Amor extranjero

16

¿Sus ojos le jugaban una mala pasada? «La loca no podía ser la inquilina de Travis», pensó Alexander mirando fijamente a Milena.

«¿El orco era el mejor amigo de Travis? Alguien no sabe seleccionar sus amistades. ¡Es una burla del destino!», especuló Milena al mirar a Alexander.

Travis estaba en el fuego cruzado de miradas que se echaban.

—¿Se conocen? —preguntó inocente.

—¡No!, ¡sí! —respondieron

—Estoy confundido —explicó el rubio, se rascó la cabeza—, Alex dice que sí y tú, Ana, dices que no.

—No es un no propiamente dicho —justificó sonriendo nerviosa—, creo que lo he visto, por la calle, quizá.

—¡Claro! En una intersección —comentó. La miró de manera acusatoria— ¡No! ¡Ya lo recuerdo! —Tronó los dedos.

Ella lo miró de mala manera, entre tanto, Travis lo miraba con atención.

—En el hospital el día de mi accidente —bramó con ironía.

—Claro. Cómo no se me ocurrió. Ana estaba en el hospital haciéndose responsable de un colega tuyo. ¡Ya había pensado que eras tú! Los dejaré un rato, Kate y Diana tardan demasiado.

Un incómodo silencio se colocó entre ellos, pero Milena lo rompió.

—¿Por qué no coloca un cartel fluorescente donde diga que yo fui quien lo atropelló? —lo increpó sin disimulo.

—Estaría bien, ¿verdad? —contestó, quiso sentarse otra vez, pero con esfuerzo.

—Te ayudo.

—No. —Levantó las manos hacia ella, no necesitaba de su ayuda—. Deseo mantener intacta mi dignidad.

—¡Pues yo no pensaba contaminarme tocándolo. —Se alejó —. Creo que lo mejor es que finja sentirme mal para salir, no nos espera una agradable velada —agregó y agarró su cartera que bajó para ayudar al amargado ese.

—Haga lo que quiera, es a Travis a quien decepcionará, no a mí.

Ella rugió y salió de la casa.

—Esas mujeres ya bajan. ¿Dónde está Ana?

—Creo que olvidó algo en su vehículo, ve y ayúdala, me hubiera gustado ir, pero mira. —Señaló su pie hinchado.

—¡Claro! —Corrió en su auxilio.

Milena caminó con rapidez hacia el auto, abrió la puerta y se metió dentro. Estuvo menos de treinta segundos cuando Travis le tocó el vidrio y ella lo bajó.

—¿Piensas asfixiarte dentro?

—No. Solo olvidé algo aquí. —Sonrió nerviosa, no podía hacerle eso a Travis.

Agarró unos Chiclettes que tenía en la guantera y sacó medio cuerpo del automóvil.

—¡Aquí están! Intentaba recordar dónde estaban, sentada aquí, ya sabes, para hacer memoria me senté y... —se excusó, intentó explicar que no huía.

—Ven. —Abrió la puerta por completo y tomó su mano, sacándola de ahí.

Cerró la puerta aún con su mano en la suya y se dirigieron dentro de la casa.

Alexander estaba con el pie tendido en el sillón, observó que Ana y Travis entraban tomados de la mano, aquello le resultó incómodo y desagradable.

—Pero mira nada más, Alexander —expuso Kate, bajó con celeridad hasta acercarse a él, le dejó un beso en los labios.

Milena lo vio y algo se le removió dentro. Aquellos dos eran pareja, la rubia era toda una modelo. Tenía un hermoso vestido enterizo rojo con negro, unos zapatos deliciosos y un cabello perfecto. Alexander se veía apuesto, eran tal para cual, hermosos.

Diana bajó con lentitud, también era rubia y muy hermosa, pero se veía más accesible que Kate.

La rubia que parecía más agradable observó su mano pegada a la de Travis con el ceño fruncido, por lo que Milena retiró la mano sin disimulo por el susto, asustó a su compañero.

—¿Estás bien? —sondeó él viendo su rostro asustado.

Ella se sentía fuera de sitio entre esas parejas.

—Ya conociste a mi amigo, Alex, ahora te presentaré a mi bella musa, Diana.

—Mucho gusto —saludó la nombrada, pasándole la mano con una sonrisa amable. Al parecer, que Travis hubiera dicho que era su musa, la levantó del suelo.

—El gusto es mío, un verdadero placer —correspondió, quiso agradarle.

—¡Kate! Ven te presento —apuntó Travis para que dejara de ofrecerse a Alexander que se veía incómodo.

Kate caminó altanera hacia Milena que quería que se la tragara la tierra.

— Te compadezco —dijo Alex moviendo los labios para ver si Milena lo entendía.

Lo entendió muy bien cuando Kate la miró con cierto recelo y desprecio.

—Ella es Ana —presentó el anfitrión—, y ella es Kate.

—Es un gusto. —Intentó que no se notara su incomodidad, pero había algo inevitable. No podía dejar de buscar a Alexander con la mirada y la rubia amargada lo notó.

—Entonces tú eres Ana. —Sonrió y luego se giró hacia Travis—. Travis, querido, deberíamos conseguirle más ropas bonitas, lo que lleva es muy corriente.




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