Amor extranjero

14

Lo sacaron del hospital en silla de ruedas, se sentía como un inútil acompañado de su madre que no paraba de dar instrucciones a todo el que se cruzara en su camino.

—Anda, Frederic, sube a Alex al vehículo —ordenó la condesa al conductor.

— ¡Ni se te ocurra, Frederic, yo puedo hacerlo! —refutó e intentó caminar hasta la puerta del asiento trasero.

—Cuidado, Alexander —vociferó su madre.

—Madre, ya lo peor me pasó, una loca me atropelló, ¿sí? No necesito nada más, evítame el dolor de cabeza que me dará tu estridente voz —expresó con poca fineza.

—Hay que demandarla, ¿tienes sus datos? Empezaré a verlo con nuestros abogados.

—No, madre, ella es una pobre extranjera, no la hundiría más. Según todo lo que me dijo, no lleva ni siquiera un día completo en Inglaterra, solo tengo su número de teléfono por si necesitaba alguna cosa que pudiéramos arreglar.

—¡Bah! Nadie sale ilesa después de tocar a mi hijo.

—Madre, solo cállate, necesito descansar un poco y no me lo pones fácil.

—¿Piensas que después que me haya enterado que tienes novia vas a andar tan campante por el mundo? Con solo haber visto a la tal Candy, me he dado cuenta que es una zorra, ¿cómo puedes involucrarte con esa clase de mujeres?

—¿Placer quizá? —reveló con sorna.

—¿Placer?, ¿esa clase de mujer qué clase de placer puede darte? Sería un placer que no tuviera alguna enfermedad.

—Es mi vida privada. ¡Privada! —justificó más alto e hizo énfasis en la última palabra.

—Deja de involucrarte con esa clase de mujerzuelas, Kate es tu mejor opción para un excelente matrimonio, es hermosa.

Su madre hablaba de estupideces mientras él pensaba en la mujer que lo atropelló.

 La canción que escuchaba cuando eso sucedió era Dangerous y se aplicaba a la perfección a ella, no era la mujer más sensual del mundo, pero había algo que despertaba su curiosidad, quizá la rareza de su piel tostada o sus ojos marrones. ¿De qué país venía? No sabía ni su nombre, solo tenía su número telefónico, al que guardaría como «Peligrosa».

Al llegar a la casa, su madre no se dio cuenta que él dejó de escucharla a diez cuadras de haber salido del hospital, no le interesaba saber lo perfecta que era Kate o lo zorra que era Candy, le importaba saber más sobre la mujer problemática y de carácter fuerte con la que su vida se cruzó por accidente; más por la parte dolorosa, nunca fue atropellado y mucho menos cargado hasta un pequeño vehículo.

—Mi motocicleta —mencionó, cojeó hasta ella.

—Creo que no sufrió más que raspones —dijo Henry, minimizó los daños que eran visibles.

—Un espejo roto, el pedal doblado, los farros completamente estropeados —citó al escudriñar con tristeza a su fiel compañero—, esa mujer —pronunció con rabia—, si la vuelvo a ver la voy a ahorcar.

—Tu jamás tocarías a una mujer, no hables solo por hablar, Alex —recomendó Henry, dándole palmadas en el hombro a su nervioso hermano—. Lo olvidaba, te compre un bastón para que lo tengas, sé que te sentirás como un inútil todo en tiempo en cama. Llámame si necesitas compañía.

—Gracias. —Agarró el bastón.

 A duras penas subió, maldijo en cada paso a la mujer peligrosa que lo dejó en ese estado, su cuerpo le empezaba a doler por el impacto de la caída al pavimento.

Se recostó en la cama y miró al techo, tenía más días de vacaciones, solo que debía olvidarse de jugar polo al menos por una semana, pasaría su jerga con Travis al lado de las antiguas tierras de lord Smith, por supuesto, después de culminar su reposo.

Su pie le dolía si lo movía y también estaba muy hinchado, parecía un sapo de cañaveral.  Luego de lograr acomodarse, se durmió, pensó en ella con una sonrisa divertida en el rostro y un chichón en la cabeza.

 

***

 

Travis ayudó a Milena a descender del vehículo y entrar a la cabaña. Ella tiró su cuerpo con pesadez en el sillón de la pequeña sala de estar.

—Te ves cansada. —La contempló.

—Lo estoy, ese... ese... hombre logró estresarme —se quejó—, jamás pensé que los ingleses fueran tan poco educados y lo siento, Travis, eso te excluye, ¿sabes cómo me imaginé al tipo al que atropellé? Como un orco de película.

—¿Tan feo era? —preguntó divertido.

—No.  Todo lo contrario, era guapo —confesó y se sonrojó—, pero lo que tenía de atractivo, lo tenía de desagradable.

—Los ingleses, querida Milena, somos bastante serios, te habrás topado con algún amargado.

—¡Esa es la palabra que lo define perfectamente! ¡amargado! —rio.

—¿Por qué no descansas mientras yo preparo algo para el almuerzo? No será nada de otro planeta, por lo que no te hagas ilusiones.

—Gracias, de nuevo. Hoy es el día en que más he repetido esa palabra, pero es que no sé cómo puedo agradecerte todo esto, eres un hombre ocupado con tus negocios y aun así, te ocupas de una torpe extranjera.




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