Amor extranjero

22

El calor subía por el cuerpo de Milena ante las palabras de Alexander, su desubicación era total, ¿cómo pudo ser tan atrevido? Y lo peor era que ella en el fondo se sentía halagada. Él le encantaba, tenía que admitirlo pese a que no quería saber nada de él, era probable que moría por un mensaje de texto o una de sus acusadoras miradas, pero debía mantener la compostura.
—¿Cómo va nuestro pie? —preguntó y se hizo la desentendida, no continuaría el juego de la temperatura porque terminaría con fiebre.
Travis y Edmund hablaban de su regreso, Alex esperaba el momento para decirle más cosas.
—Cada día mejor, por suerte. Dijiste que hoy no nos veríamos —contendió aún pegado a ella, mirándola muy de cerca.
—No sabía que estarías por aquí y que Edmund me daría unas vueltas por estos rumbos, me está enseñando a montar.
—¿No prefieres que te enseñe yo? Puedo enseñarte mucho más que el amateur de Davenport —insinuó y chocó su mano con la de ella.
«¿Qué diablos?», pensó. Su corazón estaba por tener un paro por su toque, si un toque hacía eso, ¿qué sería un beso? Después de abofetearse psicológicamente debía continuar la conversación sin que pareciera que iba a abrirle las piernas.
—¡Qué ofrecimiento tan amable de su parte, doctor! Pero Edmund y yo estamos muy bien solos —fundamentó picándose una uña.
—Montar conmigo será una mejor experiencia que con Edmund y prometo solemnemente no golpear al caballo para que te arrastre por Londres por más que lo merezcas —dijo para probar los límites de su enemiga, era una guerra, ¿no? Y él tenía las de ganar, en su mente era más fuerte.
—Desearme el mal es una razón más para no ir con usted ni a media cuadra, no sé por qué se empeña en molestarme, doctor, ¿qué le he hecho? No cuente lo del accidente, es muy trillado —se molestó.
—Veo que no le agradan las bromas o es demasiado seria, juntarse con ese caballero de ahí le amargará la vida —señaló, refiriéndose a Edmund.
A él no se le ocurría nada mejor que desmeritar un poco a la competencia, todo se valía con tal de conseguir algo que se deseaba.
—Él es muy simpático, no como usted que más bien aún no ha pasado la etapa del homosapiens neandertal, no piensa con propiedad —quiso ofenderlo.
—¿Qué es lo peor que te he pedido hasta ahora, eh? Un trato igualitario como amigos que somos, un trato de paz que has rechazado en muchas ocasiones.
—¡Claro, claro! Ahora soy yo la del problema, pues fíjate que no, tú no cooperas en nada para que nuestra “amistad” prospere —indicó e hizo comillas con los dedos, echándole aquello en cara.
—¿Por qué se supone que pelean? —preguntó Edmund a Travis.
—Es una larga historia, lo único que puedo decirte es que a Alex le hace falta una buena dosis de Ana, es la única que ha logrado en tan poco tiempo tenerlo pensando.
—¿Hablas de que pueden llegar a...? —insinuó Edmund e hizo gestos raros.
—Ser mimo no es lo tuyo, hablo de pareja, ¿entiendes? Es evidente, el doctorcito está celoso de cualquier mosca que sobrevuele a esa dama de piel canela.
—Ya lo comprendo —afirmó Edmund con una sonrisa pícara en el rostro.
—Lo que hace nuestro macho en este instante es marcar su territorio.
—Falta que termine orinándole en una pierna.
—Tú estás en el fuego cruzado, Davenport, eres altamente peligroso para él.
—Yo no estoy para estas cosas, Travis, no voy a ponerme a pelear por una mujer, no lo valen.
—Pues no pelearas, solo ayúdame a... —Juntó ambos dedos índice para transmitir su idea sin decirla.
—Lo entiendo —confirmó e imitó el mismo gesto—, pues ya que no tengo nada por hacer, está bien.
La maléfica mente de Travis trabajaba a mil por hora, si quería armar una pareja, debía conseguir aliados.
—¡No dije que el problema fueras tú! Aunque eres un problema que aún no pude resolver, siento curiosidad por saber de ti —confesó con sinceridad.
—¿Qué? No hay nada por saber sobre mí.
