerca del depravado de Osvaldo, no merecía que no la respetasen.

Giró la llave, entró a su hogar, cómodo y silencioso. Encendió la luz de la habitación más pequeña de la casa y se acostó ahí a dormir, la noche estaba fresca por lo que solo prendería el ventilador.

Su celular vibró. Tenía un nuevo mensaje de Irma.

«¿Llegaste bien? Me has dejado preocupada por Dios, llevaré tu auto mañana a tu casa, no te preocupes».

Milena respondió:

«Estoy bien Irma, ya estoy acostada, te esperaré para ir al supermercado y salir a comprar el almuerzo. Bs. Ns».

—¿Enviar? Sí... —se respondió y dejó el teléfono a un lado. Tomó el peluche que estaba a su lado y lo abrazó fuerte para dormirse, en medio de lágrimas de añoranza de un tiempo que jamás regresaría.

No se dio cuenta hasta qué punto su vida la vivía en una burbuja. Su matrimonio fue una burbuja que la alejaba de todo lo que estaba a su alrededor, pero había algo que no cambió en su pensamiento. «Si no salía, no se perdía de nada bueno». Era más que una realidad. Ella solo estaba acostumbrada a participar en cumpleaños, quince años, bodas, aniversarios y nada más, era una inadaptada en otro tipo de actividades. Tenía veintisiete años y no sabía nada de la “movida nocturna”, pero si un Osvaldo era lo que se iba a encontrar, era mejor pegarse una gripe.

Durante su sueño recordó el accidente donde murieron cinco personas, todas las que iban en uno de los dos vehículos, incluyendo a su esposo. Ella no quiso salir ese día, fue la última pelea que tuvo con Javier, su último adiós fue un «vete a la mierda», quizás eso era lo que le impedía vivir tranquila, la culpa de no haber dicho al menos «adiós, mi amor».

La llamaron mientras cocinaba. Pensó que sería un domingo normal, pero desde ese momento nada fue así, él ya no volvió al menos como lo recordaba.

El tono de llamadas la alertó, agarró el teléfono y contestó, pero no dijo nada.

—¡Llevo buen rato golpeando frente a tu casa, ábreme ya! —escuchó la intensa voz de Irma que le gritaba.

—Voy.

—Pues más vale que sea pronto, me estoy mojando.

«¡Oh, mierda! Qué persona más inoportuna» pensó justo cuando por fin se dormía.

Levantó la cabeza y su cerebro le dijo el dolor que tenía. Aquello no lo sentía desde hacía años, solo cuando se tomaba alguna bebida de mala calidad.

Tuvo que hacer de tripas corazón e ir para abrirle el portón a Irma. Corrió bajo la lluvia, agradeció a todos los santos no haberse caído en el resbaloso piso del caminero del jardín.

Las gotas frías mojaban su piel aún caliente por estar en la cama, lo que hacía que sintiera frío.

—¡Pasa rápido!

—Eso hago... —soltó Irma, corrió hasta llegar al hall de la entrada, mientras Milena la seguía.

—Lo siento tanto, Irma, es que no me dijiste hora y no puse el despertador.

—No importa, ve a bañarte y prepárate para salir, tengo una cita por la noche y quiero ir a la peluquería.

—¡¿De qué demonios me perdí?! ¡Ayer no tenías ninguna cita! —exclamó Milena, sorprendida.

— Eso es por retirarte temprano de un karaoke, querida, conocí al hombre de mi vida... —suspiró—, puedes conocer hombres si sales, lo sabías, ¿verdad? —satirizó.

—Voy a ignorar ese comentario, Irma, porque me duele la cabeza. Mejor cuéntame cómo conociste al “hombre de tu vida” —pidió, hizo comillas con los dedos.

Escuchó el extenso relato de los veinte minutos más apasionantes en la vida de Irma. ¿Cómo podía una persona enamorarse a primera vista? Esos eran cuentos para dormir, nadie en su sano juicio se arrojaría a los brazos de un extraño a los veinte minutos de conocerlo, ¡por Dios! Pero bueno, olvidaba que Irma no estaba en el estado juicioso más sano.

—Voy a bañarme, sírvete lo que gustes, no hay mucha variedad porque hay que pasar por el supermercado.

—Bien, no hay problema. Este café instantáneo se ve bien para despertar mis alcoholizados sentidos.

—Perfecto, me urge salir a comprar unas aspirinas.

Milena se metió a la ducha con rapidez y su dolor de cabeza de intensificaba. ¿Cómo manejaría en ese calamitoso estado?

Cerraron la casa y se dispusieron a salir. El clima era tan cambiante, antes estaba lloviendo y después tenían un sol radiante, la humedad comenzaba a hacer de las suyas haciéndola sudar terriblemente y Milena era de las acomplejadas personas que sudaban como una catarata bajo el brazo.

Subieron al auto y de la guantera sacó unos lentes de sol para soportar la pesada carga de manejar.

—Irma, bájate a la farmacia y compra la tableta de aspirinas más grande que tengan —mandó Milena, le entregó el dinero—, y también un agua mineral o Gatorade, lo que sea...

—¿No te han dicho que consumir ácido acetil salicílico en exceso puede perjudicar tu salud? —bufoneó su amiga.

—Pregúntame si me importa eso ahora. Ahora ve y compra lo que te pedí —ordenó, se agarró la frente para apretársela con los dedos.

Su amiga regresó con el pedido al vehículo, abrió la botella de agua mineral y se la bebió con dos aspirinas.

—Ah... —expresó al terminar de beber. Ya parecía más aliviada con solo haber visto las pastillas.

—¡Aún no harán efecto! —se burló mientras Milena la miraba con desprecio.




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