Amor extranjero

10

Milena no pegó el ojo en toda la noche, ¡era millonaria! No podía pensar en cómo hizo para que la suerte le sonriera, Dios se compadeció de ella. Debía ir a la empresa Trébol S.A., para presentar ese billete del talón.

Subió a su vehículo, recordó que la dirección quedaba en el centro mismo de la capital, tendría que pagar estacionamiento tarifado, pero no quedaba de otra.

La ansiedad la consumía, jamás se imaginó que la suerte le sonreiría después de tanto tiempo, antes tenía otras cosas, menos dinero y en ese momento hipotéticamente tenía más y nada de otras cosas. «Entiéndase por eso, familia, con quién compartir el hipotético dinero».

El tráfico a la capital era como para llorar, tardó casi dos horas en llegar hasta la empresa y para colmo de males debía esperar el estacionamiento, no tenían lugares. Después de que casi murió de un colapso nervioso, llegó hasta la recepción y preguntó:

— Disculpe, señorita, ¿dónde debo presentar el billete ganador?

La jovencita de unos casi veinte años la miró con una sonrisa en la cara.

—¡Por aquí señora! Nuestro gerente la atenderá en breve. —La acompañó a un asiento, luego la joven regresó a su lugar, levantó el teléfono y habló mientras no despegaba la vista de ella.

Para ella era una situación incómoda, pero soportable. Esperó unos diez minutos, y la jovencita se acercó a ella por segunda vez.

—Sígame ,por favor, necesitamos que pase a la oficina —informó sonriente.

Le abrió la puerta y la dejó dentro.

—Pase —la invitó a pasar junto el rechoncho señor detrás el escritorio.

—Buen día.

—Buenos días, señorita, la recepcionista me dijo que usted estaba aquí por el billete.

—¡Oh, si! —exclamó sacándolo de la cartera para dárselo al gerente.

El hombre miró el papel.

—¡Felicidades! ¡Es usted la flamante ganadora!

Después de escuchar aquello, ya podía creerlo... ¿Qué haría con el dinero? Ni siquiera sabía qué suma era.

—¡Gracias!

El gerente sacó una carpeta con muchas hojas.

—Y ahora. Este es el pliego de bases y condiciones para acceder al premio.

«¡Oh no! Debía leerlo todo. Que flojera», pensó al ver todo aquello.

Comenzó a leer el pliego y decía que ella debía aparecer en todos los medios de comunicación como la ganadora, en señal que la empresa era seria y comprometida, participar del programa y otras cosas por el tiempo que ellos lo estipulaban. En síntesis, todo el país sabría que se ganó la lotería y eso sería incómodo.

Después de dos horas leyendo y firmando los papeles, le avisarían cuándo tendrían ese dinero disponible, sería en máximo quince días. Vio tantos ceros que casi le dio un paro a su corazón, probablemente la iban a sacar en una ambulancia. Subió a su vehículo, colocó el aire acondicionado y se recostó en el asiento.

— ¿Que haré con tanto dinero? —se preguntó, quizás un automóvil nuevo, remodelar su casa, ir de vacaciones... ¡Eso! Eso era. Vacaciones a Londres, eso haría, cuando tuviera el dinero tramitaría su pasaporte—. ¡Claro! ¡Iré a vivir mi gran sueño Londinense!

 

 

—Buen día —saludó Alexander al entrar en el comedor.

—Me gustaría saber, ¿de dónde venías tan tarde, Alexander? —Lo encaró su madre.

—Buenos días —reiteró—, no sé a qué se refiere.

—Ja, llegaste a las tres de la mañana. Es obvio que estuviste en la calle, tengo insomnio y sabes que no puedo dormir.

—Oh, ya me era extraño que no me hubiera reclamado al poner el pie en la puerta, había sido demasiado bueno para ser cierto. Olvidé el detalle de que ni Morfeo te quiere —opinó bebiéndose su jugo.

—Obviaré esa falta de respeto, Alexander; dime dónde y con quién estabas.

—Primero deja que llame a una funeraria, necesitaré un cajón para ti —bromeó.

—¡Ya basta!

Él puso las manos en alto en señal de rendición, traspasó los límites de la condesa.

 —Estaba con una mujer.

— ¡¿Qué mujer?! Espero que haya sido Kate.

Ese era el momento ideal para saber si su madre sufriría un infarto.

—No, era una humilde enfermera y quizá la convierta en mi novia. ¿Crees, madre, que puedo traerla para que la conozcas?

El rostro de su madre se descompuso al momento, tenía el color de la furia.

—¡Una corriente! No puedo creerlo. ¡Una gata corriente!

—Si lo dice así suena mal, pero se llama Candy.

—¿Candy? ¡Tiene nombre de prostituta corriente y barata! —chilló.

—Pues no lo es, es bella e inteligente, tiene una profesión, creo que me veo a largo plazo con alguien así.

—¡Sobre mi cadáver!




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