Amor extranjero

11

Alexander estaba con la ardiente Candy en su departamento, según Travis, lo último que debía hacer era involucrarse con una mujer con la que trabajaba. El ambiente laboral se volvía otro y tenía razón, solo pasó un día al lado de ella y era un infierno, se había desubicado. En definitiva, no era como aparentaba ser en el hospital, mas serviría para sacarle más canas a su madre, eso era muy importante, ya era suficiente de que lo acosara constantemente con casarlo con una niña bien. Para él las personas no debían juzgarse por su clase, educación, etnia, ni nada, sino por su calidad humana.

Se quedó dormido junto a la rubia. No obstante, no se sentía feliz, no se sentía conforme, estaba incómodo al lado de ella, se satisfacía físicamente. Sin embargo, en sus emociones estaba vacío.

Despertó y se colocó la ropa para salir del apartamento mientras ella continuaba en otro mundo.

Con sigilo se marchó, subió a su moto y emprendió el regreso a su casa. Él salió del hospital directo junto a Candy para hablar, pero eso terminó en una nueva noche desenfrenada. Hacía tiempo que no tenía sexo seguido, había una gran diferencia entre sus veinticinco años y sus treinta y cinco años. Cuando tenía veinticinco años, se comía todo lo que caía en su boca, y a los treinta y cinco años se había vuelto más selectivo, buscando algo diferente, pero no sabía lo que era.

Entró por detrás de la mansión para no tener inconvenientes con su madre, para luego darse cuenta en lo que pensaba. ¡Tenia treinta y cinco! Debía poder hacer lo que plazca.

El pasillo a su habitación estaba a oscuras. Caminó con cuidado de no tropezar con algo, pero no tomó las precauciones suficientes, tropezó y cayó de bruces al piso alfombrado.

—¡Maldita sea! —gruñó bajo, sacó su celular y con la luz de la pantalla miró qué era la cosa con la que tropezó y era nada más y nada menos que su hermano Henry. Al parecer, su lamentable estado no lo dejó llegar a su habitación—. Henry, ¿qué te haces? —Lo alzó para llevarlo a su habitación.

Su hermano era un ser rechazado y maltratado por su madre por no ser su hijo. Siempre le demostró su desprecio, el niño problema se convirtió en adulto problema, sufría la falta de amor con la que creció y que no recibía hasta ese momento. Su único refugio era el alcohol y drogas, aunque no sabía si realmente estaba involucrado con algo así, pero era moderado con sus gastos mensuales asignados, lo que significaba que no era un adicto.

Abrió la puerta de la habitación de Henry con su propia cabeza para que al despertar sintiera que algo le dolía. Lo arrojó a la cama y fue a su habitación. Se sentó, luego se recostó a pensar en qué diablos hacía con su vida. Era feliz en su trabajo, aunque estaba insatisfecho emocionalmente, se sentía seco y vacío.

¿Podría ser cierto? Aún no conocía el amor, él nunca se había enamorado, sentía atracciones y caprichos fuertes, pero, ¿enamorarse? Eso estaba muy lejos de él, de seguro la mujer de su vida había muerto o no había nacido, solo una opción de las dos posibles era correcta.

La ducha era un lugar de meditación intensa, aquel sitio hacía que todo lo oscuro fuera claro, sus ideas parecían iluminadas por el entendimiento. Su cabeza le decía que se ocupara de Henry, que lo devolviera a la universidad, al día siguiente haría eso y su mente también le decía que debía cortar sus atenciones hacia Candy, ella era sensual y atractiva, divertida, pero se dio cuenta que estaba hueca. Sin embargo, él no podía hablar de huecos si también lo era, estaba con Candy más para molestar a su madre y no salía con Kate para molestarla todavía más.

La lucha de voluntades entre ambos era brutal. La dominación era el objetivo, su madre quería dominar su vida, mientras él quería simplemente dominarse a sí mismo, se podría decir que tenían el mismo carácter, ninguno se daba por vencido hasta conseguir lo que deseaban y eso era lo que más le preocupaba, perder la puja por su dominio y caer en las garras de ella para manipularlo a su antojo.

«Estimado señor Travis Teasdale.

Primero que nada quería saludarlo y decirle que estoy interesada en la cabaña que renta a las afueras de Londres ¡quedé fascinada con la foto! Este correo es por lo siguiente, quería saber si me lo rentaría por un año entero, pienso ir a tomarme unas largas vacaciones y su preciosa cabaña me parece el refugio ideal para un ambiente de paz.

Espero me pase un precio para poder colocarlo entre mis prioridades para cubrir primero y también alguna cuenta para el depósito, claro, en caso de que desee que yo sea su inquilina.

Aguardando una repuesta favorable, me despido de usted.

Atte.

Milena Palacios».

Milena apagó la computadora y se fue a dormir, estaba desanimada y cansada, no pudo compartir con nadie su felicidad.

Miró su celular y nada. Su madre no le devolvió la llamada. Observó el porta retratos que tenía en la mesita de noche, lo agarró y sonrió con tristeza. Su soledad se agudizaba al llegar la noche, nada lograba devolverle la felicidad que había perdido. La compañía era gratamente recibida en su hogar, antes era charlatana, vivaz, locuaz y muy lengua floja, hacía reír a todo el que estuviera con ella, su sentido del humor muy pocas personas lo tenían, compartía ese talento con Javier que era ocurrente y mucho más locuaz que ella, no había una sola frase que no le sacara una sonrisa, por supuesto, cuando no peleaban por niñerías, incluso cuando peleaban terminaban riéndose sin solucionar nada, la mayoría de sus peleas terminaban en un: te amo y yo también.




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