Amor extranjero

9

Marcos debía estar bromeando, eso no podía ser.

—Basta de bromas, no juegues con mis sueños, Marcos, por favor —satirizó mientras sonreía.

—¡Es el número! por Dios, Milena, debes creerme, esto... es genial. ¡Eres millonaria! Todos en la oficina lo sabrán mañana.

—Habrás confundido los números, no digas esas cosas en la oficina, querrán quitarme dinero pensando que lo tengo.

—Mira en la televisión, deben estar buscando a la ganadora.

—Es ridículo, lo compré porque sentí pena por un niño, no significa que ganaré algo, la suerte no existe —aseguró y miró el camino.

Marcos metió los billetes en la cartera de Milena para que se lo llevara a la casa y viera por sus propios ojos que era la ganadora. Él era vendedor, era muy bueno con los números, no había lugar a dudas.

—Hasta aquí, Milena, muchas gracias por el aventón.

—A ti por la compañía, nos vemos mañana.

—Adiós y gracias nuevamente —se despidió Marcos, salió del vehículo. Cerró la puerta con fuerza.

—¿Qué no tienes heladera? —bufoneó—. ¡Adiós!

Continuó su camino a casa, José caería por ahí en cualquier momento y todo estaba desordenado.

No sabía si recordaría el camino a su casa, ya que solo había ido a la inauguración hacía años atrás cuando ya Javier lo tenía entre ceja y ceja.

Con el tiempo los celos que tenía Javier hacia José se hacían más intensos.

«—¿Por qué tiene que escribirte todo el tiempo? ¿Acaso está enamorado de ti? Y tú le das alas contestándole los mensajes —reclamó furioso Javier.

—Somos amigos desde la escuela, Javier, no puedes prohibirme que no lo contacte, quiero conservar mis amistades —se defendía ella.

—Pues son todas tus amistades o tu matrimonio, tú eliges, Milena. Luego no vengas a llorar como siempre haces, ¿piensas que todo lo malo que haces se borra con tus lágrimas? A mí no me causan ni cosquillas.

—Mis amistades no te hacen nada, solo los contacto para saber de ellos y que aún valoro su amistad —lloró.

—¡Ves! Ya estás llorando, te ves ridícula defendiendo tus ganas de engañarme. ¿Por qué tienes tantos números de hombres en tu celular, eh,  Milena?

—¡Son ex compañeros de universidad, por Dios! ¿De dónde sacas que quiero engañarte? —le preguntó ya histérica.

—Pues este José no parece tu compañero de la universidad.

—¡Pero si ahí no hay nada malo en ese mensaje!

—Pudiste haberlo borrado.

—¡Eres un paranoico!

—¡Y tu una zorra, bandida! ¿Será que solo con este me engañas?

—¡Púdrete, desgraciado, no soy una puta para que me trates así!

—¡Pues no te comportes como una, una mujer casada no contesta mensajes de un hombre soltero!

—Pero...

—Pero nada o él o yo, Milena, tus amigos o tu marido. Me juraste amor y fidelidad y no veo que eso esté sucediendo.

Con los ojos llenos de lágrimas borró los números de su celular, no quería problemas con Javier por eso. Él, complacido, miró cómo ella lo obedecía entre llantos e insultos hacia su persona.

—Ahora, ¿qué hay para cenar, Milena? Estoy hambriento.

Ella enojada le aventó el celular y le dio en la cabeza. Él reaccionó acercándose, la apretó fuerte de los brazos y la arrojó al suelo.

—¡No vuelvas a desafiarme! Soy más fuerte que tú y puedo perder la poca paciencia que tengo por ti, Milena, con tanto lloriqueo y falsa histeria me tienes podrido —le gritó.

—¡Espero que te mueras!, ¡muérete, idiota! —sollozó».

No se dio cuenta que ya había llegado hasta su casa al recordar una de las tantas peleas que tuvo con Javier por sus celos. Un día estaban así de mal y al siguiente como si nunca hubiera pasado nada.

Con la conciencia pesándole por haberle deseado la muerte, se bajó del vehículo y abrió el portón.

Por fin en casa —suspiró, cansina.

Tenía que ordenarlo todo, lavar la montaña de cubiertos del fin de semana y un poco de ropa.

Se puso a terminar esos quehaceres y escuchó que golpeaban frente a su casa. Miró por la ventana, era José con una caja de pizza sobre el techo del vehículo y una gaseosa.

El celular de Milena empezó a sonar.

Estoy afuera... —avisó.

—Te estoy viendo, ya voy —contestó, corrió para abrirle.

Salió afuera, ella tenía puesta aun la ropa de trabajo con la diferencia que estaba descalza.

—¡Discúlpame! Estaba, tú sabes, limpiando.

—No te preocupes, Milena.

—Pasa, por favor, no te fijes en el desastre.

—Creo que no miraré bajo la alfombra —gorjeó.

—Muy gracioso, ¿quieres cubiertos?




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