¿Qué demonios le importaba al alzado de Alexander su vida privada?
—Estos anillos pueden tener varios significados, no simplemente que dejé abandonado a mi esposo, Doctor —aclaró con una sonrisa de insolencia—. Primero, puede ser un recuerdo de mi madre, del matrimonio con mi padre. Segundo, puede ser que sea divorciada. Tercero, puede que también sea viuda. Se lo dejo como tarea —se desligó.
—Excelente respuesta, querida —festejó lady Seraphine—, yo creo que debe ser del recuerdo de tu madre y tu padre. ¿Y tú qué crees, Alex? ¿No te gusta jugar a las adivinanzas?
—Me inclino por el hecho que sea divorciada —respondió con tranquilidad—, muchas personas se casan muy jóvenes y luego se arrepienten, ¿no es ese tu caso, Ana? —Colocó los codos sobre la mesa, ase agarró el mentón con una mano y la vio fijo.
—Yo me inclino más por mantenerlo en secreto —cortó ella.
—¡Bueno! El postre, tía. ¿Pidió que prepararan el postre favorito de Alexander? —averiguó Travis, intentó cambiar de tema.
—¡Brownies, claro! Para este niño lo que pida —dilucidó con los labios rizados la duquesa, pinchó la cara a Alexander como si fuera un bebé.
Él, avergonzado, dejó la postura acusatoria hacia Milena y ella respiró aliviada. No quería mentir, pero tampoco quería que supiera para que la acusara de ser quién sabe, la viuda negra o cosas así, la mente de ese demente era difícil de descifrar, se le podía ocurrir cualquier cosa que fuera ofensiva o perturbadora.
El personal apareció con un montón de postres que dejaron en la mesa para que se sirvieran a gusto.
Milena los observó, era de las personas que no se limitaban en las comidas y luego se quejaban de la grasa acumulada como un salvavidas.
—¿Qué es eso? —Señaló una crema que tenía una pinta deliciosa.
—Es crema agria —respondió Travis.
Alexander la miró como diciéndole «igual que tú».
—Pues la probaré —dijo, obvió a su rival en la mesa.
El doctor tenía algo que le atraía, de todo el tiempo que estuvo ahí, noventa por ciento se dedicó a miradas furtivas y el setenta por ciento de esos noventa, lo pilló mirándola, era incómodo.
Después de terminar con el postre, todos se levantaron de la mesa y fueron hacia la dichosa sala de lady Seraphine.
—Tía, Alexander y yo debemos retiramos, solo hemos venido a saludarte y, claro, para que Milena no se sienta tan sola contigo, eres un poco intensa a veces —explicó, le dejó un beso en la mejilla.
—La vida, querido sobrino, hay que vivirla con intensidad, ¿cuántos años crees que me quedan? Capaz mañana me dé un infarto, prefiero haber vivido lo que quise como lo quise.
—Adiós, lady Seraphine —se despidió Alexander, también besó su mejilla y la abrazó.
—Deja de comportarte como un tonto con esa niña, si te gusta hay otras formas de probar suerte —le susurró—. Que te recuperes pronto, Alex, espero verte otro año más intentando vencer a Edmund —bromeó y alzó la voz, lo dejó desconcertado—. Travis, ven que quiero darte algo que te dejó Edmund. —Estiró a su sobrino, dejó solos a Milena y Alexander por segunda vez.
Ambos se miraron con cara de pocos amigos y quedaron en silencio.
—Dime, ¿por qué no le puedo llamar por su nombre a la niña? —preguntó lady Seraphine.
—Ya te lo dije, tía, prefiere que la llamen Ana porque es más fácil de pronunciar, es todo.
—Ten paciencia conmigo, Travis Teasdale, a veces se me va el tren, querido, ya sabes, los achaques de la edad. Cuéntame, ¿cómo está el pequeño Henry? —inquirió la duquesa.
—Como siempre, maltratado por esa víbora —contestó, molesto.
—Quiero alejarlo de ella, él no merece lo que le sucede, fue reconocido por esa bruja, ¡espero que la parta un rayo!
—Espero traerlo aquí para el torneo de polo que organizo, sabes que no es de su agrado este deporte porque lo considera demasiado aburrido y solo para nobles.
—¡Pero él es un noble! Siempre ha sido tan humilde, lo recuerdo de niño, callado y rodeado de las cosas simples, esa vieja insensible nunca ni lo ha mirado —reclamó con rabia.
—¡Eres simpática cuando te enojas, tía!
—¡Ay, niño! Ven aquí, te daré lo que Edmund me dejó.
— Ya voy a irme, ¿no piensas despedirte de mí? —preguntó Alexander, burlón.
—No. Estoy segura que pronto volveré a ver tu cara —replicó enojada.
—¿Por qué eres agresiva conmigo? ¿Qué te hice? Solo quise saber tu estado civil, ¿es eso un pecado?
—No lo es. Es la forma molesta en que lo preguntas, tú no tienes un ápice de sensibilidad hacia los demás, doctor, piensas en burlarte y luego hacerme enojar, llamándome agria no hizo méritos para agradarme.
—¡No lo dije! Lo tomas muy a pecho, soy un bromista y tú eres una víctima ideal, no sabes soportar la presión.
—¡Pues no tengo por qué soportarte!
—Pues no lo hagas, este juego del gato y el ratón me agrada, tú de cierta forma me agradas, pero no lo tomes como un halago.