—Estoy interesado en saber. Mucho.—insistió y posó aún más su mirada en ella.
Sin darse cuenta perdió el hilo de la cuestión que era burlarse, pero hasta el momento hizo tres cosas, primero intentar seducirla, segundo intentar la paz, tercero hablarle sobre su intereses por ella y en la última se pasó, ni siquiera sabía por qué le habló sobre querer saber más de ella, le intrigaba.
—Los remedios para el pie definitivamente lo están afectando.
—Ana —pronunció Travis, llamó su atención—, quiero que almuerces con nosotros hoy.
De ninguna manera con el acosador de Alexander. Debía poner distancias con él, porque no sabía si caería en sus redes o terminaría matándola de quebranto.
—Ella va a almorzar conmigo —irrumpió Edmund con presteza.
El rostro de Alexander era de molestia, ¿desde cuándo allí Edmund era tan íntimo de alguien?
Edmund extendió la mano hacía Milena y ella la tomó, miró a un serio Alexander. Moriría ahogado en su propia rabia. El rostro de Ana al aceptar la mano del otro le indicaba que era un perdedor. Davenport era fantástico, político exitoso, excelente deportista, un hijo correcto e intachable, no se le conocían cosas que ensuciaran su buena reputación.
—Lo repito, Edmund, ten cuidado con esa mujer, es un verdadero peligro, por favor, no le des un volante, puedes acabar siendo mi paciente —sugirió, se despidió con las manos de él para sentarse en el UTV a esperar a Travis.
—No le hagas caso primo, él es especial. Te llamaré luego, Ana —se despidió y la besó en la mejillas.
—¡Nos vemos! —le dijo a Travis y luego ella observó a Alexander—. ¡Qué se recupere, doctor!
Alexander estaba demasiado enojado, así que en lugar de decirle adiós, le hizo en el nombre del padre como despedida. Milena sonrió, caminó hacia Sparkie, se sentía más confiada de subir sola.
Alex no dejaba de verla, se quedaría sin ojos por ella, ¿qué le hizo esa mujer? Quizá la otra latina fuera parecida, mujeres sobraban en el mundo, no podía encapricharse por una.
—¡Maldición! —espetó muy molesto—. Edmund tiene buen gusto, es muy amable, estamos muy bien solos... —remedó a Milena.
—No seas envidioso, Alex, ella la está pasando bien con él, es amable.
La mirada que le dedicó Alex a su amigo era de «cállate si quieres seguir viviendo».
—¿De cuándo aquí tu primo es un primor? ¡Qué carajos tiene esa mujer que hace que…! No sé ni lo que hace —musitó con gesto negativo.
—No lo sé, también quiero poder responderme esa pregunta.
Milena y Edmund continuaron con su caminata a caballo. Él le enseñaba parte de la propiedad de su primo y también otras partes de la propiedad del antiguo lord Smith.
—Fuiste muy amable al salvarme del doctor —agradeció Milena con gesto divertido—. Mentir fue muy astuto, lo siento mucho por Travis, él si es bueno.
—¿En qué mentí? —averiguó y contempló el camino.
—En lo de ir juntos a almorzar.
— No mentí.
—¿Qué? —se sobresaltó.
—Iremos a almorzar, me agrada tu compañía, eres simpática y bueno, eso —argumentó sin más.
Sonrojada, Milena miró sus manos, su simpatía era algo que ella casi perdió, lo había cambiado por la antipatía, tenía prohibido socializar. Javier se encargó que ella despachara todo su círculo de amigos y amigas, no entendía por qué no quería que compartiera con nadie, quizás envidiaba su forma de ser jovial y decidida, hasta que terminó llevándola por el camino de la tristeza y el miedo.
—No tienes que hacerlo, de verdad, vayan lady Seraphine y tú.
—¿Quién dijo que iba a llevar a mi madre?
—¿No?
—No tengo ni siete horas aquí y ya me siento agobiado por ella, vine con la intención de descansar, pero ni bien pasé la puerta ella, ya había hecho planes por mí.
—Te comprendo perfectamente, ella es muy dulce, pero a veces es...
—¡Intensa! —dijeron ambos al unísono.
Las risas comenzaron a hacer eco en las tierras, había diversión y descanso en aquel momento.
***




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