Amor extranjero

13

Alexander cayó al asfalto sin compasión, estaba consciente, pero su pie le dolía, menos mal que tenía puesto el casco y una chaqueta gruesa.

Milena seguía en shock dentro del vehículo, no podía moverse, hasta que vio que el motociclista se movía. Bajó corriendo del vehículo.

—¡¿Está bien?! —preguntó preocupada.

Alex aún estaba conmocionado y la música de sus auriculares no le dejaba escuchar el barullo que hacía la gente y el murmullo de la voz de una joven.

Milena con cuidado le sacó el casco. Él tenía los ojos cerrados y unos auriculares en los oídos. ¿Qué no le dijeron que los auriculares eran peligrosos?

Alexander abrió sus ojos azules y se cruzaron con los marrones de Milena. «Peligrosa», le advirtió su mente al ver a la asustada jovencita querer auxiliarlo, era bonita y parecía hipnotizada por sus luceros.

¡Dios bendito! Era el hombre más guapo y más inconsciente que vieron sus pecadores ojos. Sus grandes orbes azules o Dios supiera qué color eran en realidad, la perdían, ¿cómo era posible? No podía quitarle la vista de encima.

Pudo sentir algo extraño al verlo ahí, sentía ganas de acariciar su rostro hasta que vio que él empezaba a enojarse, ella le sacó los auriculares.

—¿¡Está usted loca!? —gruñó él y desvió la mirada de ella hacia el mini que lo atropelló y la dama que estaba ahí con él era muy evidente que era quien lo atropelló.

—¿Qué? —contestó sorprendida, pues el hombre habló muy rápido y no lo comprendió; los ingleses y su acento raro.

—¡Que si está loca! Me atropelló. ¡¿Qué no ve por donde va?!

Lo que tenía de hermoso lo tenía de maleducado.

—¡Usted venía rápido! Además, con los auriculares puestos, no escucharía ni una bocina —le reclamó.

Él intentó levantarse, pero su pie se lo impidió.

—Lo ayudo... —dijo ella, quiso tocarlo, pero él se negó con un gesto de cabeza.

—¡No me toque, puede partirme otra cosa! —insinuó enojado.

—¡Como si fuera doctor! Lo ayudaré a subir al automóvil y lo llevaré al hospital.

—¡Deberían revocarle la licencia! —se quejó, mientras ella lo estiraba para subirlo al automóvil, pero él se resistía.

—No entendí nada de lo que dijo, así que suba al vehículo, necesito asegurarme de que está bien, luego hará lo que quiera.

—¿Subir con usted? Ni si fuera el último automóvil del planeta.

«¿Qué le pasaba a ese hombre?». Estaba amargado a más no poder, ¿qué le costaba aceptar su ayuda?

—¡Por favor, deje la obstinación! Quiero asegurarme que está bien, déjeme llevarlo al hospital más cercano.

—¡No! Si ahora no me mató, nos mataremos en la ida al hospital —satirizó con el pie dolorido.

—Ya perdí la paciencia con usted, niño llorón —gruñó sacando fuerzas de donde no tenía y se echó al hombre a la espalda ante la divertida mirada de los presentes.

Alexander estaba demasiado avergonzado como para levantar la vista, quería matar a esa mujer, nunca lo trataron así en su vida.

Ella lo empujó dentro del automóvil y lo encerró, ya que la policía llegó para ver lo que sucedió. Milena como pudo intentó explicarlo. Los hombres levantaron la motocicleta y la colocaron en la vereda.

Subió al automóvil y miró al enojado Alexander.

—¿Dónde queda el hospital más cercano? —preguntó con cierto temor a su furibunda mirada.

—¡Ja! Lo que me faltaba, la loca no sabe dónde está el hospital más cercano.

—Soy extranjera, no llevo ni siquiera veinticuatro horas aquí y ya mi impresión sobre los ingleses ha decaído con solo tratarlo a usted.

—¡Use su maldito GPS!

—¡¿Por qué cree que lo atropelle?! Desde que salí de rentarlo he intentado ponerlo, a eso debo aclararle que no sé manejar con el volante a la derecha.

—Perfecto, ahora sí vamos a morir. Pare el auto ahora, me bajo, solo tengo un esguince en el tobillo.

—¡Cállese cinco minutos y deje de ponerme nerviosa! —resopló—, iremos al hospital y es todo, no quiero que después le suceda algo peor, puede tener lesiones internas que aún no siente.

—Se lo aseguro, no lo tengo —soltó con falsa calma—. ¡Pero lo que me dará será un ACV por soportarla, es exasperante!

—Y usted no para de hablar, ¿se cree doctor o qué? Hasta que un médico no me diga que está bien, no lo dejaré tranquilo, no quiero cargar con una demanda y una muerte en el extranjero.

Alexander arrojó los brazos al frente, discutir con aquella desequilibrada no lo llevaría a buen puerto, mejor que lo dejara en el hospital, aunque mínimo como estaban, llegarían con fracturas múltiples y en ambulancia.

—¡Gire aquí!

—No me grite —exclamó ella mirándolo enojada.

—¡Cuidado! Mire su maldito camino. Es usted un peligro en cuatro ruedas —masculló y agarró el volante, antes de casi colisionar con otro vehículo—. Es un peligro. ¡No deberían haberla puesto al volante!




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