Amor extranjero

23

Volvía a releer el artículo solo para torturarse más. Edmund no llevaba ni siquiera doce horas de conocer a Ana, pero sus demonios interiores le decían tantas cosas que giraban en su cabeza. ¿Y si Ana era una perversa arribista que se aprovechaba de su inocencia, simpatía y figura para atraer a los incautos? ¡Era ridículo! En definitiva, no era ese tipo de mujer, debía intentar quitársela de encima a toda costa, pensarla casi las veinticuatro horas del día lo llevarían a volverse un zombi.

Para él era muy difícil poder respetar sus propias palabras, por lo que no se dio cuenta que envió un mensaje a Ana, pero no recibió respuesta. ¿Y si aún estaba con Davenport? ¡Jesús! ¡Había enloquecido!

Mientras tanto, Travis llamó a Edmund para poner en marcha su primera parte del plan para que la bella y el bestia de su amigo, tuvieran un encuentro casual al siguiente día en las praderas, en unas de las partes más alejadas de sus tierras.

—Hola —respondió con seriedad.

—Mi adorable primo —gritó extasiado Travis después que su amargado primo contestara.

—¡Oh, mi querido Travis! ¿Qué quieres?

— ¡Ah! ¿Te chupaste un limón? ¡Deja de ser amargado! Solo te llamo para coordinar algunos detalles para mañana.

El enorme signo de interrogación sobre la cabeza de Edmund era monumental, ¿a qué se refería su primo?

— ¿Qué? —preguntó confuso.

— ¿Recuerdas los deditos?

—¡Oh, claro, los deditos! Los tengo tan presentes —satirizó.

—Ya que los tienes muy presentes, necesito que mañana traigas a nuestra preciosa amiga hasta aquí cerca, Westmorland quiere salir a cabalgar.

—En mi vida pensé hacer esto, ¡favorecer a Westmorland!, qué ironía.

—Lo ayudaste a conseguir ese escaño en la cámara de lores para el año próximo, no te hagas el cruel, tienes el mismo corazón de pechuga que todos nosotros.

—¡No es cierto!

—Niégatelo, pero es la verdad. Ahora a lo que nos compete, la traes y la dejas cerca de nosotros.

Travis hacía los planes mientras Edmund lo escuchaba con atención, aquello sería muy fácil.

***

Milena se despertó cuando ya era oscuro. Adiós mundo cruel, no volvería a dormirse en lo que quedaba del día, tampoco saldría afuera, se convertiría en el menú de los mosquitos, no tenía otro entretenimiento más que televisión, un libro o la computadora, leer qué había en internet o pescar por Alex, pronto se cumpliría las una semana para verse.

Miró la hora en el celular y tenía un mensaje nuevo. No sabía por qué algo dentro suyo le decía es él, el orco. Esperaba lo peor, abrió el mensaje y sí, era él.

Doctor llorón:

¿Qué tal te fue en el almuerzo con el hombre más bueno que vio nacer esta tierra? Creo que sales muy bien en las fotos.

—¡¿Qué?! —se sobresaltó—. ¿cómo sabe lo de las fotos? Ay, no puede ser. Es un loco. Y me ha seguido. —Se estiró, se levantó con lentitud de la cama—. Está obsesionado. ¿Y si es un asesino en serie? Oh, Alex. Era cierto, no debí fiarme tan rápido de la gente amable de aquí, quizá me maten, me violen... Dios, basta. No más pensamientos de ese tipo, el doctor es solo un niño malo que no entiende un no como respuesta, solo eso, Milena, entiéndelo —se reprendió.

Tenía que saber lo que hizo él, por eso sabía lo de las fotos, el celular era como un pequeño cuchillo en su mano o lo hería a él o se cortaba las venas.

Se puso a escribir con rapidez una respuesta.

Alexander escuchó el tono de mensajes, lo abrió y para su absoluta felicidad, era la mujer del hermoso trasero.

Peligrosa:

¡No puedo creerlo! ¿Me has seguido?

—Me tienes mal, pero, ¿seguirte? Aún no he caído tan bajo.

La respuesta no se hacía esperar, al parecer ella tenía en su mente que él estaba loco por ella, aunque no estuviera, fuera de toda certeza, que sí lo tenía pensante, sentía curiosidad hacia ella, misteriosa, inocente y ponzoñosa, era diferente a todas y eso parecía un manjar para él, denotaba inteligencia y respondía de forma excelente a sus cuestionamientos.

Estaba histérica, de nada le sirvió intentar calmarse, estaba demasiado ansiosa por una respuesta, una que aún no llegaba, o no tenía su teléfono cerca o se inspiraba en un papel higiénico.

Fue hasta la salita y buscó algo que la tranquilizara.

—¿Whisky? ¿Tequila? ¿Ron? ¿Vino? ¿Vodka? —leyó las etiquetas de las bebidas en un mueble—. ¿Qué clase de fiesta piensan que voy a armar aquí o piensan que soy una reverenda alcohólica?

Agarró la botella de vino, intentó por todos los medios descorcharla, pero en definitiva era una inútil.

—¡Cerveza! —Recordó lo que había en el refrigerador.

Golpeó un poco la latita y la abrió, estaba muy fría, era deliciosa y calmante. El teléfono vibró en sus manos, un mensaje de él. Una respuesta, ¿por qué quería saber si él la siguió? Quizá para medir su interés por ella, pero eso era soñar demasiado, un hombre tan guapo como Alexander no podía fijarse en alguien como ella, no era que se sintiera poca cosa, mas sus limitaciones estaban a la vista, la competencia era feroz con las mujeres de allí. Kate era un sueño, ellos se veían tan bien juntos, mientras que ella con él, ¿cómo se verían? El bello y la bestia, aparte de la desventaja de ser viuda, parecía una mujer usada, a eso había que sumarle los traumas que tenía con una nueva pareja, Javier, Osvaldo, ¡José! Pero el único que a ella le llamaba la atención era Alexander. Podría violar más de quinientos mandamientos por solo una noche con él, incluso obviaría el hecho de su tan dulce enemistad, ¡no tenía sexo desde hacía años! Posiblemente abajo ya estaba lleno de polillas o telarañas, sabía Dios de qué más.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.