Milena estaba a horas de ir a tomar su vuelo rumbo a Inglaterra, pero no sin antes pasar por una tienda y comprar una laptop para llevar. Prometió estar en contacto con su madre y José, luego pasaría por el hospital para hacer una visita.
—¡Hola! —saludó ella entrando a la oficina de José.
—¡Milena! —Se levantó de manera atarantada de su asiento.
Se acercó, le dio besos en las mejillas y la abrazó.
—Quiero verlo antes de irme.
—Ven conmigo.
Ambos entraron a la sala de terapia. Ella se acercó y le agarró la mano.
—¿Puedes dejarme sola con él, por favor?—pidió Milena, miró a la cama.
—Tranquila, lo cuidaré bien mientras no estás —le sonrió para transmitirle seguridad.
Le entregó una media sonrisa como respuesta mientras lo veía irse.
—¡Hola! —Besó su cabeza y agarró su mano—. Voy a estar un tiempo fuera, necesito ese tiempo para recuperarme y fortalecerme para cuando llegue el momento de tu partida —habló, mientras sus labios temblaban por el llanto, eran las palabras más duras que le podía decir a la persona más importante de su vida—. Los doctores no te dan esperanzas, pero yo aún tengo la ilusión de volver a ver tus ojos antes de irte, escuchar de ti todas esas palabras hermosas que alcanzaste a decirme ese día en que todo cambió para nosotros, tengo tus vídeos y todo lo que te gustaba guardado para llevármelo a Londres.
Su llanto era incontrolable, se recostó sobre el cuerpo, la tristeza la consumía por completo, se sentía tan mal que pensaba en no irse y quedarse a su lado, sacudirlo para que despertara y la hiciera sonreír.
José no se fue del todo, se quedó cerca para poder calmar a Milena, que sufriría con aquella despedida, pero era lo mejor, quizá fuera la última vez que lo vería.
Entró donde ella estaba y colocó sus dos manos en su espalda.
—Ven.
Ella negaba con la cabeza.
—Se te va a hacer tarde para el avión.
—Por favor, déjame leerle algo antes de irme —rogó y sacó un pequeño libro de su cartera.
José se sentó a su lado a escuchar la lectura, Milena tenía aquella costumbre de leer para él, era muy conmovedor ver cómo no se apagaban las esperanzas, pese a que nadie desde que se había internado se las había dado.
Luego de una hora estaba lista para firmar el formulario en el consultorio de José.
Milena leía y releía con duda.
—¿No vas a contestar? —preguntó distraída por la llamada entrante de José.
Él miró su pantalla y era Susana.
—No. Mi paz estaría en peligro. —Apretó la tecla de colgar.
Daba la vuelta el bolígrafo en la mano, contemplaba el papel con fijeza.
—Se te va a hacer tarde para llegar y embarcar tus cosas en el aeropuerto.
—Estoy pensando en no ir —comentó, mirándolo—, no puedo dejarlo aquí, ¿qué clase de persona cruel haría lo que yo estoy haciendo?
—Milena, yo cuidaré de él y no te preocupes, si llega el momento en que aparezca quien necesite de la donación, te avisaré, nada se hará sin ti.
Ella asintió y con valor firmó el papel, luego se lo devolvió y se levantó.
—Creo que ya es hora de que me vaya. Gracias por estos años de amistad que me has brindado, por cuidar de mí y de los míos.
José se acercó y agarró sus manos.
—Volverás, Milena y yo continuaré aquí esperándote, no olvides pensar en un nosotros mientras estés allá.
Lo abrazó con cariño y se alejó hacia la salida del hospital. Miró a su alrededor, su taxi estaba afuera esperándola para llevarla al aeropuerto, subió y recostó su cabeza en el asiento, miró los paisajes de su país, iría a un lugar distinto para tomarse un descanso prolongado, pensar en su vida y qué hacer con ella, decidirse volver a empezar.
El avión que tomaría tendría unas escalas en otros países antes de llegar a Londres con otro vuelo, no estaba demás recordar que nunca había volado y empezaba a sentir pánico por eso. Vio varias películas con tragedias aéreas, en especial Destino final y ya empezaba a pensar que podía estar soñando o algo así, era ridículo, pero no podía evitar pensar en la cantidad de posibilidades de una muerte dolorosa.
Llegando al aeropuerto pasó sus maletas y su bolso que dejaría con ella por los escáneres y continuó su camino hasta la zona de embarque.
Respiró profundo cuando escuchó que su vuelo hacía el llamado para que los pasajeros subieran al avión.
Miró por última vez antes de pasar al túnel.
—Adiós, mi querido país —susurró con melancolía, aquel le había dado mucho, la hacía feliz, pero ella necesitaba de magia para volver a vivir.
Buscó su número de asiento del vuelo comercial y se sentó al lado de la ventanilla, sacó su agenda y un bolígrafo
«Cosas para hacer en Londres».
Escribió el título y colocó: