Amor extranjero

7

—José, por favor, dame más tiempo  —sollozó.

—Sé lo difícil que es para ti, podemos darte el soporte que necesitas. La doctora...

—¡La doctora nada! —gritó exaltada—, igual que tú, me saldrá con palabrerías baratas sobre que debo dejarlo ir y cosas que no estoy interesada en oír. Pero no puedo, José, solo ve y míralo. ¿Podrías tú desconectarlo?

— Milena, ya ha sufrido bastante, tenerlo ahí más tiempo es egoísta.

—¿Lo desconectarías o no? ¡Responde!

—¿De verdad quieres saberlo? Pues lo haría, acabaría con su sufrimiento, el mío y el de toda la familia. ¿Es lo que querías oír? —La observó con fijeza.

—Los doctores de hoy en día han perdido la humanidad y nos tratan como ganado, deciden quién vive y quién muere.

—Él ya está muerto, su cuerpo es lo único que sigue ahí, él no te escucha, Milena.

Ella volvió a negar con la cabeza.

—¿Haces esto porque aún sientes algo por mí?

— Milena, ya estoy casado, no te propondría nada.

—Pues cuando me lo propusiste aún no estabas casado, pero él ya era un vegetal. Casualidades, ¿no?

—Sabes que desde niños he estado enamorado de ti, pero jamás me has dado esperanzas. Sé cómo te trataba Javier y aun así te casaste con él, decidiste hacer tu familia con él, yo te hubiera tratado como a una reina como lo hago con mi esposa.

—Puede que tengas razón, él no me trataba como a una reina, pero a pesar de todas las discusiones y peleas, sé que me amaba y tú no amas a tu esposa, eres infeliz.

Milena no sabía de dónde sacaba todas esas hirientes palabras hacia su amigo, estaba de verdad volviéndose loca.

—Lo siento, José, no es mi intención.

—Comprendo perfectamente tu estado, pero ya te dije lo que debía, ahora... —Miró su reloj—. Debo ir a almorzar con mi esposa.

—No voy a ceder.

Él se encogió de hombros y se levantó de la silla para caminar hasta ella.

—Ya no depende de ti, Milena, esto es oficial. Firma los papeles para la donación de órganos, comprende lo importante que es salvar otras vidas.

—No, no, no y no. —Lo encaró, tropezó de los nervios, pero él la agarró antes que cayera y la abrazó.

—Milena, date cuenta que estás mal, debes liberarte de esta carga que llevas contigo y ser feliz. —Tomó su rostro para limpiar sus lágrimas.

Él observó hasta qué punto ella se abandonó por amor. Su ropa raída y gastada, su cabello parecía sin peinar y su rostro sin maquillar. No se parecía a la intrépida joven que se casó con Javier y lo rechazó mil veces. Ella siempre fue sincera con respecto a sus sentimientos, lo apreciaba como un amigo, pero él nunca lograba contentarse con aquello, por lo que decidió casarse para olvidarla, aunque no podía. Desde el accidente de Javier la veía casi todo el tiempo y pese a dejarse estar, para él seguía siendo hermosa.

José agarró el mentón de Milena, lo levantó hacia sus labios para besarla y así lo hizo. Ella respondió tímida, pero luego se alejó.

—Esto no está bien, José, lo siento —expresó y abrió la puerta del consultorio, chocó al salir con Susana, la esposa de José.

—¿Estás bien, Milena? —preguntó al verla con los ojos llorosos.

Ella hizo un gesto negativo con la cabeza y continuó su camino, dejó a José y a Susana juntos en el consultorio.

Caminó hasta llegar de nuevo a terapia intensiva donde encontró a su suegra.

—¡Doña Morena! —Se arrojó a sus brazos para llorar.

—Niña, ¿qué te pasa? —La abrazó.

— Quieren que... quieren que lo desconecte y yo no puedo hacerlo.

Su suegra solo la consolaba en silencio, no podía hacer más. Milena no entendía de razones. Todo ese tiempo no se animó a decirle que lo mejor era dejarlo ir.

Dejó que se calmara un poco y luego decidió hablarle.

—Milena, querida. —Se pausó—. Creo que los médicos tienen razón. Debes dejarlo ir, es sangre de mi sangre, pero la vida debe continuar, yo me he resignado a que mi hijo ya se fue.

Milena la miró indignada. Todos querían que lo matara y ella no estaba dispuesta. Podía ver que estaba sola defendiendo lo que quedaba, como una leona, más era cuestión de tiempo para que ellos ganaran y terminara firmando los papeles de donación y cuando apareciera algún necesitado, lo desconectarían, había cumplido con su función de conservadora.

—No puedo creerlo, doña Morena.

—Milena, ¿cuántos años hace del accidente? ¿Tres? Y tú vives en este hospital, yo no te pido que vayas y te cases con nadie más, solo que vivas y empieces de cero. Eres una mujer preparada, joven. Javier ya es historia en tu vida, no puedes pretender tenerlo presente siempre. Sé que nunca lo olvidarás, se amaban profundamente. Piénsalo bien, Milena. Sé que es difícil dejarlo ir, pero siempre será parte de ti, solo agradece el tiempo que estuvo a tu lado.

Ella salió muy tarde del hospital, no almorzó, el hambre se le fue. En esos años bajó muchos kilos, tan solo pesaba 52, se parecía a los gusanos de Hombres de negro. Era un mujer esquelética, pero con panza. Sus ropas le quedaban enormes, pues entre las cuentas que Javier dejó y aparte de las suyas, no podía pagarse el lujo de comprar más. Había demasiado por pagar.




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